VALÈNCIA. En España no hubo que esperar a que en los campus estadounidenses estallara un movimiento cultural que tuvo una gran influencia en todo el mundo. En las universidades madrileñas a finales de los 50 y principios de los 60 ya comenzó una contestación al régimen franquista con aquella frase que reventaba los cimientos de la dictadura: "Nosotros, hijos de los vencedores y de los vencidos". Hubo entre los detenidos aquellos años muchos personajes ilustres, alguno ahora apoya a Vox y se dedica a presumir de su abultada agenda sexual, pero poco conocemos de los anónimos. Los que estudiaban con becas y las perdieron por los disturbios y se tuvieron que volver de la capital por donde habían venido. Es muy fácil olvidar las sombras de la Historia o pasarlas por alto.
Ahora, no obstante, pasados setenta años del inicio de la segunda mitad del siglo XX, hay muchos fenómenos que se pueden poner en contexto y analizarlos desde una óptica menos romántica. Un ejemplo es lo que sucede al ver un clásico de los documentales, Berkeley in the Sixties, de Mark Kitchell, que analizaba con fuentes primarias cómo una comunidad universitaria ordinaria y aburrida, completamente integrada en el sistema, se revolucionó de tal manera que acabó siendo uno de los focos de la contracultura y los movimientos políticos extremistas de la época. Se trata de la universidad de Berkeley.
Tras las dos horas de testimonios, con unas imágenes de archivo impagables, la conclusión inequívoca a la que se llega es que hubo muchas revoluciones simultáneas en un mismo periodo. Coincidieron los movimientos por la libertad de expresión, por la lucha por los derechos civiles y contra la guerra de Vietnam, sucediéndose o solapándose, con la explosión del rock and roll, el consumo de drogas y la libertad sexual. Ahora que hemos asumido muchos de esos cambios de mentalidad, pensamos que todo sucedió como en el génesis en aquellos años, pero la realidad es mucho más prosaica. No parece en absoluto que ni esa sociedad ni aquella juventud digiriera semejante conmoción.
Un detalle llamativo es que en pleno Macartismo a su aquelarre inquisitorial se le denominase Comité de Actividades Antiamericanas. Exactamente el mismo fenómeno que la Antiespaña contra la que se hizo la Cruzada en el 36 en este país. Las imágenes de estudiantes que le cantan el himno de Estados Unidos a los que están protestando en favor de la libertad de expresión son muy elocuentes. La exaltación de los símbolos nacionales, en todo el orbe, ha servido siempre para aplacar al disidente. Mención aparte, aunque afortunadamente reducida al ámbito balompédico, fue el día en que se trató de silenciar aquí los pitos en la final de la Copa del Rey a la Marcha Real con una reproducción del himno a 100.000 vatios.
Al margen de otras consideraciones, aquellos disturbios entre estudiantes patriotas, verdaderos americanos, y los que no lo debían ser tanto que exigían que el derecho a la libertad de expresión fuera efectivo, se estrellaron contra un muro de granito. En la universidad se reiteró la prohibición de actividades políticas y se tachó a los manifestantes de lunáticos desaseados. La calidad del documental empieza aquí. Hay testimonios que recuerdan que aquellas demandas serias fueron progresivamente absorbidas por manifestantes más tendentes a la utopía. Hablaban de que iban a conseguir con sus protestas el control de la universidad y que los que actualmente mandaban iban a acabar quitando las hojas del parque. La realidad estaba muy por debajo de esas expectativas. Esos delirios, protestan, hacían la labor de zapa a las demandas serias y bien estructuradas.
En este punto hay una crítica a los movimientos maximalistas. John Gage, un activista que luego acabó trabajando en la candidatura de Robert Kennedy se queja de que haber tomado la calle con violencia para protestar contra la guerra, había perjudicado a lo que sería una salida de la guerra ordenada, consensuada y con la fuerza de las urnas detrás. Es un político gradualista y, aparentemente, puede tener razón. No hay nada que arruine más cualquier movimiento que el hecho de que sea desbordado por su expresión radical. Es algo más viejo que la tos, sin embargo, hay otras opiniones. La virulencia de aquellas manifestaciones en la calle preocupó a la seguridad del estado. Hay escenas impresionantes de los estudiantes gritando Sieg Hail! a una policía en retirada.
Aparecen también imágenes impagables de cómo iban los soldados en autobús a los centros de reclutamiento para salir hacia Vietnam completamente rodeados de manifestantes y escoltados por la policía. Según dice un activista, John Edgar Hoover le dijo al presidente Johnsson que si llevaba a cabo su plan de trasladar un millón de soldados a Vietnam para ganar la guerra, no podía garantizar la seguridad en el territorio nacional. Después de eso, Johnsson preparó su dimisión y abandonó la política. Es decir, según explica este ex estudiante, lograron cargarse al presidente y detener así la guerra. Algo que habría que poner en duda o en contexto, porque con Nixon lo que hubo después fueron unos bombardeos atroces.
Otro movimiento que fue desbordado por la expresión extremista fue el de los Panteras Negras. Es divertido cuando recuerdan que compraban el Libro Rojo de Mao de saldo en un bazar chinos y se lo vendían por un dólar a los estudiantes de Berkeley. Con ese dinero lograron comprar armas. Todo gracias a Mao, aunque su libro no lo había leído ningún Pantera Negra ni le interesaba.
Sin embargo, esas armas aparecieron en primer plano en la prensa. A los medios les encantó este grupo y su formación paramilitar, sus discursos en los que se proclamaban la vanguardia revolucionaria, lista para entrar en combate en cualquier momento. Según uno admite, estaban muy lejos de poder llegar a ninguna parte con las armas, pero ese detalle les puso en el foco y fueron infiltrados, desestabilizados, detenidos arbitrariamente e incluso asesinados por culpa de la dichosa prensa. Esa es la parte paradójica del debate. A todos les pasó lo mismo. Muchos líderes sociales fueron asesinados, empezando por Martin Luther King, pero el candidato del estudiante que se muestra más partidario del diálogo y los cambios graduales convenciendo a toda la población sin asustarla, Robert Kennedy, fue asesinado igualmente. Sin embargo, el que triunfó fue un político que se enfrentó a todo lo que se había expresado en Berkeley y no cesó de citarlo constantemente para erigirse en su gran azote, su nombre era Ronald Reagan.