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tribuna libre / OPINIÓN

Covid-19: sobre la evolución de la segunda oleada y la posibilidad de una tercera

Foto: ÓSCAR CAÑAS/EP
26/11/2020 - 

Los datos que se vienen anunciando en los últimos días sugieren una estabilización en el número de casos de covid-19 en nuestro país. Este hecho parece confirmarse al comprobar que, considerando los datos globalmente, el número de hospitalizaciones e ingresos en UCI ha dejado de crecer o, incluso, está descendiendo ligeramente en muchas comunidades autónomas. En este sentido, resulta llamativo el caso de la Comunidad Autónoma de Madrid en la que los números de hospitalizaciones han descendido drásticamente a pesar de ser, probablemente, la comunidad que menos medidas restrictivas ha implementado. Incomprensiblemente, este hecho está causando sorpresa e incredulidad en muchos foros y, como viene sucediendo durante toda la pandemia, se está politizando una situación que tiene una explicación perfectamente lógica desde un punto de vista científico.

Por un lado, resulta lógico que para que un virus o cualquier otro patógeno transmisible se propague necesita un territorio en el que diseminarse, en este caso una población de personas susceptibles. Si la cantidad de personas susceptibles se limita o disminuye, las posibilidades de diseminación del virus se limitan considerablemente y, como consecuencia, la propagación del mismo se reduce. Por otro lado, las poblaciones susceptibles son limitadas y, por diferentes razones, pueden llegar a saturarse, sin necesidad de que todas las personas se hayan infectado impidiendo, de esta forma, la diseminación del patógeno.

Centrándonos en el caso de la covid-19, los últimos estudios sugieren que la infección primaria por el virus conlleva el desarrollo de una inmunidad duradera a través de la generación de las denominadas células de memoria (linfocitos B y T). Es posible que este proceso pueda ser difícil de entender, pero resulta esencial para poder comprender cuál ha sido la evolución de la pandemia y prever el posible futuro de la misma. Por ello, es necesario un esfuerzo de pedagogía para que se pueda llegar a comprender.

Un aspecto que se está olvidando en muchos debates es que la capacidad de crecer de una enfermedad epidémica depende directamente de la población susceptible de sufrir la infección. Al inicio de un brote epidémico toda la población es, a priori, susceptible por lo que virus se propaga muy rápidamente y afecta a un gran número de personas (primera oleada). A partir de esta primera oleada, las posibilidades de transmisión del patógeno se limitan en función de parámetros artificiales o naturales. Los procesos artificiales que limitan la expansión son, básicamente, las medidas restrictivas que se impongan. Las medidas restrictivas son evidentemente efectivas, pero plantean el problema de que no pueden ser permanentes y, tras su finalización y la vuelta a una cierta “normalidad”, el número de personas susceptibles y, por tanto, las posibilidades de diseminación del patógeno son prácticamente las mismas que antes de iniciarse y puede dar lugar a la denominada segunda ola.

Isabel Díaz Ayuso, presidenta de la Comunidad de Madrid. Foto: ÓSCAR CAÑAS/EP

La limitación de las posibilidades de expansión del virus también puede darse por procesos naturales. Nuestro organismo no permanece impasible ante la primera infección y el sistema inmunitario trata de combatir esta infección pero, además, multiplica una serie de células denominadas de memoria que, en principio permanecen en estado latente. Sin embargo, estas células de memoria reaccionan de una forma más rápida, enérgica y eficiente ante un segundo contacto con el mismo virus consiguiendo, en muchas ocasiones, controlarlo de forma efectiva. Este hecho hace que, a medida que progrese la expansión del virus en una población, se vaya reduciendo el número de personas en riesgo y, por tanto, las posibilidades de difusión del mismo. La gran ventaja de este proceso, que es mucho más frecuente y normal de lo que podemos pensar, es que provee de una protección sostenible en el tiempo y que resulta útil y eficiente para evitar nuevas oleadas del virus. Esta es la situación que se da en numerosas enfermedades infecciosas, como la varicela, que sólo se “sufre” una vez en la vida. A esta situación puede contribuir el uso de vacunas pero, hasta que éstas estén disponibles en el caso de la covid-19, la limitación de la expansión del virus depende de nuestro propio organismo.

Por esta razón, el hecho de que una primera infección genere un estado de protección duradero resulta esperanzador y permite explicar la evolución de la enfermedad hasta la fecha. Las fuertes medidas restrictivas impuestas en marzo frenaron en seco la expansión del virus, si bien la vuelta a la normalidad se hizo con una gran cantidad de gente susceptible y ello conllevo, a pesar de las medidas restrictivas que se mantuvieron, a una recirculación del virus y a una segunda oleada que apareció de forma más lenta debido, precisamente a esas mismas medidas.

Ante estos hechos, las preguntas que inevitablemente surgen son si la estabilización o reducción de casos son debidas a estos procesos y sobre la posibilidad de que se produzcan nuevas oleadas. Con respecto a la primera de estas cuestiones, se ha abierto un debate sobre la veracidad de los datos aportados por la Comunidad de Madrid, puesto que ha sido la comunidad que menos medidas restrictivas ha impuesto. Este debate está basado en los datos de nuevos contagios que, como se ha comentado reiteradamente en este mismo medio, tiene numerosos sesgos y no puede ser utilizado como medida de la situación de la pandemia. Los datos de hospitalizaciones, ingresos en UCI o decesos aportan una información más fiable y, según los datos aportados parecen descender significativamente. Como se podrá entender, yo no tengo acceso a esos supuestos datos ocultos, pero la situación de Madrid es perfectamente natural desde un punto de vista científico y epidemiológico. El hecho de que se hayan adoptado menos medidas restrictivas ha determinado que la población vaya adquiriendo protección a medida que pase el tiempo a través de la circulación del virus limitando la población en riesgo ante nuevas exposiciones al mismo.

Foto: EVA MÁÑEZ

La segunda cuestión hace referencia a la posibilidad de una tercera oleada. El hecho de que no se hayan tomado medidas tan restrictivas como se hizo en la primera ola, aunque parezca contradictorio, va a dificultar aparición de una supuesta tercera oleada de intensidad similar a las anteriores. La circulación del virus en nuestra sociedad, como se demuestra a través de los test de PCR, está limitando la posibilidad de expansión futura del virus a través de la reducción de la población susceptible. Desde luego, una tercera oleada no sólo no es descartable, sino que es probable, pero siempre mucho menos cruenta y virulenta que esta segunda oleada y, sobre todo, que la primera, incluso en ausencia de vacunas. La tendencia probablemente sea que esta pandemia pase a transformarse en una endemia con unos niveles de transmisión muy residuales, pero mantenidos en el tiempo.

Todo lo expuesto poner de manifiesto la necesidad de un análisis riguroso y global de una enfermedad antes de establecer medidas de control para las mismas. La naturaleza de las enfermedades infecciosas y del sistema inmunitario hace que ciertas medidas que, a priori pueden considerarse lógicas pertinentes, puedan ser contraproducentes y alargar un proceso que, de forma natural y con las medidas oportunas, hubiera transcurrido de forma menos traumática.

Sin embargo, el debate ha estado repleto de medidas y opiniones cortoplacistas y populistas, lo que ha contribuido a un empeoramiento de la situación y a una sensación general de desazón y hastío en la población y pérdida de credibilidad en las medidas adoptadas. Es bien cierto que una parte de la comunidad científica ha contribuido poco al análisis sosegado, adoptando actitudes frívolas y demagógicas e, incluso, alarmistas y acientíficas. El diseño de una estrategia de contención de una enfermedad infecciosa requiere de una visión global y de una valoración integral de todos los posibles riegos tanto de carácter sanitario como social. Asimismo, la evaluación de los resultados de una estrategia no puede hacerse cada día puesto que, tal y como he descrito, estas estrategias conllevan el desarrollo unos procesos que requieren de un tiempo.

Rafael Toledo Navarro es catedrático de Parasitología de la Universitat de València

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