La estrategia de la televisión autonómica gallega, que ofrece algunas de sus mejores series a Netflix como segunda ventana, ha posibilitado al sector audiovisual gallego saltar fronteras en busca no sólo de un público local sino global
VALÈNCIA. No hay un único discurso ni una única conclusión sobre los posibles aciertos y errores ocurridos desde el nacimiento de À Punt. Lo que sí tengo claro es que si tenemos la mente abierta (y no recelamos de cualquier apunte), cualquier idea diferente debería ser bien recibida, porque de todas ellas se puede extraer alguna conclusión. Apenas encontraremos en el sector, además, alguna voz que esté 100% de acuerdo con el modelo y primeros pasos de la nueva radiotelevisión pública valenciana.
Por esta razón considero que es hora de dejar de estar a la defensiva cada vez que se hace cualquier deliberación (sobre hechos, no personas), de ocultar nuestras ideas únicamente entre charlas privadas de compañeros del sector por miedo de que alguien se lo tome a pecho, para que pongamos entre todos encima de la mesa, abiertamente y sin personalismos, las conclusiones sobre qué se ha podido hacer bien o mal. Qué podemos aprender de cada error y qué podemos aprender de los otros. Resiliencia lo llaman. Nos caemos y nos volvemos a levantar enseguida para intentarlo otra vez y otra, y otra, y otra… haciéndonos más sabios cada vez hasta que encontramos la salida.
En el terreno de las series, área que voy a tratar en concreto en este artículo tras ver dos producciones de la televisión autonómica gallega, en concreto los títulos O sabor das margaridas y A estiba (actualmente en emisión por su canal lineal), he extraído diversas conclusiones que podrían servir al audiovisual valenciano. Espero que a los que toman las grandes decisiones les ayuden. Y si no, al menos que remuevan un poco el sector, como me decía estos días un compañero.
Este domingo fue noticia en El País: “El milagro del ‘thriller’ gallego que nadie quería y que triunfó en Netflix”. Uno de los diarios más leídos en España exageraba un poco el titular, puesto que no es una serie “que nadie quería”, pero destacaba otros aspectos del logro que ya se venían publicando desde el mes de abril de este año, cuando se estrenó en Netflix: una serie de la televisión autonómica gallega, gracias a su apuesta por asegurarse la segunda ventana en Netflix, se había situado como la séptima serie de habla no inglesa más vista en Reino Unido e Irlanda.
¿Cómo se ha conseguido? ¿Ha sido una cuestión de presupuesto, como vienen repitiendo en los medios algunos profesionales del sector valenciano, como esta semana Juan Luis Iborra, al reclamar más “diners” cuando ha producido una serie que le ha costado a À Punt 362.186 euros por capítulo (Parany), mientras que su homólogas valencianas (La Forastera y La Vall) están de presupuesto de venta entre los 85.000 y los 104.000 euros por capítulo? ¿O tiene más que ver con la estrategia por parte de la producción ejecutiva (tanto de la productora gallega CTV como de la distribuidora mejicana Comarex, junto con TVG), además de con la elección de temática y tono? ¿Cuáles han sido las claves para llegar donde han llegado? Podemos quedarnos quietos, reclamando una y otra vez más presupuesto. O podemos mirar más allá, ponernos en marcha y dar un giro de timón de una vez por todas.
Es probable que para los que no son apasionados del género, la novela detectivesca o policiaca, las películas de dos policías (género llamado buddy cop film) y las series noir con toda su estela (mimetizada en muchos países) resulten repetitivas, al utilizar básicamente los mismos mimbres. Mi compañera en Castellón Plaza Aurea Ortiz reflexionaba sobre ello hace unos meses. Como amante del género, continúo evadiéndome con este tipo de producciones. Y a través de ellas viajo a otros países. No me importa que unas obras se inspiren en otras. Es como leer alguna novela de Fred Vargas, Henning Mankell o Domingo Villar y acordarse siempre de los padres del género, de Conan Doyle o Agatha Christie, o de personajes como Hércules Poirot y Sherlock Holmes. Lo interesante es el camino. La trama. El entretenimiento. La evasión. El viaje.
Este género tiene como extra que no irrita a una parte de tu público potencial interno, cosa que sí ha ocurrido, por ejemplo, en Parany. Si nos fijamos en la campaña de Facebook de pago elaborada por la productora responsable de la producción, con apenas 250 seguidores en su página, la fecha de estreno fue compartida en más de 400 ocasiones y tuvieron casi 1.000 ‘me gusta’ y más de 300 comentarios. Dirán ustedes: ¡qué bien!, ¿no? Con tan pocos seguidores lamentablemente eso solo se consigue, como bien saben políticos como Donald Trump, a base de Facebook de pago. Y eso, únicamente, no va a determinar el éxito de la campaña.
De los comentarios, muchos de ellos son negativos (otros han sido borrados). Opiniones airadas, irritadas, por parte de un público que no quiere que les remuevan viejas heridas y que siente que les están dividiendo como pueblo, en vez de sumarles. Lamentablemente, nos guste o no, estemos de acuerdo o no con esa percepción por parte de los ciudadanos valencianos, es así. À Punt lleva de fábrica una connotación política que no puede quitarse tan fácilmente. Por tanto, el sentimiento de neutralidad en el imaginario colectivo debería lograrse a base de ser más papista que el papa.
En Galicia lo tienen claro. A Netflix se le ofrece la segunda ventana desde, incluso, antes de grabarse la serie. La negociación se hace sobre guión. Y Netflix, en ese sentido, marca pautas. Sí a la luz más oscura (norma que no está bien vista por las televisiones convencionales tradicionales); sí a escenas de sexo que probablemente no se podrían emitir en horario de protección infantil (coloca esa escena lo suficientemente tarde como para que ya no estén los niños despiertos); sí a aprovechar (y mostrar) los increíbles exteriores que podemos encontrar en cada esquina de Galicia (y de paso promocionas tu tierra a lo largo del mundo), gracias a los planos aéreos grabados con un dron; sé ‘glocal’ en tu temática (local y global), es decir, que los conflictos se puedan comprender en todas partes del mundo con unos sencillos subtítulos (y no con juegos de lenguaje); tampoco hace falta abundar en escenas corales ni en grandes estridencias. Dos policías, un pueblo, un caso, una mafia, un tráfico ilegal de lo que prefieran, un poco de sexo subido de tono y, como mucho, una persecución en coche. Fin.
Se me olvidaba. Lo de que ha sido un éxito de audiencias en TVG, como dicen erróneamente algunos artículos, para nada ha sido así. Sus seis episodios recogieron un 9,1% de audiencia media (91.000 espectadores) por debajo de la media de la cadena (la serie se estrenó el 3 de octubre de 2018 en TVG). Es decir, ya tenemos otra conclusión más: olvídate de los datos de audiencia que te den por el canal tradicional À Punt. La casa de papel y otros títulos de Antena 3 han sido también un fracaso en emisión vía televisión lineal para después invadir mercados gracias a este canal bajo demanda.
Por tanto, si À Punt quiere promocionar el audiovisual valenciano debe estar en esa ventana (Netflix, Amazon, HBO…). O como dicen comúnmente: si la montaña no va a Mahoma, que Mahoma vaya a la montaña. Ojo, digo Netflix o Amazon (plataformas internacionales), no Movistar (que solo te va a ofrecer una ventana de pago y de nicho).
La serie O sabor das margaridas ha sido coescrita por el reputado guionista gallego Eligio Montero (Gran Hotel, Bajo sospecha, Guante blanco, Desaparecida y la película de animación, recientemente premiada en Europa, Buñuel en el laberinto de las tortugas), junto con Raquel Arias y Ghaleb Jaber Martínez. La dirección corre a cargo de Miguel Conde (Serramoura, Bon dia bonica, Bajo sospecha, Gran Reserva, Padre Casares y L’Alqueria blanca, entre otras). Todos ellos, profesionales gallegos que conocen bien las estrecheces de los presupuestos de las televisiones autonómicas, a los que no escucharán jamás quejarse del presupuesto del que disponen.
Al contrario. Salta en ellos la creatividad a favor de la producción. ¿Cómo? Pactando el número de secuencias de exteriores, interiores y decorado de plató (el cuartel de la Guardia civil); los exteriores/noche y día; el porcentaje de secuencias corales (apenas); las 14 páginas/diarias de rodaje a base de LEDs o Kinofllo en la iluminación... Todo lo necesario para que salga adelante por 100.000 euros/capítulo (85.000 euros/cap por parte de TVG y 15.000 euros/cap por parte de Netflix), es decir, a un precio de mercado autonómico (como bien se demuestra al comparar su presupuesto con los de las series valencianas La Vall y La forastera), y con unos ritmos de producción que la industria valenciana conoce bien y cumple sin problema. ¿Era entonces un problema de presupuesto?
Titulada en Neflix como Bitter Daisies, cada capítulo de 70 minutos ha sido rodada en cinco días con una sola unidad, a base con exteriores, interiores naturales y un set en plató que es el cuartel de la guardia civil (ojo, aspecto que también se ha hecho, por ejemplo, en The shield ¿Y? ¿Les molestó como espectadores ver esa comisaría en un plató? ¿A que no?).
Quien haya visto la segunda temporada de The wire sabrá más que de sobra quién era Frank Sovotka. En cuanto vean A Estiba, que terminará llegando a Netflix (parece ser que están en conversaciones), les recordará al puerto de Baltimore. También podría ser el puerto de València si nos quitamos algunos miedos sin mucho sentido. Al tráfico ilegal a través de un puerto, hay que sumarle después una buena protagonista femenina, en vez de Guardia Civil, esta vez Comisaria. Personalmente me ha gustado menos en cuanto a las tramas familiares, demasiado telenevolesca. Sin embargo, demuestra que incluso se pueden rodar más exteriores/noche si se planifica bien la serie (un producto que de nuevo está en los precios y ritmos de producción autonómicos).
Es importante destacar otro de los errores, para mí, más flagrantes desde que nació À Punt: la toma de decisiones en cuanto a las compras de estos productos. En À Punt fue el Alto Consejo Consultivo, formado por perfiles más políticos que profesionales del sector, los que decidieron qué series se hacían y cuáles no. A mi parecer la decisión debería estar, al menos, apoyada por profesionales del sector que conocen bien qué se puede producir y qué no con el presupuesto del que se dispone (de 85.000 a 100.000 por capítulo); qué tono y tema pueden ser atractivos para la audiencia local, pero sobre todo con visión internacional. Que sea como la elección de un jurado de un festival de cine. Porque lo que nos interesa es que la marca À Punt esté bien valorada y que el sector audiovisual valenciano llegue lejos. Zapatero, a tus zapatos. Y si no eres zapatero, llama a uno que sepa.
En resumen: po-de-mos. Ahora solo falta que queramos.
El momento más visto fue la bajada de la Senyera con un 20,4% de cuota de pantalla, donde À Punt lideró la audiencia por delante del resto de cadenas.