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Visiones y visitas / OPINIÓN

Conspiranoicos

18/11/2019 - 

La conspiranoia va tomando visos de realidad, o la realidad va tomando visos de conspiranoia. Tanto monta para tenernos a todos conspiranoicos, que vale tanto como asustados. El miedo es la herramienta de los poderosos para mover a las multitudes. Magnates aburridos y visionarios, como George Soros, u organizaciones de personajes influyentes, como el club Bildelberg, son pastores de barbecho y espeluzno que conducen a las masas con los perros del embuste, la leyenda urbana o la manipulación efectiva; con el zurriagazo seco del horror en sus mil apariencias. 

Varias investigaciones periodísticas nos han revelado la inquietadora especie de que unos pocos poderosos pretenden cambiar el orden establecido; nos han puesto, casi, en la disyuntiva de la sumisión o la rebeldía; nos mantienen tensos y expectantes, deseando que alguien actúe o planteándonos la intrepidez de actuar nosotros. Pero, en el fondo, aquello que decidamos no tiene importancia: no se trata de que hagamos una cosa u otra, sino de que permanezcamos en un canguelo perpetuo, en una desconfianza crónica, en un estado de alerta, en un susto. 

Con ello seremos obedientes y acríticos, dóciles y orientables. Bildelbergs y Soros tienen sus intenciones concretas y actúan por su cuenta con la libertad que da el dinero, pero mirados desde cierta perspectiva no son más que instrumentos de quienes los agitan gritando alarma; de otros que, sin fama ni millones, aprovechan sus actividades y su peligro para ejercer una influencia sutil y eficacísima sobre la sociedad. 

Aquellos elucubran y ejecutan determinadas maniobras; éstos nos inoculan la conspiranoia y con ello nos tienen donde quieren. Porque la conspiranoia es un estado mental patológico, una vulnerabilidad. 

El conspiranoico es un individuo de lo más corriente al que se aterroriza contándole que todo lo que sucede, lejos de ser fortuito, forma parte de los planes perversos de un Soros o de un contubernio internacional de tipo masónico. Y estando aterrorizado, se lanzará sin reflexión previa en brazos del primero que le disipe la pesadumbre distópica y le presente un horizonte halagüeño. Entrará sin rechistar en el primer chiquero que tenga el portón abierto. 

El conspiranoico es un sujeto despavorido que no acaba de saber nunca si la conspiración es falsa o verdadera —en realidad, esto es irrelevante para quienes lo llevan a tal estado—; un ser angustiado que sólo pregunta por dónde se sale: por eso dará crédito ilimitado a cualquier mentira, por gorda que sea. La conspiranoia es una variante gregaria de la paranoia, un espanto colectivo que pone al público en manos de los especuladores de la información. El conspiranoico se fía del que lo avisa de la conspiración. Teme a los conspiradores; teme lo que puedan pretender; centra su atención en los peligros que lo acechan, pero no cuestiona la honradez del mensajero. 

Casi no repara en él. No se da cuenta siquiera de que, mientras le pinta el retrato amenazador del Soros de turno, mientras le señala con los ojos muy abiertos y la boca fruncida las terribles desgracias que se aproximan, le acopla el puñal en el cogote para descabellarlo si da muestras de algún criterio.

Cuidado con George Soros. Cuidado con los del club Bildelberg. Pero, sobre todo, cuidado con los muñidores de la catástrofe, con los intrigantes del miedo, con los hierofantes del tembleque. Nadie discute que Soros puede ser la sarna, pero el agorero es la tiña, la cantárida, la garrapata que se nos adhiere para succionar, de nuestro alterado torrente, su feroz alcabala de sangre. Quiere decirse que muchas gacelas, absortas en la empresa de zafarse de los leones, van a parar a las fauces de alguna hiena. 

Y esto, lector, a pesar del abotargamiento que te provocan los atracones de televisión, lo entiendes tan bien como cualquiera. De manera que no andes diciendo por ahí que no te han avisado; no pongas cara de asombro cuando veas que, haciéndote huir de la conspiración de moda, te han metido en el ruedo y están ligando a tus expensas una monumental serie de capotazos. 

Luego, como bien sabes, viene la muleta, el picador, el estoque y la puntilla; viene aquello de aprovecharte al máximo el sobresalto; vienen los hilos con que te harán bailar en el guiñol. Ándate, pues, con tiento; recela de las recomendaciones que te harán después de intimidarte con el coco. Intentarán sacar, del río revuelto de la conspiranoia, la tenebrosa ganancia de tu manejabilidad, el sórdido beneficio de tu ilotismo.

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