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SILLÓN OREJERO

Arthur Koestler en el Artíco: I+D en los años de la Gran Depresión

"La estructura anárquica de una sociedad en la que unos tienen la fantasía y otros disponen del talonario de cheques provoca que el progreso de la humanidad se asemeje ya a ese clásico juego de mesa en el que el número de casillas que avanza cada participante depende de la suerte con el dado". Así describió el periodista Arthur Koestler las políticas de I+D en su época, que por lo que se ve no han cambiado mucho. Toda vez, la primera base mundial de lanzamiento de cohetes, de la que salió Von Braun, contó el periodista, dependía del patrocinio de una fábrica de sombreros.

23/09/2019 - 

Fue uno de los periodistas más interesantes del siglo XX. Marxista desde los primeros días, participó en la revolución socialista húngara de Béla Kun, por lo que tuvo que huir del país. Arthur Koestler trató de unirse a un kibutz en Palestina, era de origen judío (su apellido real era Kösztler) -dicen que porque no le iban los trabajos manuales, pero no le admitieron en la comuna. Mientras se iniciaba en el oficio de corresponsal periodístico, le salió una gran exclusiva. Sería el único periodista a bordo del Graf Zeppelin que viajaría hasta el Ártico en una expedición científica.

El relato de esta odisea ha sido publicado este año en España con el título de El Ártico desde la ventana de un Zepelín por la editorial Libros del KO. Es un pasaje que ya se podía encontrar en sus Memorias (Lumen, 20111), aunque esta edición cuenta con un extenso epílogo de Francisco Uzcanga. Su interés reside sobre todo en el sarcasmo y el humor con el que el reportero abordó las cuestiones políticas del momento, que estaban también presentes en un lugar tan poco propicio a priori como un zepelín con una misión científica.

Sus puntos de vista sobre el marxismo-leninismo en 1929 son sumamente interesantes, aunque aparezcan como coñas más que como una exposición ordenada de ideas, especialmente porque tras ser uno de los más firmes defensores de la URSS, después de que las autoridades soviéticas no aceptasen la publicación de un trabajo suyo sobre los planes quinquenales, con los años acabó siendo uno de sus críticos más contumaces.

Hay una reflexión en las primeras páginas que golpea en la mandíbula al lector con un uppercut que viene a explicar lo poco que ha cambiado todo. Es cuando uno de los pasajeros, Kohl-Larsen, al contemplar el norte de Alemania desde lo alto, exclama:

"Oh, qué maravillosa tierra alemana! ¡Más aún tenemos que amarte y abrazarte en un día jubiloso como el de hoy, un día en el que volamos de sur a norte en unas pocas horas! En los campos reina la laboriosidad y el vigor ¿Cómo es posible que haya tanta discordia y enfrentamiento entre las personas, en los pueblos y en las ciudades?"

Tras escucharlo, Koestler escribe con ironía:

"Oh, conmovedora molicie de un espíritu académico alemán! ¡Oh, tierna flor surgida de la espumosa filosofía cervecera! ¿Por qué no dices, señor doctor, lo que tenías en la punta de la lengua? que ha sido la 'venenosa cizaña asiática del marxismo' la que ha esparcido la discordia y el enfrentamiento por los jardines donde hasta entonces vivían en dulce armonía los mineros y los dueños de las minas, los reclutas limpiasuelos y los generales, los hambrientos y los ahítos..."

Son dos párrafos palmarios. Como español, tengo edad suficiente para haber escuchado a sacerdotes con formación elevada sugerir que España era un bálsamo de paz hasta que de repente pasó "algo" ¿qué sería? que nos llevó a un enfrentamiento fratricida en el 36. Una pregunta lanzada al aire olvidando u obviando que en el 33, 46 y 72 hubo tres guerras en el siglo anterior.

El cura al que hago referencia se refería al marxismo, o a la izquierda, una ideología que conducía a la guerra civil, no así la desigualdad. Actualmente, seguimos en las mismas. Las teorías sobre un pasado edénico cuya restauración traerá un futuro radiante están a la orden del día y todas se basan en lo mismo, ese "algo" que hay que eliminar por métodos expeditivos, ese "algo" que nos impide alcanzar el confort celestial que nos merecemos o merecen algunos. Razonamientos de la Edad de Piedra que, como le enervaba a Koestler, también ahora proceden en buena parte de un mundo académico que legitima los retrocesos.

En lo referente a la financiación de la expedición científica, tampoco ha cambiado mucho la situación. Tan solo, quizá, en que la Alemania que se retrata en 1929 era, en palabras textuales, "un país pobre". Los pasajeros tuvieron que volar sobre el Ártico con todo el material necesario si había un accidente y tenían que descender, excepto un equipaje fundamental: pieles para el frío. Los rusos que se unieron al grupo alucinaron cuando vieron que no había, pero eran demasiado caras. Tenían trineos y tiendas de campaña, utensilios de caza y de todo de mil cosas que eran todas más baratas. Sin embargo, para lo más caro nadie tuvo cifras. Dijo Koestler: "hacer un aterrizaje, una contingencia que significaría nuestra muerte segura (...) las pieles no alcanzaban ni las expectativas publicitarias ni el patriotismo". 

Ahí están las reflexiones del autor sobre las siempre delicadas y frágiles inversiones en I+D: "Empezando por Cristóbal Colón, que mendigó de corte en corte el dinero necesario para descubrir América, pasando por el capitán Peary, quien, después de ser el primero en llegar al Polo Norte, tuvo que dar ciento sesenta y ocho conferencias en noventa y cinco días para poder pagar sus deudas".

A tal punto, asegura Koestler, que la famosa primera base mundial de lanzamiento de cohetes, la de Berlín-Reinickendorf, fundado por Rudolf Nebel y donde empezó su carrera Von Braun, padre de la cosmonáutica, dependía de la financiación de la fábrica de sombreros "de un moravo de apellido Hückel". Su sentencia fue definitiva: "el constructor de cohetes pudo alcanzar por primera vez los diez kilómetros de altura; pero si la fábrica de sombreros quiebra, es de temer que en los próximos años no llegaremos a la luna".

Lo más sorprendente de este viaje de Koestler en zepelín es que, quizá como luego ocurriera con los Apolo u otras misiones espaciales, descubrir un fallo se pagaba con la vida. Del mismo modo, es apasionante descubrir su reacción cuando se ven en situaciones como que el año consta de un día y una noche o sus contactos desde el aire con los lugareños. Y todo sin nicotina, sin poder fumar, para que no explotase el globo.

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