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Carmen Boza: “La carretera es necesaria en cualquier discurso artístico”

1/09/2019 - 

VALÈNCIA.  Carmen Boza (La Línea de la Concepción, 1987) no es una artista al uso. Como otros perfiles musicales, arrancó su carrera sin mayores pretensiones a través de un humilde canal en YouTube. Una cosa llevó a la otra y, en 2011, comenzó a dedicarse de manera profesional a la música. Sin embargo, el seductor aroma del éxito nunca la ha embriagado y, pese a los cantos de sirena del mundo digital, su trayectoria tiene mucho de la de los cantautores más consolidados: bares (en su caso, por ejemplo, la conocidísima La Botica), carretera y manta.

Hoy, ocho años después de los primeros pasos profesionales, Boza reconoce que “no se ve no haciendo música”, aunque la relación con esta haya evolucionado. “Al principio, la música es un refugio (nunca deja serlo del todo), pero poco a poco, más allá de un divertimento o placer, también se acaba convirtiendo en una compañera de viaje para lo bueno y lo malo”. Lo sabe bien, pues a pesar de haber utilizado las plataformas digitales como trampolín, el camino no ha estado exento de retos y cada embestida ha traído consigo una resistencia.

La caja negra, su último CD publicado en 2018, es buen ejemplo de su actitud frente a la música: llegó a tener hasta tres versiones previas antes de dar con un trabajo que realmente la convenciera. También mantuvo una breve relación con la gigantesca discográfica Warner del que prefirió liberarse para seguir su propio camino, vertebrado a través de la autogestión. La firmeza no debe subestimarse en un territorio tan sujeto a los vaivenes y tendencias como el musical, pero la cantante gaditana lo tiene claro: “Al final es mi camino y son mis decisiones. Agradezco haberme dado cuenta de que necesitaba hacer esa concesión fuese al precio que fuese”.

El pasado jueves, Carmen Boza visitó la azotea del Palau de la Alameda para participar en la nueva edición de conciertos del Live The Roof València. Aprovechamos la ocasión para hablar de su trayectoria, su relación con el mercado musical y la censura que últimamente acecha a cantantes y artistas. Desde las alturas todo se ve con más perspectiva.

-Comenzaste, como otros y otras artistas, subiendo tus vídeos a YouTube. Actualmente, con todas las herramientas disponibles a nuestro alcance, pero también con la imparable democratización y oferta que ha permitido, ¿es más fácil o más difícil dedicarse a la música?
-Las tecnologías avanzan a un ritmo que no somos capaces de asimilar. Cuando empecé, hace unos ocho años, cuando abrió YouTube en España… no es que fuera fácil, es que ni si quiera se sabía que alguien podía acabar dedicándose a la música abriendo un canal de YouTube. No se hacía con ese fin. Yo, de hecho, no “soñaba” con dedicarme a ello. Fue algo casi circunstancial.

Ahora es más difícil porque hay mucha oferta. No sé si va acompañado exactamente de un aumento de la demanda, pero puede que sí: al fin y al cabo, consumimos más contenido e Internet. Al mismo tiempo, ese auge de la oferta ha diluido el interés o la curiosidad necesaria para ahondar en cada proyecto, y no solo en la música, sino en muchos otros campos. Quizá tengamos menos capacidad de prestar atención. 

Es difícil a día de hoy labrarse una carrera relativamente sólida, aunque el concepto de “sólido”, en estos tiempos tan “líquidos”, quizá ya ni se pueda aplicar.

-A pesar de comenzar en YouTube, te juntaste con muchos cantautores (El Kanka, Patricia Lázaro, María Peláez o Rafa Toro) en La Botica: algo que has definido como “típica vida de cantautor bohemio de bar”. En un momento en que muchos artistas pasan del canal de YouTube a la discográfica directamente, ¿qué aporta esta experiencia? 
-La carretera es necesaria en cualquier discurso artístico porque lleva implícita la experiencia. Te acabas juntando con muchas personas que cuentan historias muy diferentes de formas muy distintas.

Un artista que pasa de un entorno digital a un altavoz tan grande como el de una discográfica (salvo excepciones) se perderá esa experiencia. Si alguien transita únicamente por la primera vía, el resultado será más aséptico: habrá menos realidad en su discurso, en su obra. La diferencia principal entre gente como yo (y otros compañeros con los que he compartido escenario, por ejemplo, en La Botica) y otras personas que no han pasado por aquí es la picaresca, y lo digo sin querer glorificar la imagen de “bohemia de bar” ni muchos menos. Es como cuando dicen que los niños tienen que jugar en la calle porque se tienen que caer.

-Luis Eduardo Aute mencionó en una ocasión: “Los raperos son los nuevos cantautores”. ¿Lo compartes? ¿Cuál es el papel del cantautor/a en la actualidad?
-Creo que tiene sentido lo que dice. Hay muchas canciones de rap que son auténticas piezas de artesanía. Muchos cantautores también hacen ese trabajo finísimo y excelentemente. Pienso, por ejemplo, en Jorge Drexler (a quien admiro muchísimo) o en René (Residente). Es muy potente el poder de la palabra. Pero sí: parece que el concepto “cantautor” se ha ido asemejando cada vez más al modelo americano de Singer-songwriter: más popero, más melódico, más estético… y quizá se ha abandonado un poco más el cariz más político y social que se relacionaba tradicionalmente con el cantautor.

-¿Un artista es un producto y un concierto, necesariamente, un espectáculo?
-Todos somos siempre productos. Cada vez más. Hay una gran espectacularización de todo.

A nivel musical, depende mucho del artista. Me parece que el espectáculo, generalmente, es inversamente proporcional a la carga que tenga el mensaje y si este necesita más apoyo del artificio para que consiga mayor trascendencia. Pero sí: parece evidente que de alguna manera nos atraen más los fuegos artificiales que lo que hay dentro.

-Se ha criticado mucho el papel de las discográficas en el actual panorama musical. ¿Crees que el futuro de la música pasará cada vez más por la autogestión?
-Creo que la autogestión se impone porque estamos un momento de precariedad extrema. Personalmente, creo que el futuro pasará por: música para consumir y música de autor (en el sentido más estricto de la definición). Siempre habrá McDonalds, pero, al mismo tiempo, también habrá sitios donde comer bien. A todo el mundo le gusta el McDonalds, pero a todo el mundo también le gusta comer bien. Habrá sitio para todo.

No obstante, también creo que ha habido un momento ilusorio en el que parecía que esta democratización conllevaba que cualquiera podía hacerse famoso… pero me parece que ahora es a la inversa. Se hará famoso quien lo haga a través de los métodos de la industria; y, quien no, quizá no necesitará ese estatus (ser famoso) para poder vivir de su arte. Se está polarizando mucho en ese sentido: el que quiera ser rico y famoso, tendrá que hacer la música que te hace rico y famoso, es decir, lo que se consuma en ese momento en el mercado; y, quien no, se tendrá que buscar la vida, como estamos haciendo todos [ríe].

-¿Qué opinas de la polémica que ha protagonizado C. Tangana en Bilbao y los vetos que se están imponiendo hacia ciertos artistas por sus letras o ideología? 
-Lo más grave, sea del lado que sea, es la censura. No deberíamos desviarnos de ese tema, sea “nuestro” bando o el “otro” el que lo haga. Deberíamos preocuparnos de que la censura se normalice. Estamos entrando en unas dinámicas sociales en las que todas las problemáticas se infantilizan, se convierten en el “y tú más” y le restan peso a lo que subyace detrás. A mí hay letras de C. Tangana que no me gustan, pero tampoco me parece que haya que censurarle.

¿Qué entendemos, en realidad, por “censura”? Quizá la gente que no la hemos vivido (de verdad) porque no nos ha tocado, pensamos que es muy fácil opinar. Pero ¿hasta dónde estamos dispuestos a asumir que nos silencien? Está pasando últimamente mucho con la música: normalizamos la intervención de los poderes políticos para definir qué es lo que debería o no escuchar la mayoría de la gente y cuál es el mensaje. El otro día leía una cita en la que se parafraseaba una entrevista a Aldous Huxley. Decía algo así como: “Amaremos la esclavitud bajo otra apariencia”. Y es más fácil conseguirlo poco a poco cuando todo el mundo está entretenido con su aparente parcelita intocable de tranquilidad y bienestar.

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