Ambos países comparten un adversario común y poderoso (EE UU) y deberían apoyarse económicamente pero las apariencias engañan, según el socio director de la firma valenciana AVD Consultores
VALÈNCIA. A lo largo de la pasada semana se celebró en Shanghái (China) el 'China International Import Export', un evento orientado a promover el comercio y vender a China como mercado de importación, tratando de enviar un mensaje claro al mundo. China es una nación que depende de las exportaciones y los aranceles estadounidenses han reducido la demanda de sus bienes.
En su discurso de apertura, el presidente Xi Jinping dejó claro que su país está preparado para abrir sus mercados mas allá de Estados Unidos. Pero la intervención del presidente chino también planteó preguntas sobre las relaciones de China con otro país que ha experimentado sus propios problemas en las relaciones de Estados Unidos como es Rusia. El primer ministro ruso, Dmitry Medvedev, también se mostró más que proclive a fortalecer una alianza ruso-china dejando entrever un más que posible frente común para aplacar las intenciones del Gobierno Trump.
China y Rusia tienen serios problemas económicos que han sido puestos de manifiesto por Estados Unidos. Los problemas de Rusia derivan fundamentalmente de la disminución del precio del petróleo, un recurso del que depende en gran medida la su economía. Estados Unidos -junto con la Unión Europea (UE)- han agravado los problemas económicos de Moscú tras la imposición de sanciones desde las incursiones rusas en Ucrania y la supuesta intromisión en las pasadas elecciones norteamericanas.
Por otro lado, los problemas chino vienen, al menos en parte, de su dependencia de las exportaciones. Este año Estados Unidos ha impuesto aranceles por valor de más de 250.000 millones de dólares a las importaciones chinas y, aparentemente, salvo que las negociaciones -ahora estancadas- no lleguen a buen puerto en las próximas semanas se anunciarán nuevos aranceles para todos los productos chinos que entren en EE UU. Aparentemente que Rusia y China compartan un adversario común y poderoso debe ser la base de una alianza fuerte. Ambos países son importantes potencias militares y deberían poder apoyarse económicamente. Pero las apariencias a veces pueden ser engañosas.
En el plano económico no creo que desarrollar solo vínculos económicos entre sí solucionara el problema de ninguna de las dos partes. Rusia necesita vender materias primas -sobre todo gas y petróleo- en cantidades masivas para mantener su economía en funcionamiento. Entre enero y agosto de este año, el petróleo representó el 28,8 % de las exportaciones totales de Rusia, mientras el gas natural representó el 10,9 %, según la agencia de estadísticas de Rusia. China fue su principal importador de petróleo con un 22% aunque compró solo el 1% de las exportaciones de gas natural de Rusia. Sin embargo, y como dato a tener en cuenta, la UE importó más petróleo ruso que China.
Conviene recordar que China es un importante importador de petróleo hasta el punto que superó a Estados Unidos en 2017 como el mayor comprador de crudo del mundo, según la Administración de Información de Energía de EE UU. Sin embargo, el principal problema es que las importaciones chinas están limitadas por la falta de infraestructura energética entre los dos países. Las tuberías son costosas y tardan mucho tiempo en construirse. China, por lo tanto, podría aliviar parcialmente la demanda de los consumidores de petróleo de Rusia, pero no podría comprar lo suficiente como para mantener los precios altos o aliviar el riesgo de nuevas sanciones que podrían apuntar a sus exportaciones de energía.
Mientras tanto los chinos necesitan encontrar nuevos mercados donde vender sus productos manufacturados. El pasado año las exportaciones representaron casi el 20% de su PIB siendo Estados Unidos su principal mercado y el destino de casi el 20% de sus exportaciones. Con los aranceles estadounidenses reduciendo estas exportaciones e intensificando la competencia de otros exportadores, Beijing necesita encontrar nuevos compradores para sus productos.
Pero Rusia no está en posición de consumir suficientes exportaciones chinas como para compensar estas pérdidas, dado que apenas copó el 2% de las exportaciones totales de China durante el año pasado. Por lo tanto, ninguno de los dos países puede brindarse un apoyo mutuo tan relevante como para aplacar los efectos de esta 'guerra de aranceles' entre las dos grandes potencias.
Desde un punto de vista militar es cierto que China y Rusia han aumentado la cooperación en los últimos años. Desde el final de la Guerra Fría, China ha sido el mayor comprador de armas de Rusia. Además, los ejercicios militares más grandes que los rusos llevaron a cabo el pasado mes de septiembre desde la Guerra Fría tuvieron una importante presencia de tropas chinas. Tal circunstancia dio pie a muchas especulaciones sobre que ambos países estaban a punto de forjar una alianza militar.
El problema es que las alianzas se basan en intereses compartidos y rusos y chinos tienen un historial de desconfianza mutua. A lo largo de los años, los dos países se enfrentaron por cuestiones fronterizas y compitieron por su influencia en Asia durante la Guerra Fría. También tienen diferentes prioridades estratégicas. Rusia se enfrenta a lo que considera una presión intensa a lo largo de su frontera occidental y, en menor medida, en Oriente Medio. Por su parte, China tiene poco interés en gastar sus recursos para proteger los intereses rusos en Europa. Puede que compartan muchos kilómetros de frontera común, pero desplegar tropas y recursos en el oeste de Rusia -donde se encuentran sus principales centros de población- sería un grave problema logístico para los chinos y, probablemente, también para los rusos.
Mientras tanto la Administración Jinping se enfrenta a un desafío permanente de Estados Unidos en el Mar del Sur de China donde Pekín está tratando de evitar cualquier posible bloqueo futuro de su acceso a sus rutas marítimas. Estados Unidos realiza a menudo operaciones militares en esas aguas dejando claro que a pesar de la acumulación de fragatas de la armada china no evitará la libre navegación a través de esas aguas. Todo ello para tranquilidad de los países de la región, especialmente para Japón que es un tradicional aliado americano. Sin duda, los chinos podrían solicitar el apoyo naval ruso -tanto en esta zona como en la del Pacífico Occidental-, pero la capacidad de los rusos para proyectar un poder naval significativo en estas áreas es limitada.
Aunque parezca contradictorio, quizás la única forma en que rusos y chinos podrían coordinarse para controlar sus mayores amenazas occidentales sería mediante una ofensiva de Rusia hacia el oeste y China contra los activos navales de EE UU en el este. Pero es más que evidente que a pesar de la gran importancia de los aspectos económicos, ninguno de los dos países se atrevería a iniciar un guerra de este calibre.
Por lo tanto, una alianza chino-rusa tiene pocos visos de llevarse a cabo aunque sobre el papel parezca ser un contrapeso lógico a su adversario común como es Estados Unidos. Todos los bonitos gestos de la semana pasada en Shanghái no pueden ocultar el hecho de que Rusia y China no pueden ayudarse mutuamente a salir de sus graves problemas económicos y estratégicos. Es una alianza que funciona solo en papel pero no irá más allá.
Ignacio González Ochoa es socio director de AVD Consultores