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2023, una odisea electoral

Foto: EFE
23/12/2022 - 

Parece que fue hace muchos, muchos años, pero no: fue en 2019, hace poco más de tres años, cuando votamos en sucesivos comicios locales, autonómicos y nacionales (dos veces), que dieron como resultado la continuidad en la Comunidad Valenciana (y en el ayuntamiento de València, así como en la mayoría de las principales ciudades valencianas) y la consecución del primer Gobierno de coalición del actual periodo democrático. Luego -muy poco después- llegó la pandemia y lo resignificó todo, condicionando el conjunto de la legislatura.

En la Comunidad Valenciana, estos años parecen haber consolidado la tendencia que ya se observó claramente en abril de 2019, en el miniadelanto electoral decidido por Ximo Puig: la consolidación del PSPV como principal partido del bloque de izquierdas (y partido más votado por primera vez desde 1991), el desinflamiento del "espacio del cambio", tanto de Compromís (que perdió dos diputados) como de Unidas Podemos, que entró en Las Cortes por relativamente escaso margen, y la constatación de que el PP tenía problemas para recuperar los apoyos sociales de sus años de Gobierno... Pero que, aun así, no estaba lejos de sumar con los demás partidos del bloque de derechas.

Ya en 2019 los resultados supusieron un susto considerable para el Botànic, que de ninguna manera contemplaba la posibilidad de perder la Generalitat y se quedó a unos miles de votos de hacerlo. Ahora, casi cuatro años después, si bien Ximo Puig ha cimentado toda vía más la aureola de su autoridad presidencial, el Botànic ha perdido el tirón electoral de Mónica Oltra (víctima de una asunción de responsabilidades políticas que muy probablemente el tiempo y los juzgados dejarán en nada, pero que por lo pronto la han apartado de la escena política) y la capacidad del tercer socio, Unidas Podemos, para superar el listón del 5% para entrar en Las Cortes, suscita algunas dudas (en 2019 sacó un 8%).

Foto: KIKE TABERNER

En la oposición también nos encontramos un escenario nuevo: en primer lugar, Ciudadanos desaparecerá, casi con total seguridad, de las Cortes. el nuevo líder del PP, Carlos Mazón, sigue sin parecer una alternativa creíble, pero quizás no le haga falta serlo para sumar con Vox, que acaba de encontrar candidato en el profesor-contertulio Carlos Flores Juberías, si logran movilizar a su electorado y recoger el voto que quede aún en Ciudadanos, que a estas alturas es ya muy poco. Pero para ello, les vendría mejor la repetición del miniadelanto electoral de Puig, coincidente con unas elecciones generales y la polarización en clave nacional que conllevan (algo que en esta ocasión es muy improbable que ocurra). En resumen: hay partido.

Es pronto (queda aún un año) para poder intuir si las elecciones de 2023 supondrán un cambio de ciclo político en España. La llegada de Alberto Núñez Feijóo a la dirección del PP incrementó significativamente las posibilidades de sumar con Vox, según indicaban las encuestas, pero el paso del tiempo ha moderado un tanto estas expectativas. Ahora mismo la sensación es que el PP puede ganar las elecciones, pero difícilmente sumará con Vox y con los demás aliados potenciales, que a su vez se resumen muy pronto: un par de diputados regionalistas afines. Este es el principal problema del PP, el que tiene este partido desde hace veinte años, aunque quedara ensombrecido por su ciclo electoral de victorias electorales de 2011-2016, beneficiado por la crisis, primero, que concentró votos en el PP buscando una solución a los problemas económicos del país, y por la dispersión del voto a partir de 2015, que benefició también al PP en la medida en que este partido lograba ser el más votado, primus inter pares que le proporcionada un plus electoral en el reparto de diputados.

Pero desde 2015, las posibilidades de que el PP consiga alcanzar el poder en España se han reducido significativamente. La primera vez que este partido llegó a La Moncloa, en 1996, lo hizo aupado por los votos de nacionalistas vascos y catalanes. Pero, tras los años de Aznar, el discurso de los conservadores se ha vuelto extraordinariamente agresivo hacia dichos nacionalistas, que a su vez también han extremado sus posiciones (en particular, el nacionalismo catalán tornado en independentismo procesista-oportunista). Esta situación no cambiará, previsiblemente, con el liderazgo de Núñez Feijóo, no sólo porque en las últimas semanas su discurso ha abandonado la moderación inicial para envolverse en el esencialismo españolista de siempre, sino porque mientras el PP sólo pueda sumar con Vox, no podrá sumar con (casi) nadie más. Y esto implica tanto que lo tiene complicado para sumar como que sus rivales socialistas lo tienen relativamente fácil para movilizar y concentrar a su electorado agitando el espantajo de "que viene la ultraderecha", dado que, efectivamente, si vence el PP lo hará de la mano de la ultraderecha. Y después, en una eventual investidura, el PSOE también puede congregar apoyos parlamentarios con el argumento de que, si no votan a Pedro Sánchez, tendrán que habérselas con un Gobierno de PP y Vox. Con lo que es bastante factible el escenario de que el PP gane las elecciones y pierda la investidura.

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