El escritor y analista pone sobre la mesa asuntos como "la desglobalización", "el fin del neoliberalismo" y la necesidad de "actualizar las herramientas de las democracias"
VALÈNCIA. Andrés Ortega Klein es analista y periodista. Escritor de libros como Recomponer la democracia o La imparable marcha de los robots, y experto en relaciones internacionales, está viviendo la cuarentena con bastante tranquilidad. Cuenta que "está muy acostumbrado a trabajar en casa", y que "uno acaba trabajando más que en tiempos normales, pues la gente está más disponible".
Nieto del filósofo Ortega y Gasset e hijo de José Ortega, fundador de El País, ve todo lo que está ocurriendo como una situación sin precedentes y opina que el mundo se enfrentará a enormes desafíos de ahora en adelante. Entre ellos, destaca "el proceso de desglobalización" que el parón productivo está ocasionando -y que difícilmente se limitará a lo que dure la pandemia-, la situación de "inevitable fin del neoliberalismo" y la necesidad de "actualizar" las democracias a las dinámicas tecnológicas de la actualidad.
-Se está viendo cómo la respuesta de muchos países ante esta crisis es el repliegue nacionalista. ¿Supondrá el coronavirus un declive para la Unión Europea o incluso su fin?
-Aquí entran en juego dos cuestiones. En primer lugar, estamos experimentando un repliegue de la globalización, en el sentido de que todos nos hemos dado cuenta de que dependíamos demasiado, en nuestras cadenas de suministros, de países como China (en el tema de las mascarillas y los respiradores, por ejemplo); e incluso en fabricación industrial. Por lo tanto, creo que vamos a vivir un proceso de desglobalización, en el que algunas de estas fabricaciones se van a traer a los propios países o a la Unión. Va a haber un repliegue nacionalista y, desde luego, un repliegue europeo. En segundo lugar, si esto va a dañar a la Unión Europea o no, dependerá de cómo vaya a reaccionar en los próximos días. Al principio, la UE se activó mal. Tanto la Comisión, como el Banco Central, cuyos presidentes creyeron que esto iba a ser pasajero. Pero corrigieron el tiro enseguida. El BCE sacó el 'bazooka' de las intervenciones, y la Comisión empezó a lanzar programas de ayuda no solo para europeos, sino también hacia el tercer mundo. Ha desarrollado una línea de ayuda a África y a otros países de 20.000 millones de euros. Falta que los países que más han sufrido económica y sanitariamente, reciban más ayudas directas. El Plan Marshall se basó en ayudas de EEUU para reconstruir Europa. Ahora debería haber una ayuda paneuropea para su propia reconstrucción. Es lo que está planteando el gobierno español, más o menos.
-¿Esta crisis pone en evidencia la ineficiencia del neoliberalismo? ¿Hará que nos dirijamos hacia la defensa de un pilar social más férreo?
-Yo creo que sí. El pilar social va a ser esencial, porque de otra manera, habrá levantamientos sociales en diversos países. No solo democráticos, sino también autocráticos, como Brasil, Rusia o China. El neoliberalismo ha quedado muy tocado, en el sentido en que la privatización y la financialización de la economía han llegado necesariamente a su fin. Pero no tiene por qué ocurrir lo mismo con el liberalismo. El neoliberalismo empezó en los 80, derivando de la idea de Friedman de que las empresas debían maximizar sus beneficios. Eso fue una novedad. Hasta entonces, las empresas siempre habían tenido que tener beneficios, pero entonces existía la idea del bien social que generan. Esa creencia de maximizar beneficios se ha visto reforzada por el hecho de que las empresas se centren en el aumento del precio de las acciones y el aumento de las remuneraciones de los directivos. Ya antes del coronavirus había un discurso muy fuerte que quería cambiar esto, y después, creo que atenderemos a aún más presión para que haya cambios en este sentido. En España hemos visto una incidencia muy fuerte durante años en la privatización de la sanidad. Creo que esto va a cambiar.
-En su análisis publicado por el Real Instituto Elcano, decía lo siguiente: “La necesidad de priorizar la ayuda nacional a los desfavorecidos mermará aún más la cooperación al desarrollo–europea, nacional y general– y pone aún más en tela de juicio el cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo Sostenible 2030”.¿Quiere decir esto que volveremos a la idea de que hay que ayudar a los desfavorecidos con donaciones puntuales en detrimento del fomento del desarrollo?
-Lo que digo es que vamos a tener que gastar mucho dinero para sacar a nuestras poblaciones del marasmo en el que están entrando. Sobretodo un país como España, que va a sufrir mucho tiempo por depender tanto del turismo. Por este motivo, va a haber menos dinero, tanto por parte de España como de Europa, para la ayuda al desarrollo. Con lo cual, hay que repensar cómo ayudar al desarrollo de estos países,. Hay otras maneras de hacerlo que no son solo dinero, como por ejemplo, mejorar las aperturas comerciales. Por otro lado, hay un gran riesgo de que los Objetivos de Desarrollo Sostenible 2030 no se cumplan. De hecho, ya estamos por detrás del ritmo para alcanzar su cumplimiento. Todo esto va a sufrir.
-Venimos viendo cómo las clases medias han ido erosionándose desde los años 80, la curva de Milanovic lo representa perfectamente. ¿Esta crisis exagerará esta tendencia?
-Creo que sí. Las clases medias ya se habían visto muy afectadas por la globalización, tanto por la competencia con otras clases medias, como por la entrada del automatización tecnológica, que ha quitado muchos trabajos de clases medias. La parte de en medio de la sociedad se estaba hundiendo, y esta crisis, con su impacto económico, va a afectar todavía más a las clases medias. Habrá que repensar a fondo cuál es, a partir de esta situación, el futuro del Estado de Bienestar. Se requiere un profundo análisis que hasta ahora no se ha hecho.
-Si hasta ahora, la respuesta de la sociedad a esta caída de las clases medias ha sido, entre otras cosas, la adopción de ideologías nacionalistas y xenófobas, ¿se verá la extrema derecha beneficiada con todo esto?
-Puede ser. Aquí entra una cuestión de generaciones. En 2008, la mitad de la crisis fue por el sistema financiero y la burbuja inmobiliaria, y la otra mitad fue por la introducción de la cuarta revolución industrial, que quitó el trabajo a mucha gente. Salieron más beneficiados los mayores (la generación babyboomer) que los jóvenes (millenials y posteriores). Ahora, estas generaciones también se ven afectadas en el sentido en que ya vienen de una crisis y unas expectativas vitales disminuidas, y ahora se ven todavía más disminuidos. Estas expectativas afectan en gran parte a clases medias e hijos de clases medias, así que es probable que si las instituciones no reaccionan como deben- incluida la Unión Europea-, se dará pie a un crecimiento aún mayor de los populismos. Ya sean de extrema derecha o de extrema izquierda.
-Pero se está poniendo en evidencia lo necesario que es un pilar social fuerte, así como unas herramientas efectivas de gobernanza global. Teniendo en cuenta esto, ¿no es una contradicción que los nacionalpopulismos vayan a verse beneficiados?
-Hay que tener en cuenta que los nacionalpopulismos tienen también un componente social fuerte. El fascismo y el nazismo también lo tenían.
-¿Tenemos precedentes, aunque sea en parte, de lo que está pasando, y en los que nos podamos basar?
-En realidad, no. La última gran pandemia que hubo, la mal llamada Gripe Española, se produjo durante una guerra mundial. Ahora no hay guerra, ni enemigo. No se trata de una situación bélica. Tenemos una sociedad y una economía mucho más compleja y sofisticada, que se ha parado. Se ha sabido cómo pararla, lo que no está claro es cómo volver a ponerla en marcha. En ese sentido, no hay precedentes, pues nunca se había interrumpido la globalización, salvo en periodos de guerra.
-El sociólogo Mariano Urraco dice que "si por algo se caracterizan las sociedades postmodernas, eso es su enorme capacidad de olvido", y que "cuando todo esto termine, intentaremos por todos los medios olvidar para volver al punto exacto donde nos encontrábamos antes de la crisis". Eso quiere decir, según él, que seguiremos mirando hacia otro lado con la crisis climática, con la crisis de los refugiados, etcétera; y que el cortoplacismo en política seguirá empapándolo todo e incluso aumentará. ¿Está de acuerdo con esto?
-El cortoplacismo continuará. Me gustaría que se pensara más en cooperación global, en ir un poco más allá, en que hay otras catástrofes posibles para las que no estamos haciendo casi nada: el cambio climático, que ahora está disminuyendo; la ciberseguridad, que de hecho cobra mayor importancia si todos estamos trabajando en remoto; etcétera, son asuntos que nos harán reflexionar. Aunque se descubra una vacuna en un año o año y medio, no creo que volvamos exactamente al punto de partida. La gente está reflexionando sobre el tipo de vida que llevamos. Vamos hacia situaciones nuevas que requieren respuestas nuevas. Y en ese sentido, hay muchos gobiernos que están empezando a mirar un poco más allá del corto plazo. La prospectiva se está empezando a imponer. Veremos en qué queda todo eso. La política tampoco cambia tanto, pero la forma de vida sí.
-Su abuelo decía: “Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo”. ¿Es bastante aplicable a esta situación, ¿no cree?
-Desde luego. Creíamos que teníamos una circunstancia estable y que podíamos explotar la naturaleza sin límites. El punto en que nos encontramos ahora lleva consigo la idea del final del progreso tal y como se ha entendido en los tres últimos siglos. Ya no tiene sentido la idea de crecimiento constante, de movimiento de gente constante y de explotación de la naturaleza. Esto, en parte, se va a cortar. Llegaremos a un nuevo paradigma. Será lento y tardaremos en llegar a él, pero es inevitable.
-¿Por dónde pasa ese nuevo paradigma?
-Sobretodo, temporalmente, por más Estado y más acción pública. Eso pasó también en 2008. Cuando hay una crisis todo el mundo se vuelve hacia el Estado y hacia los gobiernos para que actúen. La idea de progreso, en su sentido tradicional, se ha acabado. Aparte de haberse hecho evidente que la naturaleza no tiene recursos infinitos, se ha perdido la diferenciación entre lo virtual y lo real. Quizás estos meses hagan que esa pérdida de diferenciación entre lo verdadero y lo ficticio disminuya.
-¿Después de todo el presupuesto gastado por la OTAN durante décadas no se ha demostrado una debilidad y ausencia de previsión enormes, teniendo en cuenta que no han previsto la existencia de reservas por países miembro (mascarillas, respiradores, material sanitario...) para hacer frente a una pandemia?
-La salud es un tema competente, esencialmente, a las naciones. Entonces, no había previsión europea. Yo creo que esto va a cambiar después de esta crisis y que vamos a ver una Europa más implicada a nivel europeo y a nivel global. Otra cuestión es cómo actúan los Estados. Hemos visto Estados descentralizados que estaban muy bien coordinados por dentro, como Alemania, y otros mal coordinados por dentro como España o EEUU.
-Antes de que la pandemia llegara, las economías ya estaban mostrando signos de ralentización. Y sin embargo, da la impresión de que las instituciones hablan de salir de esta crisis para seguir haciendo lo mismo que antes. Parece que no estamos aprendiendo nada.
-Es demasiado pronto, ha pasado muy poco tiempo para hacer un diagnóstico. Sin embargo, habrá que sacar lecciones de lo experimentado, y algunas cosas aprenderemos. Lo que ocurre es que el ser humano, cuando soluciona un problema, tiende a generar otros que no había previsto. Esto puede pasar.
-¿Es responsable, desde le punto de vista político, usar una terminología tan bélica para referirse al coronavirus?
-Es un error. Esto no es una guerra. Primero, por la manera de luchar. El enemigo no es un ser racional con el que se pueda negociar. No escomo la frase de "la guerra es la continuación política por otros medios", de Carl von Clausewitz. Esa frase quería decir que, a pesar de la guerra, siempre hay un canal político para negociar su final. Aquí no se negocia con nadie. Por otro lado, para quienes han vivido guerras puede resultar perturbador.
-En las últimas semanas se han publicado informes que relacionan el origen del coronavirus con la contaminación. ¿Es posible que nos concienciemos más con el tema de la crisis climática?
-Más que de crisis climática, nos concienciaremos más con nuestra relación con la naturaleza. Parece que este virus es de origen animal, y que debió haber un accidente por el que se transmitió al humano. Se hace evidente la necesidad de regular mejor la relación del ser humano con la naturaleza. Eso incluye cuestionar asuntos como los plásticos en los océanos y la enorme dependencia que tenemos de los hidrocarburos.
-El politólogo Ignacio Martín Granados dice que uno de los problemas de nuestras democracias es que actúan con herramientas del siglo XX. ¿Hasta que punto están desfasadas esas herramientas en una crisis como esta?
-Están desfasadas de muchas maneras. Por ejemplo: estas pandemias estaban vaticinadas desde hace cuatro o cinco años por gente como Bill Gates o por la última Estrategia Nacional de Seguridad de España y, sin embargo, no se ha hecho absolutamente nada. Hace falta adecuar los sistemas políticos a las amenazas que están por venir y que no son las tradicionales, sino que son nuevas. Otros ejemplos (y estos son anteriores al coronavirus) son el uso de las tecnologías de la información, de las redes sociales o del debate público a través de los móviles. Todo esto hay que incorporarlo a la política. Y debe participar más gente aparte de los políticos. No solo a nivel estatal, sino global. En situaciones como estas, hace falta lo que yo llamo "gobernanza inductiva", es decir, no solo de arriba abajo, sino también de abajo arriba, con la participación de los Estados, las ciudades, las ONGs, las fundaciones, la comunidad científica y los ciudadanos.
-¿Realmente cree que China tiene recorrido como actor geopolítico global con aspiraciones a sustituir a EEUU dada la incompatibilidad de su sistema de valores y su modelo económico?
-No estoy nada seguro de que China quiera sustituir a Estados Unidos. Lo que quiere es tener el papel que le corresponde. Yo creo que China no será una potencia como Estados Unidos, sino que será menos imperial -usando la fórmula de Raymond Aron, referida a la idea de imperio-. China sí tiene la capacidad para ser una potencia igual a Estados Unidos en muchas cosas, e incluso superior en otras (como en el número de habitantes o la capacidad de big data); pero no creo que busquen reemplazarle. El peligro que veo en estos momentos es más bien un mundo en el que nadie mande ni tenga influencia efectiva para pacificar y resolver asuntos, pues esta pandemia ha debilitado a todas las grandes potencias. Desde luego a Estados Unidos y China, y también a Europa. Incluso a potencias como Rusia o Arabia Saudí, que con el precio del petróleo hundido se ven muy debilitadas interiormente.
-Ahora más que nunca se pone en evidencia la importancia de las tecnologías y cómo permiten que mantengamos el contacto social a través de videollamadas o redes sociales. ¿Es esto un paso más hacia el transhumanismo del que usted habla?
-El transhumanismo es incorporar esas tecnologías a tu propio cuerpo. Esta crisis ha producido una digitalización cultural y una alfabetización digital muy importantes. Estamos muy bien equipados en términos de redes y comunicación. Hay mucha gente que ha aprendido a usar estos aparatos para comunicarse con los suyos. Todos estamos aprendiendo a usar aplicaciones que no usábamos antes. Creo que esto va a suponer un paso adelante para España, pero necesitamos apostar todavía más por la inversión en ciencia y tecnología, que se ha quedado muy atrás.
-¿Qué papel pueden jugar las tecnologías en una situación como la actual?
-Las tecnologías pueden ser muy útiles para rastrear enfermos de coronavirus -lo que frena la pandemia- y para extraer consecuencias útiles para la gestión de la desescalada y del mundo futuro. Esto está empezando. Algunos países como Corea del Sur van más adelantados que nosotros. La tecnología sirve para luchar contra este tipo de pandemias. Por otro lado, creo que sin tecnología no se podrán resolver cuestiones como el cambio climático. No se podría llegar a un pacto verde en todo el mundo.
-¿Cómo ve el mundo dentro de 30 años?
-No me atrevo a responder a eso, estoy intentando ver lo que ocurre dentro de dos o tres años, así que imagina [ríe]. Creo que pesará mucho la revolución de las máquinas, la Cuarta Revolución Industrial, que va a hacer que gran parte de la gente no seamos útiles en la vida económica. Tendremos que reinventarnos para que el trabajo no sea el centro de nuestras vidas.