Estar loco y ser pobre es un mal negocio. La gente te mira mal. Les das pena y te rehúyen. Nadie quiere terminar así porque acabas quedándote solo en un mundo hostil. Como Joker, el protagonista de la película de Todd Phillips, una metáfora de los tiempos turbios que vienen
"Algo va mal", escribió el historiador inglés Tony Judt, fallecido en 2010. Sin duda algo va mal en el mundo. Hay una sociedad del malestar, visible en las caras hostiles de muchos compatriotas. Hay malas formas, rabia sin disimulo, frustración, enfado por cómo van las cosas. No hace falta ser inteligente para anticipar que el futuro será peor que el presente. El optimismo es un valor devaluado, un concepto pasado de moda. En realidad no hay argumentos para sustentarlo: mirad a Trump y a Putin; observad la degradación del planeta, el crecimiento de la corrupción y la pobreza, las democracias prostituidas, la próxima entrada de los comunistas en el Gobierno de España después de ochenta años…
En efecto, algo va mal.
En las épocas difíciles de la historia, que son casi todas, los de abajo pagan siempre los platos rotos cuando vienen mal dadas. No hace mucho parecía haber una obligación de los estados, en virtud de un pacto no escrito con la sociedad, para aminorar los destrozos del capitalismo. Esto significaba ayudar a los que se quedaban en las cunetas, es decir, a los pobres, a los parados, a los enfermos graves, a los ancianos. Hoy aún lo siguen llamando Estado de bienestar, pero ese pacto moral se ha roto. El Estado, ese Leviatán que nos controla a todos, sigue ahí, pero el bienestar de la gente, si alguna vez le preocupó por razones de orden público, ya le importa poco.
Si eres pobre y enfermo mental, las cosas se ponen aún más jodidas. Si te quedas sin empleo y sin medicinas, eres una bomba de relojería. ¡Cuántas veces hemos visto en los noticiarios que un hijo mataba a sus padres días después de que estos pidieran ayuda a los servicios sociales sin ser escuchados! En Antena 3, la cadena triste y especializada en sucesos truculentos, cubren estos crímenes de maravilla, con una presentadora rubia que me recuerda a una conocida estrella del cine de adultos.
‘Joker’ es puro nihilismo. Es el síntoma de que no hay alternativa a este capitalismo homicida. Que sólo queda el miedo al otro, la ira, la soledad y la violencia gratuita
Joker, el protagonista de la película de Todd Phillips, personaje magistralmente interpretado por Joaquin Phoenix, es un enfermo mental que trabaja de payaso en la ciudad de Gotham. Lo despiden. Y se queda sin sus siete pastillas por los recortes (¿verdad que os suena?). Atiende a una madre enferma y aspira a ganarse la vida de cómico (de payaso triste, en realidad). En fin, la vida no le sonríe y él carece de razones para sonreírle a la vida. Lo del pensamiento positivo no va con él. Y lo entendemos. No tiene motivos para ello. En circunstancias adversas limosnea un poco de calderilla de compasión a la sociedad, pero no la recibe. Hoy la sociedad sólo se ve concernida por el bienestar de los perritos. La suerte de los cientos de mendigos que duermen al raso en las grandes ciudades le trae al pairo. Han cambiado las prioridades: primero los animales y después las personas.
Joker vive en una ciudad infectada de ratas y suciedad, de brokers de Wall Street sin piedad y presentadores televisivos con mala baba, como Jorge Javier pero con el rostro de Robert de Niro. Como no recibe auxilio, Joker empieza a perder la paciencia. A cualquiera le sucedería. Se pone nervioso; y ya se sabe a lo que nos exponemos cuando un enfermo mental sin medicación ha perdido su empleo y todas las puertas se le cierran. Pasa lo que pasa. Algunos cretinos anarquistas quieren hacer bandera de ello convirtiéndolo en un símbolo contra el sistema, de la ira contra los ricos. Pero está lejos de eso.
Joker, la mejor película que he visto este año, tal vez sea una metáfora de los tiempos turbios que llegan. El protagonista no cree en nada ni quiere ser portavoz de nadie, a pesar de la escena final. Nosotros tampoco. Nosotros, como estamos también cabreados, sólo aspiramos a darle pataditas al sistema en las espinillas, sea lo que sea el sistema, porque sabemos que el sistema está completamente podrido, el económico y el político, aunque lo disimulemos cuando cenamos con gente civilizada y agradable en un restaurante muy coqueto del Eixample de València.
Joker es puro nihilismo. Es el síntoma de que no hay salida ni alternativa al capitalismo homicida del siglo XXI. Que sólo queda el miedo al otro, la ira, la soledad, la violencia gratuita, el falso individualismo, el sálvese quien pueda y esas calles con contenedores y coches ardiendo que nos recuerdan a nuestra querida Cataluña. Joker nos hace volver a la imprescindible lectura de Schopenhauer, Cioran y Nietzsche, tres de los grandes pensadores del pesimismo macho.
Después de ver la película, interrumpida en varias ocasiones por niñatas maleducadas que seguramente estudian en colegios de pago, nos reafirmamos en que no hay nada que hacer en este mundo que nos ha tocado en suerte, salvo aguardar a que llegue cada viernes para tomar unas copas en Ruzafa en ardorosa y grata compañía. Y si España y el resto del mundo se van al carajo, ¿a quién cojones le importa?