ALICANTE. Operación Balmis es el nombre que el Ministerio de Defensa ha dado al operativo militar con el que el ejército español se está desplegando por todo el país para luchar, de forma conjunta y coordinada con el resto de cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado, contra el coronvirus. Pocos han sido los que han criticado esta decisión de sacar el ejército a las calles en misión humanitaria en esta situación excepcional y extraordinaria que estamos viviendo, sino que más bien ha sido aplaudido de forma casi unánime.
Al margen de sus tareas de desinfección en más de trece provincias con sus tres mil efectivos desplegados, ver en televisión los albergues para gente sin hogar que han habilitado y las imágenes de dos militares ayudando a una señora mayor a llevar la compra a casa, removían estos días las emociones de todos los que permanecemos confinados, pero también (y más, si cabe) del resto de trabajadores y voluntarios que se exponen a diario a este virus y a la impredecible virulencia de la enfermedad que provoca.
Ese es, precisamente, el afán que se ha querido rememorar al dar título a esta operación militar. Un nombre con el que se rescata la hazaña que en su día llevó a cabo Francisco Javier Balmis (1753-1819), médico y militar alicantino que hace más de dos siglos emprendió una durísima expedición para tratar de salvar de la viruela al mundo, cruzando los océanos y llevando a diversas puntas del globo la vacuna contra esta enfermedad. Y es que, en momentos trascendentales como este, también es importante recurrir a la memoria histórica que pone en su sitio a quienes un día hicieron algo memorable por la sociedad.
La viruela se cebaba con las poblaciones de todo el mundo a finales del siglo XVIII y principios del XIX cuando, en 1803, el doctor Balmis, médico militar de origen alicantino, acepta emprender una misión hacia el continente americano, la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna —también conocida como Expedición Balmis—, para llevar hasta allí los últimos avances en la lucha contra esta enfermedad. Él no era el descubridor de esta vacuna, sino que esa nueva técnica inmunológica se le atribuye al científico británico Edward Jenner. Sin embargo, sí fue quien se atrevió a cruzar el mar para expandirla por medio mundo.
Se trataba de un virus que afectaba de especial manera a los niños y cuya enfermedad hacía salir grandes bultos en la cara que dejaban después importantes marcas que permanecerían para siempre en los rostros de los enfermos. Rara vez afectaba a una persona mayor, de ahí la expresión "a la vejez, viruelas". Precisamente por eso, un grupo de veintiséis niños huérfanos —a quienes denominaba 'angelitos' en sus misivas con el Gobierno de España— fueron clave en este viaje en el que Balmis les fue inoculando la enfermedad uno a uno, cada dos semanas, para que el virus se mantuviera en el barco hasta llegar al destino, estando siempre atendidos por él mismo y con los cuidados del resto de su equipo.
Tras el viaje, los niños fueron acogidos en un hospicio de Méjico y posteriormente adoptados. Después comenzó la difusión de la vacuna por todos los territorios que comprendían el imperio español, pasando por Puerto Rico, Venezuela, Cuba, Colombia o Chile, aunque también la llevaría después hasta Norteamérica, Asia y Filipinas. Sin embargo, no fue hasta bien entrado el siglo XX cuando esta enfermedad se erradicaría por completo. La hazaña fue incluso llevada a la pantalla con la película 22 ángeles, dirigida por Miguel Bardem y con música de otro alicantino, Luis Ivars. Quien dio vida a Balmis fue el actor Pedro Casablanc.
Francisco Javier Balmis llegó a ser médico personal del rey Carlos IV y, en el centenario de su muerte, la ciudad que le vio nacer quiso homenajearle poniendo su nombre a una plaza, como recuerda el investigador y divulgador Alfredo Campello, de la asociación Alicante Vivo, en su último libro, Alicante a pie de calle. Un lugar, esta plaza, que no ha estado exenta de polémica por su transformación urbanística en los últimos tiempos, tras la inauguración de la obra en 2014, pero donde también la Guerra Civil ha dejado su huella ya que el subsuelo alberga un refugio para unas 450 personas, que actualmente está puesto en valor.