VALÈNCIA. Las puertas del Bioparc Valencia no han abierto todavía pero ya hay familias esperando a entrar. Los más pequeños se muestran alegres, ilusionados y con cierta impaciencia. Quince minutos les separan de ese momento en el que, después de tres meses, volverán a estar en contacto con la naturaleza y disfrutar del mundo animal. Al otro lado, en sus respectivos hábitats, esperan divertidos gorilas, serpientes enroscadas y leopardos que descansan bajo la sombra de un árbol. También la veintena de crías que han nacido durante el estado de alarma demostrando que, a pesar de todo, el ciclo de la vida sigue su curso.
Un ‘baby boom’ propio de esta época pues la primavera es el momento del cortejo, del apareamiento y de los nacimientos. "Hemos tenido varios nacimientos muy importantes, como el de tres crías de dos especies en peligro de extinción, dos gacelas Mohrr, un antílope bongo y una cría de hipopótamo", señala Pepa Crespo, directora de comunicación de Bioparc Valencia. Dadas las circunstancias en las que se produjeron los nacimientos “es lo mejor que nos ha pasado durante el estado de alarma porque han sido momentos muy duros para todos”.
Tiene razón porque es emocionante ver al pequeño hipopótamo salir a la cueva de Kitum sin despegarse de su madre y subir como un torpedo a la superficie del agua para luego volver a pegar su cabecita al cuerpo de Rigas, su madre. Junto a su protectora y enorme madre está desde que nació y seguirá estándolo en los próximos dieciocho meses, hasta que se valga por sí mismo.
Serge Barberá, cuidador del Bioparc, explica que el bebé nació por la noche en el recinto de hipopótamos interior, que cuenta con una zona acuática interior porque los hipopótamos paren bajo el agua. “Fue una sorpresa porque aunque sabíamos que Rigas se encontraba en un avanzado estado de gestación, no podía saberse con certeza la fecha”, comenta el joven sobre un proceso en el que no se interviene para evitar ocasionar molestias innecesarias. El bebé lo encontró un cuidador cuyo padre había fallecido pocos días antes y en medio de la crisis sanitaria originada por el coronavirus. Por esa razón y en homenaje a las personas que han fallecido durante el estado de alarma y a sus familias, el pequeño hipopótamo se llamará Gori; el apodo que tenía el padre del cuidador.
Lo cuenta Sergi mientras vemos los momentos divertidos que protagonizan madre e hijo bajo el agua gracias a que Bioparc Valencia es el único centro de España que recrea los hábitats de los grandes lagos y ríos africanos ofreciendo una visión subacuática de los hipopótamos conviviendo con diferentes especies. “En estas aguas hay veinte especies de peces que contribuyen al mantenimiento natural de las aguas”, matiza
Sin dejar de mirar a ese gran escaparate dominado por la figura de ambos, Crespo sostiene que durante el estado de alarma "nuestro deber era protegerles de todo lo que sucedía en el exterior y que siguieran con una vida normal”. Además, comenta que durante estos tres meses los animales han sentido el vacío del parque pues el contacto con seres humanos se ha limitado a la presencia de cuidadores y veterinarios —se crearon dos equipos para evitar contactos—.
Una ausencia humana que se ha notado en la actitud de algunos animales. Por ejemplo, los gorilas les miraban con cierta curiosidad y otras especies como las jirafas y los antílopes se paraban al ver pasar a alguien. Pepa Crespo detalla que la propia naturaleza de estos mamíferos les lleva a estar en alerta y durante el confinamiento “en lugar de alejarse se paraban en seco, no apartaban la mirada y parecía que se preguntaran qué hacíamos allí” y con humor dice: “han hecho como nosotros, que cuando estábamos en nuestro balcón señalábamos al coche que circulaba”.
A día de hoy todavía se nota esa curiosidad pues mientras vemos a la familia de gorilas, un mangabey (de coronilla blanca) se queda absorto mirando fijamente lo que hacíamos. Igual ocurre con las mangostas rayadas, que, sin darnos cuenta, salen de sus agujeros llenando el recinto de su característico sonido. Un grupo que ha aumentado en las últimas semanas porque han nacido dos camadas.
Si se habla de sonidos y de nacimientos especiales hay que dirigirse al bosque ecuatorial, donde el nacimiento de algunas crías ha sido celebrado con gran entusiasmo. Es el caso, por ejemplo, de la cría de dik-dik de Kirk, el antílope más pequeño de África y catalogado dentro de la lista roja de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) porque su piel es muy apreciada para la confección de guantes.
Pepa Crespo señala a la pequeña que, situada sobre una roca, mira con los ojos brillantes y moviendo el hocico constantemente. “Nuestro objetivo como parque es concienciar a las personas de la importancia de apreciar y conservar las especies de animales y contribuir activamente en la preservación de la biodiversidad y las especies en peligro de extinción”, recuerda. Lo remarca porque se trata de la primera cría de una joven pareja de dik dik de Kirk que llegó al parque dentro del programa internacional de conservación (ESB) de esta especie, con lo que el nacimiento de esta hembra “supone un éxito al esfuerzo de muchos”.
Precisamente en ese bosque ecuatorial se encuentra 'la joya' de Bioparc Valencia pues durante este tiempo también ha nacido una hembra de bongo, una especie de antílope de gran tamaño que se encuentra al borde de la extinción. Crespo da el número: quedan 70 bongos orientales en todo el mundo. “Su nacimiento fue toda una alegría porque es la especie con más peligro de extinción que tenemos en el parque”, comenta sobre el cuarto alumbramiento en el parque de esta subespecie.
De hecho, Bioparc Valencia participa en el programa europeo de reproducción (EEP), en el que colaboran cincuenta instituciones para lograr su supervivencia de forma genéticamente viable y, en caso de necesidad, la reintroducción futura en su hábitat. “El primer paso es preservar la especie y al mismo tiempo educar a los países para crear un hábitat correcto para las especies”, resume Rubén Pardo, jefe de cuidadores de Bioparc Valencia.
El mejor ejemplo se encuentra en el hábitat de la Sabana pues allí está la gacela mhorr, que se distingue por sus cuernos en forma de ‘s’. La pequeña ya corretea junto al rebaño de ocho ejemplares que comparten recinto con otros antílopes, los addax, la grulla coronada cuelligrís y la tortuga de espolones. Su nombre, Hope, fue fruto de un proceso de votación que se realizó a través de las redes sociales. “Es un nombre muy simbólico que nos recuerda que es posible vencer a la adversidad cuando se coopera con un fin común”, explica Crespo sobre la primera cría que nació durante la cuarentena.
Un nombre que tiene doble sentido porque su nacimiento da más esperanzas a su reincorporación —Bioparc Valencia forma parte del Programa de Conservación Internacional (EEP) de la especie que se extinguió en su hábitat—. De hecho, Crespo explica que sobrevive gracias a que el profesor José Antonio Valverde rescató del Sahara un grupo de once ejemplares para conservar la especie. “Todas las gacela mhorr del parque descienden de aquellas que en su día protegió Valverde”, detalla Rubén.
Un ciclo de la vida que también se cristaliza en el nacimiento de dos crías de blesbok, otra especie de antílope “casi al borde de la extinción por la caza masiva”. De lejos las vemos, corriendo por la pradera en medio de las Jirafas y con la mirada de la leona, situada en lo alto de su roca. La emoción es compartida por los visitantes que, con sus mascarillas, disfrutan de volver a ver a los animales.
Un paseo por África igual de emocionante pero con las nuevas medidas de seguridad establecidas por el gobierno: cierre de máquinas de vending en algunos puntos, uso de geles en los accesos con puertas, itinerarios marcados para evitar contactos y un aforo limitado, de momento, al 35%. “Es la primera semana que abrimos y queremos ir ampliando el aforo poco a poco porque lo importante es que las personas puedan disfrutar tranquilamente de la visita y, sobre todo, con total seguridad”, comenta Crespo.