La cinta de Álex Montoya, basada en la obra de Juli Disla y Jaume Pérez, busca en todo momento centrar el interés del espectador ante los discursos cambiantes una incógnita latente: ¿de qué están discutiendo?
VALÈNCIA. El 15 de mayo de 2011, una manifestación masiva acabó en una acampada pequeñita en la plaza del Sol de Madrid. La acción se viralizó (en el mejor sentido de la palabra, cuando no se viralizaban tantas cosas al día), la gente empezó a plantar más tiendas en la capital y a reproducir la protesta en sus ciudades, y se creó una especia de mapa de ilusión que empañó los últimos días de la campaña electoral de las municipales y autonómicas de entonces. Los lemas ocuparon la atención mediática y parecía que el tejido social de España iba a tomar mucho más protagonismo del que había tenido hasta entonces. Casi ocho años después, la gran movilización ciudadana de la década (ahora parece que bajo la sombra del 8M) ha acabado con un par de partidos más, un peso similar del progresismo en todas las cámaras de representación políticas y más discusiones de las que parte de ese tejido social estaba dispuesto a soportar.
Al final, se ve que el 15M tenía mucho que ver con las dinámicas que llevaban décadas practicando los AMPAs, las fallas o las comunidades de vecinos. Personas que hablan, discuten, se cortan y matizan lo dicho. Y sobre eso habla Asamblea, el largometraje con el que el valenciano Álex Montoya debuta en la gran pantalla y que presentó el pasado viernes en el Festival de Málaga. Este segundo trabajo con sello valenciano (se trata de una coproducción entre Kaishaku Films y Nakamura Films, con el apoyo de À Punt y el IVC) poco tiene en común con el trabajo de Roberto Bueso más allá de un hilo conductor cómico.Asamblea propone una reunión en la que, justo antes del verano, parte de un colectivo debate una misteriosa "Propuesta de Texto Definitivo referente al Concierto". Y aunque Josep (Francesc Garrido) cree que el documento se aprobará con facilidad, pronto empiezan las primeras resistencias y se crean rápidamente las tensiones lógicas de toda reunión de más de dos personas. La película no cae en la burla pero sí en un claro tratamiento irónico de lo que suponen las pequeñas organizaciones: la baja participación, las implicaciones fantasmas, las matizaciones absurdas o hasta el mansplaining.
Todo sucede en la poco más de hora y cuarto, y desde el principio hasta el final la película no dejará descansar al espectador con frentes y más frentes abiertos. Es la solución que da Montoya para adaptar la obra de Juli Disla y Jaume Pérez. El montaje original sentaba al público como parte de la asamblea y los actores se camuflaban y actuaban dentro de ese escenografía integrada. "Nosotros teníamos mucha expectación de ver cómo resolvía esa adaptación, pero la aportación de las nuevas líneas argumentales le ha sabido dar la riqueza que podía necesitar", cuentan los propios Disla y Pérez.
Trasladar la idiosincrasia de ello no ha sido tarea fácil, y ante una cámara que se permite el lujo de no enunciar prácticamente (salvo algún momento donde redirige el foco de atención), el realizador se lo ha jugado todo al guion y las interpretaciones. En esos dos terrenos, la película cumple su función: los diálogos son generalmente muy naturales y creíbles, sin caer en la estridencia que en este tipo de historias de enredos se le suele servir en bandeja al autor, y destacan algunas interpretaciones que satisfacen su papel de sobra, como Jordi Aguilar, que tal vez sea la mejor de todo el elenco. También Greta Fernández y el personaje que interpreta, que ha surgido en la adaptación y se mimetiza con la historia perfectamente.
Con todo esto, el film de Montoya también sabe decir adiós cuando toca. Una de las decisiones más arriesgadas, tanto de los autores originales como del realizador, es la de no desvelar nunca el objeto del debate, intentando universalizar el conflicto, creando así una incógnita que resulta a la larga incómoda. Cuando las tensiones llegan a su punto álgido, lo mejor es relajarse y parar, y así lo hace la propia historia.
La asamblea no terminará con conclusiones definitivas, y eso también es un poco reflejo de la era post-15M, que en realidad es la magnificación del hecho colectivo pre-15M. Lo explican bien los autores originales de la obra: "Hemos estado implicados desde siempre en el asociacionismo y nos parecía muy interesante acabar como suelen acabar estas cosas, con prisas, sin conclusiones claras, y cosechando pequeños éxitos. En realidad, se trata un poco de eso, de ir paso a paso para que no haya una desmotivación, sino ganas de seguir trabajando". "El 15M ha puesto de moda -en el mejor sentido de la palabra- estas dinámicas", añaden. Visto así, en una segunda lectura, el final se ve de una manera más optimista: si en la política española actual se pusieran de acuerdo --aunque fuera mínimamente- como lo hacen en el film en solo hora y cuarto, otro gallo cantaría.
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