Luis García Berlanga, ilustre valenciano que nos ha dejado algunas de las obras maestras del cine español, estaría disfrutando con el guion escrito por el gobierno socialista para cumplir con la voluntad real de Franco y enterrarlo junto a su esposa
Los españoles asistimos entre atónitos e incrédulos a una época que ni los guionistas más perspicaces y los directores de cine más originales, como nuestro añorado y no suficientemente valorado García-Berlanga habrían imaginado. La crisis política en Cataluña ha llegado a una situación límite con una violencia de alta intensidad y persistente, un terrorismo callejero que nos ha dejado imágenes muy duras y situaciones altamente preocupantes, y también algunos ejemplos de entereza y dignidad.
Cataluña está demostrando a donde lleva el nacionalismo, una ideología que como recordaba el escritor, académico y periodista Arturo Pérez-Reverte, “sean del color que sean, todos los nacionalismos tienen muchas fosas en común”. Creo que hay que empezar a reivindicar que algunas ideologías son nocivas y perversas y pretenden imponer un estilo de vida que choca frontalmente con la libertad, la democracia, la pluralidad y la convivencia; aunque primero las defiendan de manera pacífica y usando y abusando de las herramientas que ofrece un estado de derecho. Estamos viendo el rostro final del nacionalismo y separatismo.
La realidad nos enseña que cuando se quiere imponer un criterio al margen de su utilidad, su apoyo por parte de la mayoría de la sociedad y contra la ley que gobierna un territorio, llega un momento en que, ante la imposibilidad real de lograr ese objetivo soñado, la violencia es la única forma de salir del atolladero, y así sucede en territorio catalán. Pero detrás de ello hay un virus letal que llega a todos los estratos de la sociedad, y así lo hemos comprobado con pavor y tristeza al ver cómo los propios funcionarios de la sanidad catalana, en un acto de crueldad y falta de humanidad sin parangón, protestan por estar cuidando a un agente de la policía nacional que se encuentra en una gravísima situación tras los ataques de los violentos independentistas.
El problema catalán, que para muchos era y es insufrible, podía tildarse de llevadero cuando parecía un asunto de reivindicación eterna y de dinero, aunque se podía intuir que el trabajo de ingeniería social durante cuatro décadas estaba generando unas generaciones donde la lógica y la razón no existen, sólo el sentimentalismo infundado y pueril que no deja de ser una herramienta corrosiva para la sociedad. Pero lo que ya parece de una película, es que justamente en medio de la mayor crisis política y territorial, el gobierno en funciones esté a punto de exhumar a Francisco Franco de la basílica del Valle de los Caídos para cumplir con la voluntad del caudillo y enterrarlo junto a su esposa, Carmen Polo. Si bien es cierto que contra la voluntad de la familia que ha pleiteado hasta el último momento y que asistirá en comitiva a los actos que tendrán lugar de manera privada y casi cinematográfica.
El gobierno ha dispuesto un dispositivo por tierra y aire, la idea inicial es trasladar el ataúd en un helicóptero donde podrán conversar animadamente el notario mayor del Reino y ministra de Justicia, Dolores Delgado con Francis Franco sobrevolando la distancia entre el Escorial y el Pardo, si el tiempo y la posible niebla no lo impide. El presidente Sánchez esperaba que el asunto Franco le supusiera un refuerzo de cara a la campaña, vendiéndolo como el presidente que por fin pone a la democracia española en la vanguardia y la modernidad, nada más lejos de la realidad.
La conclusión de los hechos a los que asistimos, ver a Cataluña arrancando sus adoquines y semáforos para convertir el centro de una bella ciudad en un escenario bélico en defensa de una falsa y utópica república que parece que solventaría cualquier problema real con su simple proclamación; y por otro lado, desenterrar los restos del anterior jefe del Estado y que sobrevuelen el cielo de Madrid para que reposen en el panteón familiar, pero sin lograr el objetivo partidista y electoralista pretendido nos demuestran que la maldad siempre nos lleva a un camino sin salida y perjudica en primer lugar a quienes actúan guiados por ese espíritu que mezcla odio, rencor y rabia.