Me gusta aprender palabras nuevas. Este fin de semana, el ex presidente del gobierno Felipe González me ha enseñado una, en una excelente entrevista en la que habla de la “anomia” que afecta a líderes políticos de todas las partes del mundo, como si de un virus se tratara. Ojo, no confundir con anemia, neumonía o anémona… -esta última, la flor favorita de mi madre-. La anomia o anomía, que ambas acepciones valen según el Diccionario de la Real Academia Española, significa la “ausencia de la ley”, o "el conjunto de situaciones que derivan de la carencia de normas sociales o de su degradación”.
Y lo peor es que la anomia se ha apoderado tanto de los presidentes del cono norte como del cono sur, a éste y al otro lado del Atlántico. Pero la anomia no es una enfermedad contagiosa, aunque lo parezca, como pudieron parecerlo los autoritarismos de principios del siglo XX. Y tampoco tiene síntomas visibles o desagradables, como puede provocar la listeriosis cuando no acaba en muerte sino en detritus. A menos que el pelo amarillo pueda ser un efecto secundario.
Pero no es la norma, precisamente, en esta ausencia de normas. Por ejemplo, a parte del presidente norteamericano Donald Trump y del Primer Ministro británico Boris Johnson, que parece que comparten peluquero, el resto de afectados por anomia o carece casi de pelo, véase al mandatario ruso Vladimir Putin, o bien lucen un oscuro tupé como el presidente brasileño Jair Bolsonaro o el ex ministro italiano Matteo Salvini. Sí parece que tengan en común lo de los detritus, pero no voy a dar detalles escatológicos sobre lo que nos van a dejar.
Hasta ahora la ausencia de normas era propia de colectivos antisistema o de barrios marginales, a donde no llegaba el imperio de la ley. No es el caso. Veamos algún ejemplo de cómo estos garantes de la ley han intentado pasársela por el forro. El campeón es Donald Trump, que tiene varias de sus leyes recorridas en los tribunales, como la de inmigración y asilo. Lo divertido fue cuando una juez federal dictaminó que el presidente de los Estados Unidos no puede bloquear a los usuarios de twitter desde su cuenta oficial @realDonaldTrump.
Hablando de chiquilladas, su “alter ego” en Europa, el británico Boris Johnson, ha sido cogido en falta por las cámaras, en un discurso junto al presidente irlandés, haciendo gestos de aburrimiento. Pero lo que roza los detritus son sus tejemanejes en la Cámara de los Comunes, cuya mayoría parlamentaria, incluidos 21 de los suyos -tories rebeldes- le han puesto contra las cuerdas y contra la ley. Y dice Johnson que se la quiere saltar. Que se quiere saltar la ley aprobada por la Cámara la pasada semana, y que le impide la salida de la Unión Europea con un Brexit duro y sin acuerdo. Que va a saltarse esta ley porque no piensa pedir una prórroga a Bruselas. Por si acaso, su propio hermano, ministro de Universidades, ha dimitido. Y no es el único ministro que abandona a Boris Johnson. Londres, ciudad sin ley.
Esperemos no llegar a los extremos del “far west”, pero pistoleros hay en todas partes. Además de incumplir la ley de distribución de publicidad para favorecer a sus grupos de “whatsapp”, el presidente brasileño fue protagonista en el G7 por manifestar que no iba a cumplir los compromisos de París por el cambio climático. Ello le valió que varios países, como Noruega y Alemania, retiraran sus fondos de colaboración con la Amazonia, de 30 y 33 millones de euros. Bolsonaro se rió a carcajadas y les recordó que los noruegos son esos que matan ballenas. Poco reirá si la Unión Europea en su conjunto decide retirar los 128 millones de euros repartidos en diversos proyectos para proteger el Amazonas y que están en ejecución.
En Italia, al ministro Salvini, cuyas ínfulas han terminado con un autogolpe de Estado que le han dejado fuera del gobierno cual tiro por la culata, varios tribunales le afearon sus políticas migratorias y la prohibición de abrir los puertos a los emigrantes rescatados por las ONG’s. Y no es el único en Europa. Sus compañeros de viaje populistas ya han recibido más de una cachete de la Unión Europea.
Hace un año fue Polonia la que estuvo en la cuerda floja de que se le aplicara el artículo 7 del Tratado de la Unión, por intentar acabar con la independencia judicial con prejubilaciones forzosas de su cúpula judicial. Ahora, es Hungría la que sufre esta amenaza, que como mínimo supondría la suspensión de su derecho de voto y veto como miembro de la Unión, pero no sus obligaciones. El motivo es el desdén del gobierno de Viktor Orbán de las normas de derechos humanos al incumplir la legislación europea sobre asilo y retorno.
Hay unos cuantos más anómicos por la Europa del Este, con o sin listeriosis, que parecen haber contagiado con este virus también a los países más pro-europeos. Recordemos que el veto a Hungría no fue votado por los eurodiputados del PP español… Esperemos, no obstante, que no les dé por dejar los detritus a la puerta de su casa, como hacen con las leyes y como se hace con la basura en Bruselas.