MADRID (EFE). Hace un año, las imágenes de estanterías vacías en el supermercado -con el papel higiénico convertido en uno de los iconos de la crisis sanitaria- se hicieron virales y amenazaron con agravar una situación ya caótica de por sí debido a la pandemia, lo que obligó al sector a conjurarse para ponerle freno a contrarreloj.
Cajeros, responsables de tienda, personal de logística, directivos y representantes patronales reconstruyen para Efe cómo fueron aquellos días de vorágine y "locura" coincidiendo con la declaración del estado de alarma, cuando la incertidumbre todavía era muy alta.
"Tenemos un cliente habitual al que le seguimos preguntando por qué viene a comprar si es imposible que se haya acabado todo lo que compró hace un año. Se llevó carros y carros, como si tuviera que llenar un búnker para pasar la guerra", afirma entre risas Saray C., empleada en un súper de la costa andaluza.
No todo son buenos recuerdos. Compañeras con ataques de ansiedad, aglomeración de clientes y momentos de tensión forman parte también de lo vivido entonces: "Lo peor que vi fue un hombre de unos 40 años empujando a un señor de unos 70 u 80, peleándose por quitarle unas latas de conservas".
Fue cuestión de días y casos como este fueron anecdóticos, pero igualmente la preocupación era máxima, también entre las autoridades. El contacto entre las administraciones y las cadenas de supermercados fue continuo, 24 horas y siete días por semana.
En algunos países -Italia entre ellos- el miedo al desabastecimiento se instaló en la población y derivó en casos puntuales de saqueo. Desde el primer minuto el sector salió públicamente a garantizar que no había problemas de aprovisionamiento y su cierre quedó descartado, pero ya existía un círculo vicioso en marcha en el que la falta de productos y estanterías vacías llevaban al consumidor a hacer compras muy superiores a lo habitual, agravando el problema.
"Papel tuvimos siempre en el almacén, pero es que no nos daba ni tiempo a reponerlo. Veías a la gente hacer fotos al lineal vacío y te daba rabia, pero es que éramos tres personas reponiendo y 200 clientes comprando...", señala un empleado del sector, quien recuerda que algunas cadenas optaron por limitar el número de unidades por persona para intentar atajar el fenómeno.
"La primera semana fue clave, la gente se dio cuenta de que había producto de sobra y se tranquilizó. Ayudamos a mantener la paz social", razona una directiva de un grupo de distribución, quien da mucho mérito a los empleados, que no fallaron pese a las circunstancias. "Si los trabajadores te dicen que no van a la tienda, te quedas sin servir", recalca.
Otro factor de peso para evitar que se desatara el pánico fue que las autoridades dieron los permisos necesarios para descargar mercancía en las tiendas varias veces a lo largo del día, y no solo de madrugada como ocurre normalmente.
La tensión que se vivía en el punto de venta afectaba a toda la cadena alimentaria, incluidos fabricantes y demás proveedores, con la red logística como protagonista: "La dirección de la empresa decidió de un día para otro dejar de comprar referencias que no fueran básicas. Pasamos de manejar más de 8.000 productos a centrarnos en 400", explica otro trabajador.
Como ejemplo cita el caso de la pasta seca o la harina: "Si el proveedor nos hubiera podido cargar 20 camiones, se lo habríamos pedido. Pero los fabricantes no podían con todo y cargábamos solo lo que podían suministrarnos".
En medio de ese maremágnum, las compañías optaron por adelantarse y acceder al mercado de mascarillas -todavía no eran obligatorias- y geles para proteger a sus plantillas lo antes posible, como destacan fuentes patronales, que inciden en las "enormes dificultades" que había entonces para conseguir material.
Considerado esencial, el personal de los supermercados recibió cierto reconocimiento social, a imagen y semejanza de los profesionales sanitarios. "Ahí se demostró que nuestro papel era fundamental, y los clientes nos lo hicieron saber. Este trabajo no suele ser el más popular", apuntan fuentes del sector.
Los meses han pasado y el balance que hacen los supermercados es positivo: España mantuvo a raya el nivel de roturas de "stock" y fue el mejor país de toda Europa en este indicador.
No obstante, la situación de emergencia sanitaria obliga a mantener muchas de las medidas adoptadas por aquellos días, y en las tiendas algunos ven demasiada relajación entre los clientes y lamentan que los tiempos de la gratitud hayan quedado atrás: "Ahora cuando le dices a la gente que se ponga la mascarilla ya no eres tan héroe, más bien te consideran un pesado", asegura Pedro M., responsable de un supermercado ubicado en la Comunidad Valenciana.
"Seguimos sin estar suficientemente valorados, continuamos en primera línea -añade Saray-. Y el mejor ejemplo es que ni siquiera nos han considerado como colectivo prioritario a la hora de vacunarnos".