VALÈNCIA. Hablar con los muertos es algo que todos hacemos mientras estamos vivos. Casi siempre se llevan consigo allá donde quiera que se marchen, secretos y verdades que ya no podremos conocer. Y eso significa, entre otras cosas, que basta que uno se muera para que su presencia se revalorice. Es cruel, pero es cierto. A los muertos les hacemos mucho más caso solamente porque están muertos, si no, no pensaríamos tanto en ellos. El caso de David Bowie es muy ilustrativo. Se pasó diez años apartado de la música y a la gente le dio por decir que lo que le pasaba era que se estaba muriendo. No era cierto, y a mí siempre me llamaron mucho la atención esas ganas de quitarlo de en medio, como si lo mejor que hubiese podido hacer en ese momento era morirse. Su silencio no resultaba interesante, salía más a cuenta matarlo. A veces pienso qué diría Bowie de cómo le tratamos desde que está muerto. Esa maldita manía de pintarle el rayo tricolor en la cara, a todas horas. Se pasó toda su carrera quemando etapas artísticas y cambiando de personaje y ahora a cualquier foto suya le pintan el rayo. También me pregunto en muchas ocasiones qué pensaría Andy Warhol de muchos asuntos que definen nuestro presente. En cierto modo, él anticipó pensamientos acerca de nuestra relación con la fama, con la hiperexposición, con la banalidad, el vacío existencial, el consumismo. Es decir, con una buena parte de nuestro presente.
Algunas de las respuestas que quizá podrían surgir si alguien se hiciera con una ouija para hacer entrevistas y contactar con Warhol, he podido leerlas en el libro Conversaciones de ultratumba, una colección de charlas con ilustres difuntos, la mayoría de ellos escritores. La idea fue de Dan Crowe, que ya publicó algunas de ellas en la revista Zembla. Una selección ampliada aparece ahora en este libro, que cuenta con aportaciones exclusivas a dicho formato, y que en la edición castellana incluye también a autores españoles -Andreu Jaume, Edu Galán, Diego Manrique- que conjuran a Jaime Gil de Biedma, George Carlin y John Lennon, respectivamente. A Warhol lo entrevista Douglas Coupland, autor que, con su primera novela, Generación X, definió en 1991 a toda una promoción de seres humanos más necesitados que nadie de pertenecer a una generación en concreto. La primera generación con aspiraciones plañideras me atrevería a decir.
Coupland se pone al habla con Warhol, que está muy tranquilo en su nube celestial y le explica que existen herramientas de comunicación como YouTube, eBay o Google, que han cambiado completamente las reglas del juego de nuestra sociedad y que ni siquiera él, que en su día hizo películas experimentales que patrocinaban el tedio y el espíritu de los primeros realities televisivos -gente encerrada en una habitación hablando de lo mal que se lleva con gente que está en otra habitación-, pudo imaginar ni en sueños. El novelista le pone al día sin problemas. De hecho, está tan a gusto en su papel de mensajero que se olvida de que la verdadera estrella es Warhol y deja pasar la ocasión de hacerle saber que las Torres Gemelas fueron abatidas en un atentado. Prefiere hablarle de que existe un actor de moda llamado Leonardo Di Caprio y ensañarse con los efectos de la cirugía estética en tipos como Kenny Rogers, que ahora parece “su hermano gemelo gay con un toque, digamos, de violador reincidente”. Una conversación muy divertida que lo hubiese sido más si el entrevistador le hubiese dado pie para que interviniese siendo algo más que un oyente.
Particularmente emotiva es la pieza de Andreu Jaume, estudioso de Gil de Biedma y editor de los volúmenes que recogen su correspondencia y sus diarios, ambos publicados a título póstumo. Diarios aún sigue siendo objeto de feas polémicas a cuenta de algunas de las íntimas confesiones del poeta. Cuando leí este texto, pensé de inmediato en Pablo Sycet, que mantuvo una estrecha amistad con él y que cada tanto sufre con el reavivar de estos fuegos. En su magistral pieza, Jaume nos desvela cómo, al sumergirse tanto en el mundo y la personalidad del escritor, acaba también poseído por su espíritu y su creatividad. Partiendo de esa gloriosa ventaja, Jaume crea una maravillosa entrevista en la que se escucha perfectamente la voz de Gil de Biedma, el cual, ya que tiene la oportunidad de debatir sobre ciertas cuestiones, arroja sentencias como esta: “Es típico de españoles tomar una determinada experiencia como una proposición general, sin tener en cuenta las circunstancias que la propiciaron”. Y perlas como esta otra: “[…] siempre he dicho que España es un país arcaico, del Antiguo régimen, que no ha tenido una verdadera revolución romántica y que por ello es muy limitado a la hora de enjuiciar particulares”. Leyendo la entrevista de Jaume, uno tiene la sensación de que el poeta ha resucitado, o mejor, aún, que solamente está muerto para aquellos que son capaces de extrañarlo como se merece.
Cynthia Ozick, una de las más importantes narradoras vivas que tiene la literatura norteamericana, participa también Entrevistas de ultratumba. Eligió visitar a Henry James en la versión posmórtem de la Lamb House de Rye, que durante unos años fue el hogar del escritor. Ozyck aprovecha la oportunidad para hacer justicia y sacar del armario de una vez por todas al señor James, como homosexual (cuya vida transcurrió, en gran parte, en el siglo XIX, no olvidemos eso) y como hombre misógino y machista (esto sí me parece una injusticia, ocurra en el siglo que ocurra) que usa a las mujeres como parapeto para salvaguardar su identidad sexual. “Me embarga la perplejidad ante el muy acelerado empuje de las mujeres avanzadas”, le dice a Ozyck al recibirla. “No le gustamos. Ya lo dejó meridianamente claro en Las bostonianas”, responde ella. Al percibir la incomodidad del entrevistado ante las preguntas más afiladas, le explica que, “en el siglo XXI no pasamos por alto nada, abrimos las ventanas y levantamos las alfombras”. No sé lo que pensará de esta última afirmación mi querido Edu Galán, acostumbrado como está a participar en debates de este tipo. En su aportación al libro, el cómico George Carlin le dice que lo que más echa de menos de cuando estaba vivo es la risa. “Cuando alguien está vivo, la risa es el momento que más revela de ti. Pero los que estamos muertos, ¿qué tenemos que revelar? Nada. Que estamos muertos”. Puede que llegue un momento en el que acabemos teniendo tanto miedo a reírnos, a equivocarnos, a no tener razón, a callarnos, a vivir -porque gracias a la pandemia están consiguiendo que vivir nos dé miedo-. Si alguna vez llega ese momento, será como si estuviésemos todos muertos.