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Adiós al "espacio del cambio"

20/06/2020 - 

La democracia española, desde sus inicios, prácticamente siempre ha configurado un sistema de bipartidismo imperfecto: dos grandes partidos, uno conservador y otro socialdemócrata, acompañados por formaciones regionalistas o nacionalistas. Y, a menudo, también por dos pequeñas formaciones de ámbito nacional que trataban de disputarles su espacio político -sin éxito- y generalmente acababan como socios minoritarios en gobiernos regionales o locales y, en ocasiones, fagocitados por el gran partido.

En España, el "pequeño partido de izquierdas" siempre fue el PCE, reconvertido en IU a partir de finales de los años ochenta. El "pequeño partido de derechas", en cambio, ha variado con el tiempo: primero fue Alianza Popular, un "pequeño partido" similar al PCE en el sentido de que se ubicaba en una posición más extrema que el partido grande al que aspiraba a sustituir (en el caso de AP, la UCD). La implosión de la UCD en 1982 llevó a que su espacio político fuese mayoritariamente ocupado por AP (único caso exitoso de sustitución de uno de los dos grandes partidos en la historia de la democracia española, hasta la fecha). 

Desde 1982 hasta 1993, el "pequeño partido de derechas" fue el CDS, la formación del expresidente Adolfo Suárez, que en 1986 conseguiría sus mejores resultados (9% de los votos, 19 escaños), pero sin que nunca llegase a amenazar la supremacía de AP (26% de los votos, 105 escaños), entre otros factores por la misma razón por la cual los "terceros partidos" tienen tan poco futuro en España: el sistema electoral español funciona como un sistema mayoritario en la mayoría de las circunscripciones, donde se reparten muy pocos escaños, y donde (hasta 2015) el reparto siempre era cosa de dos. 

Sucedió con el CDS y después, de 2008 a 2015, con UPyD, en el centroderecha; y sucedió constantemente, desde 1977, en la izquierda alternativa al PSOE. Votar al "pequeño partido", desde la perspectiva del voto útil, era "tirar el voto", lo que funcionaba como una profecía autocumplida: al no votar al partido pequeño por considerarlo inútil, éste se hacía cada vez más pequeño, y el voto, más inútil, hasta que el partido desaparecía y sus votantes se reintegraban -permítanme un pequeño homenaje a la Guerra de las Galaxias, al menos a las dos películas y media que en algún momento fueron buenas- en la gran flota estelar del Imperio o de la Alianza Rebelde (da igual qué partido consideremos que representa al Imperio y cuál a la Alianza Rebelde: ¡lo importante es que no puede haber más de dos!).

Todo esto cambió en 2015, cuando aparecieron dos partidos que, por fin, rompieron esa dinámica, con resultados que pusieron en riesgo la hegemonía del bipartidismo, porque lograron entrar en la "zona prohibida" de las provincias pequeñas en las que PP y PSOE (y antes UCD y PSOE) habían cimentado su hegemonía durante décadas. Y no sólo eso: uno de los dos partidos, Podemos, estuvo a punto de consumar el sorpasso al PSOE: se quedó a 21 escaños y a un 2% de los votos. En la repetición de las elecciones  de 2016 se acercó incluso más, quedándose sólo a 14 escaños y un 1,4% de los votos.

El otro partido del nuevo régimen "tetrapartidista", Ciudadanos, vivió su gran oportunidad cuatro años después, en abril de 2019, cuando logró ubicarse a sólo nueve escaños del PP, menos de un 1% de los votos. Sin embargo, la caída de Ciudadanos fue rapidísima: en noviembre del mismo año perdía más de la mitad de sus votos y casi todos los escaños. Podemos, en cambio, ha tenido un deterioro más lento (bajó de 71 a 42 escaños en abril de 2019 y a 35 escaños en noviembre), quizás porque Podemos cuenta con un "suelo electoral", el espacio de Izquierda Unida, que, aunque sea modesto en términos absolutos, también es constante, mientras que Ciudadanos ha recibido votantes de aluvión, de fidelidad mucho menos firme. 

Lo que está claro, en cualquier caso, es que el "cambio" atisbado con la eclosión electoral de Podemos y Ciudadanos ha acabado absorbido por el sistema. Como quizás querían desde el principio los promotores de dicho cambio, aunque seguro que en posiciones más favorables: al final, el "cambio" desde la izquierda ha acabado en la vicepresidencia de un Gobierno de coalición con el PSOE, mientras el "cambio" en el espacio de la derecha acabó derrumbándose por no querer aceptar esa misma oferta (una vicepresidencia en un Gobierno de Pedro Sánchez), en lo que quizás fue la mayor demostración de coherencia de un partido esencialmente incoherente. 

Al final, la fuerza centrífuga del bipartidismo se ha demostrado muy poderosa: en apenas lo que acostumbraba a durar una legislatura en tiempos bipartidistas, de 2015 a 2019, el espacio del cambio ha acabado sustancialmente debilitado, supeditado a los partidos a los que esperaban sustituir: Unidas Podemos es el socio necesario, pero menor, del PSOE en el Gobierno español y en muchas coaliciones de ámbito regional y local; lo mismo que sucede con Ciudadanos, fiel escudero del PP en las comunidades autónomas en las que gobierna este partido y en buen número de ayuntamientos.

¿Y qué decir del "espacio del cambio del cambio"? En la izquierda, Más País, escisión de Podemos con vocación de ocupar un espacio intermedio entre este partido y el PSOE, ha mostrado escasa implantación electoral fuera de la Comunidad de Madrid; si apenas hay sitio para dos, menos aún para tres. En cambio, en la derecha, el nuevo "partido del cambio", Vox, que como sucediera con AP se ubica más a la derecha que su "alma mater", ha logrado un crecimiento vertiginoso en apenas un año y sigue constituyendo una alternativa al PP. De hecho, por ese motivo el PP se afana en taponar esa vía de agua como sea (aunque sea pareciéndose más y más a Vox); aunque los datos de las encuestas muestren un progresivo debilitamiento de Vox y que sus votantes, poco a poco, vuelven al redil del PP, es posible que aún tardemos un tiempo en volver a los tiempos gloriosos del bipartidismo en el ala derecha. Grandes noticias para Pedro Sánchez. 

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