NOSTÀLGIA DE FUTUR / OPINIÓN

Convertir las fronteras en membranas

22/11/2018 - 

Una autopista es una frontera y una calle es una membrana. La playa es una membrana. Un muelle, un puerto histórico, puede ser tanto una cosa como la otra, dependiendo de los usos y el diseño. Una fachada con muchos puntos de acceso es una membrana. La espalda de los edificios de oficinas o las paredes kilométricas de vidrio que se ven como un espejo desde fuera son fronteras. Las vías de tren que parten la ciudad en dos son fronteras, pero con un poco de imaginación y no demasiada inversión se podrían transformar en membranas. 

Las ciudades están hechas de membranas y las fronteras las destrozan. El problema, tal como lo trata Richard Sennett en su ensayo The Public Realm (el Espacio Público) es que el diseño urbano de las últimas décadas se ha empeñado en construir fronteras en forma de separación de usos (aquí las oficinas, allá las viviendas), comunidades cerradas (esas urbanizaciones con piscina y pistas de pádel) e infraestructuras pesadas, especialmente arterias de tráfico privado.

Una membrana, robando el concepto de la biología, es un borde que permite contener y proteger el interior de una célula a la vez que es permeable para intercambiar aquello que necesita para sobrevivir. 

Las membranas en la ciudad son estrechas —como una calle dinámica que separa y une un barrio con otro— o anchas y largas como uno de los mejores parques del mundo, el Jardí del Túria, que atraviesa València. Esas membranas, como en biología, permiten los necesarios intercambios, en este caso a través de flujos de personas y usos, que son indispensables para la vida urbana. Las buenas membranas, como los parques y las calles llenos de personas, aumentan siempre el valor y el atractivo de los lugares a los que acotan. 

Las membranas no separan solo unos barrios de otros sino también las calles y las plazas del interior de los edificios. Como afirma el urbanista holandés Jeroen Laven, uno de los autores del libro The City at Eye Level (La Ciudad a la Altura de los Ojos), las calles más populares, tanto para la vida como para el comercio, son aquellas que tienen más puertas. Es decir, las mejores calles son membranas entre el interior y el exterior de los edificios. Son calles donde el espacio comercial y el espacio público se fusionan en una realidad única a través de las relaciones estrechas entre lo que sucede dentro y lo que sucede fuera. Son, además, las calles más seguras.

Las fronteras urbanas, como lo que todavía es hoy el nuevo cauce del Turia —que afortunadamente se transformará en una arteria verde, esperemos una membrana—, o las vías del tren que separan la Creu Coberta de Malilla, no permiten ningún cruce y en lugar de proteger acaban ahogando el tejido urbano que rodean. Esas fronteras en lugar de aumentar el valor de los barrios han ido generando barreras infranqueables y cicatrices en forma de solares y falta de inversión. 

Uno de los mayores esfuerzos que tenemos por delante y uno de los que dará sin duda más frutos será volcar nuestra creatividad y nuestros recursos en convertir las fronteras en membranas. Y, probablemente, eso sea bueno incluso más allá de la escala de la ciudad. 

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