VALÈNCIA. Si no llega a ser por el traicionero ataque al corazón que lo quitó de en medio en diciembre de 2002, el líder de The Clash hubiera cumplido 70 años el próximo 21 de agosto. Joe Strummer fue una figura capital en el rock & roll, y también uno de esos pioneros atormentados por la posibilidad de haber pervertido su propia integridad a causa del éxito. Sin embargo, él y sus compañeros en The Clash, -Mick Jones, Paul Simonon y Topper Headon-, crearon uno de los álbumes más íntegros del rock & roll. Originalmente publicado el 14 de diciembre de 1979, se considera a London Calling una de las grandes obras de la música popular contemporánea. Algunas de sus canciones han trascendido a la época en la que fueron registradas, y eso hace de él un clásico compuesto e interpretado por un grupo que con él forjó su identidad definitiva. Cuenta, además, con una portada que capta ese momento de gloria y confusión, de energía sin control que llevó The Clash a coronar su cima artística. La imagen, desenfocada pero perfecta –delimitada por una tipografía que hace referencia al primer álbum de Elvis Presley- fue tomada por la fotógrafa Pennie Smith, durante un concierto del cuarteto en el Palladium de Nueva York.
Una de las ironías del disco es que, estando firmado por una de las bandas líderes del punk británico, marcó el final definitivo de aquella música, o al menos, de su primera generación, aquella surgida a finales de 1975 con los Sex Pistols a la cabeza. London Calling pulveriza los dogmas del género y se queda únicamente con su espíritu combativo y furioso. Que fuese un álbum doble, formato propio de la aristocracia del rock, ya implicaba un desafío. De hecho, según escribió el crítico americano Robert Christgau en su día, “era el mejor disco doble desde la aparición de Exile On Main Street”, uno de los títulos clásicos de los Stones. O sea que la herejía también fue doble: The Clash no sólo hacían un álbum ambicioso como los dinosaurios del rock ante los cuales se habían rebelado, también se colocaban a la altura de sus clásicos.
La culpa de todo este proceso la tuvo la malvada América, el país del cual se habían burlado poco tiempo atrás con la canción “I’m Bored With The USA”. The Clash no actuarían allí hasta enero de 1979, cuando se editó en Estados Unidos, con dos años de retraso, su primer álbum. The Clash, vendió alrededor de 100.000 copias, pero el brazo estadounidense de la discográfica Epic no sentía el más mínimo interés por ellos. El público yanqui tenía ganas de punk británico, pero, según Strummer, “el desdén hacia nosotros era tal que parecía que fuésemos leprosos; creo que, si alguien hubiese mostrado interés en promocionarnos, habría sido despedido”. El grupo era un acontecimiento apetitoso para intelectuales y artistas, por eso, cuando actuaron en Nueva York, la élite cultural de la urbe, de Warhol a Scorsese, estuvo allí para verlos. Las dos giras americanas que realizaron durante 1979 les acercaron a otras músicas, algunas de ellas íntimamente ligadas a las minorías étnicas y sociales reprimidas o ignoradas por Ronald Reagan. Allí el grupo descubrió tanto sus raíces como el futuro por el cual debía discurrir su música. Porque una de las características destacables de London Calling es su aperturismo hacia estilos que hasta entonces no tenían cabida en una banda punk. Están presentes el blues y el rockabilly, además del ska y el reggae; incluso hay un ligero ramalazo funk en “The Guns Of Brixton”.
América les enseñó cómo dejar atrás el punk para transformarse en un grupo de rock & roll. En la primera de dichas giras, y para mayor cabreo de Epic, eligieron como teloneros a dos nombres legendarios (o sea, a ojos de la discográfica, dos vejestorios): Bo Diddley y Lee Dorsey. A medida que viajaban por el país se empaparon también de su imaginería, tanto de la oficial como de la marginal. Fue en San Francisco que Strummer, a través del activista y veterano del Vietnam Moe Armstrong, descubrió la existencia del ejército sandinista. El disco que grabarían con ese título -Sandinista!- en 1980, ampliaría aún más su perfil político y musical, aunque debido al exceso de ideas, no consiguió superar a este.
En 1979, el punk había empezado a diluirse en otras músicas. Previamente ya había mutado a un pop más colorista, el que dio cuerpo a la new wave. Pero la libertad creativa que toda una generación había conquistado gracias a aquella imprevista revolución abrió las puertas a un nuevo abanico de posibilidades. Los discos alternativos que definen 1979 son obras frías -Metal Box de PIL, Unknown Pleasures de Joy Division-, maniobras proto electrónicas –Reproduction de Human League, Orchestral Maneuvres In The Dark, de OMD- o de funk rock con discursos marxista o anarquista –Entertainment! de Gang Of Four, Y de The Pop Grop. El único álbum grabado por una banda británica ajena a la experimentación, y que dejó una huella profunda en la música en aquel año de mutaciones fue London Calling. Una revisión del rock & roll a manos de una banda que había nacido para exterminar dicho género.
El contenido político de las canciones, otra de sus bazas, iba más allá de lo que implica reivindicar el blues de New Orleans o el reggae. La letra de “London Calling” captaba la paranoia propiciada por las políticas conservadoras de Reagan y Thatcher, la debacle ecológica, el miedo a la energía nuclear y a la omnipresente de la Guerra Fría. La letra, escrita por Strummer a instancias de su pareja, Gaby Salter, fue reescrita varias veces por insistencia de Mick Jones. “Spanish Bombs” producto de la pasión que Strummer sentía por Lorca y, una vez más, fue Gaby quien le animó a que la escribiera al poco de que la pareja escuchara en la radio sobre un atentado de ETA en el País Vasco. A su manera, London Calling fue un estallido de energía liberado bajo el control necesario. La imagen borrosa de Paul Simonon estampando su bajo contra el suelo del escenario en el Palladium (Pennie Smith tuvo que apartarse para que el instrumento no la golpeara, de ahí el ligero desenfoque de la imagen) era una invitación abierta a liberar la rabia y rebelarse contra cualquier clase de insatisfacción.