La miniserie alemana, disponible en Filmin, convierte en víctimas a los propios defensores de la Alemania Nazi en el Berlín de 1943
VALÈNCIA. Nos situamos en Berlín, en otoño de 1943. Un joven matrimonio de médicos, los Waldhausen, de ideología nazi y raza aria, trabaja en el hospital universitario Charité, uno de los más granes de Europa. El marido, el pediatra Arthur (Artjom Gitz), consigue librarse de ir a luchar al frente ruso gracias a su oportunista colaboración en la experimentación en vacunas sobre niños con malformaciones y enfermedades crónicas, experimentación basada en la teoría nazi de que los niños discapacitados física o mentalmente son considerados indignos y no merecen seguir viviendo. Su esposa, la también doctora Anni (Mala Emden), es la perfecta esposa y madre, obediente al régimen, que desconoce las prácticas que lleva a cabo su marido. “Si es un niño le pondremos Adolf”, dice antes de su inminente parto. Por suerte lo que nace es una niña, aunque la verdadera tragedia comienza cuando sus propios padres le detectan a la pequeña hidrocefalia. Ambos entienden (él antes que ella) que eso significará que su bebé acabará siendo una rata de laboratorio, situación que hace saltar por los aires su ideología y status quo.
La miniserie alemana de seis episodios, disponible en Filmin, es una secuela de Charité, serie de trece capítulos que desarrollaba su trama en el mismo hospital aunque a finales del siglo XIX. Charité resultó un éxito de audiencias en la televisión pública alemana, con casi ocho millones de espectadores de media. Ambos títulos son producciones de la corporación de radio y televisión pública ARD. Emitida en el canal alemán Das Erste, ha sido distribuida en algunos países por Netflix (aunque aquí por Filmin). Este interesante documento de ficción incluye material extraído de películas de archivo de la época.
Los primeros síntomas de que la realidad que está ocurriendo en las trincheras y campos de concentración, los asesinatos y genocidios en masa, está lejos de las loas y cuentos de Hitler que se escuchan en Berlín, sale a la luz a través del hermano de Anni, Otto (Jannick Schumann), un aspirante a médico que regresa del frente ruso con un evidente trastorno por estrés postraumático, además de un talante escéptico y derrotista sobre el futuro de Alemania. Otto funciona como el Pepito Grillo de su hermana, le hace ver, poco a poco, cómo ha sido absorbida por la maquinaria fascista. Cuando Anni descubre los métodos que utiliza su marido con los niños enfermos, se distancia radicalmente de su matrimonio con el objetivo de salvar la vida a su hija. “No soy un monstruo!”, afirma convencido Arthur. “No, solo matas hijos ajenos”, les espeta su hasta ahora sumisa esposa.
La homofobia en la Alemania nazi es otro de los asuntos presentes en una de las tramas principales. Los nazis procesaron a más de cuarenta mil homosexuales y enviaron a campos de concentración a unos diez mil. En la serie son considerados, y así lo aprenden los estudiantes de medicina en La Charité, como pervertidos, enfermos y antipatriotas. “Mientras ustedes estén en el frente, nosotros protegemos su retaguardia”, bromea ante los soldados el profesor y psiquiatra, miembro de la SS, Max de Crinis (Lukas Miro), el villano de la historia. De Crinis manda ejecutar a un soldado mutilado, convencido que se disparó a sí mismo a propósito con tal de evitar volver a primera línea. También es el responsable de la persecución y detención de la pareja gay de la serie (la de Otto junto al exsoldado discapacitado, ahora enfermero en el hospital Martin (Jakob Matschens)).
La diversa amalgama de monstruosidades al ser humano por parte de la sociedad nazi se ven reflejadas, por tanto, en Charité en guerra: la persecución de los homosexuales y la barbarie ante la infancia, como antes comentaba; la aniquilación de judíos (aunque con menos peso con respecto al resto de tramas) y, por último, cómo la política se interpuso en el camino de la ciencia.
El conflicto constante entre la ideología nazi y la ciencia no solo está presente en las tramas del matrimonio Walhausen (verdugos y víctimas de la aniquilación de niños con malformaciones). Otra de las tramas más suculentas las protagoniza el cirujano de renombre mundial y jefe del hospital Sauerbruch (Ulrich Noethen) ante el constante conflicto del juramento hipocrático frente al juramento al Führer. El famoso médico, junto a su esposa Margot (Luis Wolfram), una mujer moderna, que usa pantalones, fuma y ayuda a realizar abortos, ayudan a la resistencia de forma soslayada y cumplen con su deber como médicos de salvar vidas, incluso, en el caso de que el enfermo sea judío.
Cuando llegamos a los últimos suspiros de la segunda guerra mundial resulta cómica la escena en la que el régimen nazi dicta la orden de que todos los médicos y enfermeras reciban armas de fuego para enfrentarse a las fuerzas aliadas. "¿Debo operar con una pistola en la mano?", pregunta sin pelos en la lengua Sauerbruch, un abierto defensor de Einstein.
“La medicina debe ser amor”, afirma Sauerbruch en una de sus últimas clases universitarias, cuando ya todos los personajes tienen claro que Alemania está a punto de rendirse. El aprendizaje definitivo de la mayor parte de los personajes de esta estupenda obra para televisión.
Aunque a grandes rasgos está muy bien documentada, se detectan algunas imprecisiones en el visionado. Es probable que ustedes encuentren otras además de estas, como cuando vemos una discusión sobre ir al norte de África a luchar con Rommel, cuando esta campaña terminó en primavera de 1943 y la serie comienza en otoño del mismo año.
Tampoco resulta acertada la licencia dramática de realizarle un boca a boca a un bebé recién nacido, cuando este procedimiento no se puso en práctica hasta la década de los 50.
No cabe duda, sin embargo, de que, pese a algunos matices incorrectos, esta miniserie, junto a otros títulos como Hijos del Tercer Reich, Babylon Berlin o Deutschland 83, entre otros, suponen un gran avance de la industria alemana en el panorama seriéfilo.