Hace unos días 50.000 valencianos que votaron a derechas en las Generales optaron por el Botànic para su gobierno autonómico. 50.000 personas que, quizá votando a PP, Ciudadanos o Vox para el Estado, decidieron que aquí, las candidaturas de estos partidos no les convencían tanto como la posibilidad de un Botànic II. Desde entonces, la presión mediática hace que la atención recaiga sobre el quién. Quién en cada conselleria, quién en la portavocía, quién será quién en cada puesto de mando avanzado e intermedio.
La vicepresidenta en funciones insiste en que la prioridad para el diálogo de un Botànic II es el qué y no el quién. Más allá de lo estético de la política ('el qué por encima del quién'), en este Botànic resabiado a nadie se le escapa que el quién determinará el qué, en gran medida. Piensen en Climent. Piensen en Montón. Quién haga qué. De eso se trata ahora, en gran medida. De eso se trata ahora en las citas internas de cada partido por la defensa de cuanto más terreno de mando mejor.
El Consell que se avecina es a cuatro bandas y no a tres. EUPV aceptó integrarse en la candidatura de Podem y la unión hizo su fuerza. No fue una integración sin fisuras y no pasarán por alto la posibilidad de tocar cartera. Por eso, les ahorro titulares del mañana: el incremento de consellerias es inevitable. De las 10 actuales se pasará a un número de entre 12 y 14. Leña para las "afirmaciones falsas" del opositor Cantó. Le quedan cuatro años para recordarnos que él iba a recortar la Administración autonómica en 750 millones. Recuerden ustedes que prometió explicar de dónde durante la campaña y que ese hilo de Twitter nunca llegó.
Más allá de las tres vicepresidencias (a lo Partido Popular en tiempos de mayorías campsistas), la importancia del inminente Gobierno trasciende a los próximos cuatro años. Por mucho. El Botànic II es un todo o nada para medir la salud de la izquierda valenciana y su capacidad ejecutiva. Durante cuatro años hemos soportado hasta el astío la letanía de la herencia recibida. Un lugar común y cansino con sinónimos como el lugar de la tierra quemada o lo mal que estaba el piso cuando entramos a vivir. Confío en que si hay un término al que valencianas y valencianos se han hecho alérgicos durante el primer Botànic, ese es el de "transición".
Si al cabo de ocho años a alguien se le ocurre volver a hablar de "transición" o "herencia recibida", el impacto electoral no solo será inmediato, sino a futuro. Uno de cada tres niños valencianos está en riesgo de pobreza y exclusión (algo se ha mejorado desde 2015; algo insuficiente) y somos la sexta comunidad autónoma más pobre de España (crecemos por debajo de la media y nos desaceleramos más rápido). Son solo dos ejemplos transversales. A la ciudadanía se le puede pedir paciencia, pero no exigírsela. Visto desde otro punto de vista, el Botànic II servirá para evidenciar quién entre los quienes ha estado a la altura de su tiempo en mando.
Para los que no cumplan, el problema a futuro tendrá que ver con la confianza traicionada. Volver oír hablar en los próximos meses o años de "transición" y "herencia recibida" debería ponernos ya en alerta. Podría ir socavando a marchas forzadas la confianza. Y, a corto plazo, el entusiasmo. Si a alguien le hace falta un modelo para vislumbrar un futuro negro al respecto, solo debe fijarse en el PP. La mitad de sus antiguos votantes prefieren redirigir el voto hacia donde sea antes de enfrentarse al dilema de reafirmar los fracasos que, por cierto, tanto han aportado a los peores nuevos tópicos valencianos.
La acción más esperada e inmediata pasa por Madrid. No reordenar nuestra deficiente relación con el Estado, nuestro lugar en la financiación de los recursos que generamos, pero también la consideración que se tiene de una región clave para la economía y el desarrollo del Estado, no refundar esto con dos gobiernos de izquierdas y simultáneos, eso, será imperdonable. Defender que estos cuatro años sean un puente más hacia un futuro mejor que nunca llega será del todo indefendible para la segunda hornada del Botànic. De momento, allí, pintamos menos que nuestra masa poblacional y lo que esta genera. Nuestra desafección tiene cada legislatura menos que ver con la influencia catalana y más con la indiferencia central, que como ya les he dicho aquí en alguna ocasión, es, de todos los malos que aqueja a la sociedad española, el peor.
El reto del Botànic II es mayúsculo: gobernar a cuatro, das respuestas legislativas y políticas y virar hacia mejores vientos la calidad de vida de ciudadanas y ciudadanos (me niego a aceptar que nos hayan robado esta importante palabra). Cuatro años para apropiarse de buenas decisiones y sobrevivir a una gestión multitcéfala. Ah, y saber venderlo, cosa que poco se ha puesto en valor, pero que no le ha funcionado nada mal al Consell en funciones. Una portavocía que, dicen, cambiará de signo. La armonía de president, tres vicepresidencias, consellerias, direcciones generales y altos cargos o da para caso de éxito exportable o servirá de arma arojadiza durante décadas. ¿O es que han dejado de oír hablar del Tripartit Català (2003) como el origen de todos los males que nos acechan?