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Acariciando el felipismo con la punta de los dedos

27/04/2019 - 

Mitin del PSOE, en el Parque Central de Valencia. El presidente, Pedro Sánchez, cierra la campaña en Valencia. Ambiente festivo. Los socialistas también saben organizar una fiesta; llevan mucho en esto, y además ahora los hados (las encuestas) les son muy propicios. Llenazo desde las ocho, que es cuando hemos llegado. Aunque es difícil saber lo que significa, en cifras, este llenazo, porque el escenario es un tanto estrecho y alargado. Pero hay mucha, mucha gente. Como en el de Vox ayer, probablemente más: yo diría que unas 6.000 personas.

Prolegómenos festivos. "Vamos a empezar", dice el animador a las ocho de la tarde. Y uno piensa que ya van a empezar a hablar y soltar discursos, pero no: nos esperan 45 minutos de música. Se agradecen, porque son 45 minutos menos de discursos. Comienzan con la presentación, dice el animador, del "rockero más socialista de España". ¿Están hablando de Calamaro? No: de Emilio Solo. Hay que decir que mucha gente, de muchos manifiestos de apoyo al PSOE, discutiría ese título; ellos también quieren ser los rockeros más socialistas de España, sobre todo ahora que el PSOE manda, y parece que mandará más.

"¡Que se note que somos rojos!", propone el animador. El público ondea las banderas al viento y aplaude entusiasmado. En muchos momentos de su historia, esta frase habría dado mucho juego. Por ejemplo, cuando los Gobiernos de Felipe González aplicaron políticas liberales que harían que el propio González fuese acreedor al título de Thatcher del Sur. Cuando Zapatero decía que bajar impuestos es de izquierdas, o regalaba 400€ a todo el mundo, una paguita con independencia de la renta y a las puertas de la recesión. O, más próximo en el tiempo, cuando el PSOE de Susana Díaz decidió abstenerse para investir a Rajoy en 2016. Hay quien diría que, a menudo, no se nota apenas nada que el PSOE sea un partido de izquierdas.

Sin embargo, decir eso implicaría ser injustos con la historia reciente de Pedro Sánchez y de Ximo Puig. Sánchez perdió el sillón, precisamente, por negarse a investir a Rajoy, y lo recuperó con el apoyo de las bases, desde la izquierda. Ganó la moción de censura y gobernó de común acuerdo con Unidos Podemos, y posiblemente, si les salen las cuentas, sigan igual. Como Ximo Puig, que gobierna con dos socios a su izquierda y, si suman, continuará haciéndolo. Así que sí: actualmente, se nota que el PSOE es, para lo que nos tiene acostumbrados, bastante rojo.  

Los 45 minutos de música se han convertido en más de una hora de espera a Pedro Sánchez, así que me permitirán que contextualice un poco: el PSOE, hace un año, estaba muerto. Le tocó vivir los primeros embates de la crisis, y desde 2008 su historial electoral era un auténtico viacrucis: 169 diputados en 2008. 110 en 2011. 90 en 2015. 85 en 2016. La cosa pintaba bastante mal. Y los sondeos, estimulados por la "España de las banderas" y la crisis provocada en el sistema por el referéndum del 1-O, lo habían dejado desubicado.

Pero, con esa capacidad de supervivencia que le ha permitido escribir libros sobre colchones y demás experiencias vitales, Pedro Sánchez supo aprovechar la oportunidad que le deparó la sentencia del caso Gürtel, que condenaba directamente al PP como partido político. Accedió a la Moncloa, formó un Gobierno muy sólido, que casi nadie esperaba, y comenzó a vender la marca PSOE: una marca en líneas generales solvente y, sobre todo, moderada, dado el contexto que nos ha tocado vivir. Cuestiones en absoluto menores si tenemos en cuenta que la alternativa es el trifachito de Albert Rivera, Pablo Casado y Santiago Abascal.

Así que, mientras la derecha se deshace en guerras intestinas sin fin (que, vistas desde fuera, resultan día a día más adictivas y entretenidas), en el PSOE asisten con cierta perplejidad al retorno de sus mejores tiempos. Por lo pronto, es prácticamente seguro que ganarán estas elecciones. Aunque pierdan, perderán ganando, recuperando un espacio electoral mayor que el de ningún otro partido, y se constituirán en el referente inevitable de la oposición a un Gobierno de derechas que, por comparación, convertirá los tiempos más duros del aznarismo en cultivada socialdemocracia escandinava. Y si además el PSOE consigue mantener el poder, frente a una derecha que previsiblemente seguirá atizándose durante meses (no sé si hay espacio para un partido o dos en la derecha, pero para tres seguro que no), imagínense. El cielo es el límite.

Mucha gente dio a Pedro Sánchez por muerto, muchas veces, y ahí lo tienen: su partido está mejor, en expectativas de voto, que casi todos los partidos socialistas del continente, y además está en el poder. Primero resucitó Pedro Sánchez, y luego resucitó a su partido. El PSOE se ha extendido hacia la izquierda y el centro frente a una derecha que se ha subido al monte. Como en 1982. Como en el felipismo, sólo que Pedro Sánchez ha logrado que los adláteres mediáticos de la derecha hablen de "sanchismo" con profundo desprecio y aversión en tan solo diez meses. ¡A Felipe le costó diez años lograr eso con el "felipismo"!

El mitin se retrasa porque el presidente viene ex profeso desde Madrid. Y vendrá, previsiblemente, ... en avión. En su Falcon. Uno se imagina que aterrizará aquí, en mitad del parque, para potenciar más si cabe su imagen de poderío. La gente comenta que "ha aterrizado hace cinco minutos". "Claro, viene en avión porque es el Presidente". "En AVE no le da tiempo" (La estación del AVE está al lado del Parque Central). Todo el mundo rodeando implícitamente la terrible polémica del Falcon. Hay que reconocerlo: la derecha sí que sabe sacarle petróleo a escándalos ridículos y que todo el mundo hable de ellos.

Sánchez llega por fin. Entrada apoteósica, acompañado del ministro Ábalos y del president Ximo Puig. Pedro Sánchez y Ximo Puig ostentan el dudoso honor de haber cosechado los peores resultados de la historia de su partido, respectivamente, en Elecciones Generales y Elecciones Autonómicas en la Comunidad Valenciana. Pero unos resultados que, en última instancia, les sirvieron para alcanzar el poder mediante pactos parlamentarios, vía coalición o moción.

Y como el poder desgasta, pero la ausencia de poder desgasta mucho más, tanto Sánchez como Puig han sabido aprovechar la oportunidad de gobernar para fortalecer su posición. Eso indican las encuestas, al menos. Ambos pueden ganar las elecciones, y revalidar su mandato.

Abre el mitin la candidata a la alcaldía de Valencia, Sandra Gómez: breve discurso, apasionado y contundente; a veces atropellado, pero eficaz. Le sucede Ábalos. El ministro defiende los "viernes sociales" del Gobierno. Este viernes, previo a las elecciones, toca bajada del IVA del pan. Parece una parodia, sobre todo porque Ábalos ha estado previamente criticando a los populismos.

Ábalos se gusta riéndose de las derechas: de Ciudadanos, que fichan a quien pueden en pro de la regeneración democrática; del PP, que se ofrece a Vox. De Vox, en cambio, no se ríe. Es la pinza. La nueva pinza. La pinza de Aznar y Anguita contra González, reconvertida ahora en pinza de PSOE y Vox contra PP y Ciudadanos. Ambos partidos se realimentan: el PSOE es el muro de contención contra la ultraderecha; Vox, la vía más radical para echar al PSOE. Ambos partidos crecen electoralmente agitando el miedo o el odio al otro. Y ambos partidos, en fin, se ríen con igual entusiasmo de la "derechita cobarde" y la "veletita naranja".

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El president de la Generalitat, Ximo Puig, comienza reivindicando este mitin como ejemplo de visibilización: por fin un presidente del Gobierno cierra la campaña en Valencia. ¡Pedro nos ha puesto en el mapa!

Ximo Puig y Pedro Sánchez tienen una historia. Puig participó en la conspiración que dio lugar al Comité Federal sangriento que defenestró a Pedro Sánchez de la Secretaría General del PSOE en octubre de 2016. Apoyó a Susana Díaz cuando Pedro Sánchez se presentó a las elecciones primarias para recuperar el sillón de secretario general. Y por su parte, a Pedro Sánchez, reinvestido secretario general en mayo de 2017, le faltó tiempo para montar una candidatura alternativa a la de Puig cuando éste se presentó a la reelección como secretario general del PSPV, dos meses después. Pero ahora ambos están a partir un piñón. Pelillos a la mar. Todo son sonrisas en el PSPV y en el PSOE.

Finalmente, sube Pedro Sánchez. ¡Pedro, Pedro, Pedro! ¡Este hombre nos ha resucitado! Sánchez comienza haciendo una promesa: irá a la nueva toma de posesión de Ximo Puig como president de la Generalitat, como ya fue a la primera, pero esta vez como presidente del Gobierno. ¡Otro nuevo ejemplo de visibilización de los valencianos!.

Pedro Sánchez tiene en Vox a su nuevo franquismo. El PSOE de Felipe González ganaba elecciones invocando el fantasma del franquismo, y el PSOE de Sánchez puede ganarlas gracias al neofranquismo de Vox. La diferencia es que el PSOE de González invocaba a un dictador fenecido. Vox, en cambio, está muy vivo. Así que, como estrategia de movilización del electorado, tiene más credibilidad. Y si Vox resulta ser un tigre de papel, siempre pueden sacar a Franco del Valle de los Caídos, como era el proyecto original del gobierno de Sánchez... hasta que apareció Vox.

La imagen de vídeo se va un par de veces y aparece un rótulo: "Estamos muy cerca". PSOE. Justo cuando Sánchez suelta su retahíla de que las derechas pueden sumar, mucho cuidado, hay que ir a votar. La combinación entre vídeo y audio perpetra una auténtica película de suspense. ¿Sumarán las derechas? ¿Se quedará al final el PSOE "muy cerca"? Aquí todo el mundo lo tiene bastante claro, en apariencia. Tanto en las Comunidad Valenciana como en el conjunto de España, creen que el PSOE seguirá gobernando. ¡El único que parece no tenerlo claro es el propio Sánchez!

Mañana lo sabremos.

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