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artistas, salas y gestoras culturales hablan

Cuando no hay nada que celebrar el Día de la Música

22/06/2021 - 

VALÈNCIA. Ayer fue un Día de la Música agridulce, el 21 de junio se suele celebrar con eventos por todo el mundo, pero ayer poco había que festejar. No se podía, pero es que algunas personas tampoco querían. La vuelta de la música es algo que la prensa y el público lleva celebrando desde hace semanas y meses. Aquel concierto de ese grupo que hace viajar de nuevo a cómo disfrutábamos la música antes de 2020. En el horizonte, una entrada para un macrofestival, para cuando se puedan hacer, y la esperanza de bailar o sin la silla o sin la mascarilla más pronto que tarde. Pero en todo este jolgorio, ¿quién falta?

Pues principalmente, las personas que estaban en la brecha antes de la pandemia. Es el caso de la base artística de grupos y artistas musicales. Gente que quiere vivir de ello o que al menos lo entiende como un modo de vida, y sin embargo no llena estadios ni cuenta con un séquito detrás. Son esas personas y esos nombres que llenan semanalmente las programaciones de las salas, la letra pequeña de los festivales, las canciones que están en las playlists personales y no en ningún top. Nadie les ha desescalado, y ahí siguen. Observando el horror del modelo de ciclos y conciertos masivos que les echan de la agenda sin un colchón que amortigüe la caída porque ya antes no lo había.

En la Comunitat Valenciana de los festivales y los ciclos, la SIMUV (Sindicat de la música valenciana) ha firmado el comunicado conjunto con otros sindicatos musicales del estado bajo el título “Día Europeo de la Música. Nada que celebrar”. “Las administraciones públicas y partidos políticos organizan ese día actuaciones y conciertos en los que no se respeta la legislación vigente, ni los mínimos de contratación. Las fiestas no son gratis y, en un entorno cada vez más precario, la industria no quiere bajar sus beneficios cueste lo que cueste”, explican en este.

“Todos los 21 de junio los músicos celebramos el día de la música. O más bien nos unimos a celebraciones que proponen aquellas y aquellos que ganan dinero con nuestro trabajo y en las que pintamos lo mismo que en el mundo de la música. Somos los que damos la cara, los que entretenemos a la gente y los que, en el fondo, pagamos la fiesta”, continuan.

Pero el problema no son únicamente las fiestas del 21 de junio. La base artística de la música ha notado como sus condiciones no solo no han mejorado desde la pandemia, sino que las contrataciones actuales han aumentado significativamente las brechas ya creadas. “Por cuestiones de rentabilidad, las empresas y las instituciones están programando únicamente grandes nombres, dejando de lado una agenda que verdaderamente vertebre la música popular”, explica Miquel Àngel Landete, portavoz del sindicato musical valenciano.

En este sentido, explica cómo “la gente que programa en localidades con grandes presupuestos de cultura prefiere traer a un gran grupo que de mucha visibilidad que utilizar ese mismo dinero en contratar a un grupo mediado y a dos más locales”. “Faltan directrices y protocolos desde arriba”, apunta finalmente.

“Las empresas no van a hacer nada que pueda sonar poco rentable, y la administración se ha mostrado tremendamente ineficaz a la hora de poner solución”, sentencia. “Las instituciones públicas han alimentado la selección natural en la que el grande se come al pequeñito. Y en vez de alimentar al pequeñito, sigue mirando y echando un cable”, comenta en referencia a la atención que han recibido los grandes festivales en los últimos meses.

Foto: ESTRELLA JOVER

Con pandemia o no, la SIMUV vertebraba su acción en tres pilares que -por supuesto- siguen pendientes: un plan de acción contra la brecha de género en la música, normalizar que las contrataciones se hagan en el marco de la Seguridad Social para cotizar el trabajo musical profesional, y que la inclusión de las marcas en los escenarios no les salga gratis para con los grupos.

Las salas, las desatendidas de la desescalada

Tampoco había mucho que celebrar en las salas de conciertos, que han pasado un año agónico. Si habitualmente los festivales les bloquean prácticamente tres meses de temporada estival, en un invierno en el que la pandemia ha azotado muy duramente en general, y en la hostelería y en los espacios en particular, aún más. En el segundo semestre del curso, los vaivenes y la inseguridad de qué y cómo poder programar llevaron a una ola de cambios de horarios, nombres, fechas y número de entradas, algo que hacía, de facto, prácticamente imposible la labor de programación. Durante los primeros meses de 2021, la única certeza es que tenían que estar cerrados, y solo ahora, al levantarse el toque de queda, pueden empezar a agendar eventos más tranquilamente. Ahora, cuando llega la ola de festivales y macroconciertos.

Francisco Bordonado, gerente de la Sala Euterpe y portavoz de la asociación de salas En Viu!, le cuelga la etiqueta de “el patito feo” de la desescalada. Son los únicos espacios culturales donde el aforo máximo permitido sigue siendo de un 50% en vez de un 75% en la Comunitat Valenciana, pero es que, según señala Bordonoado, “la distancia obligatoria de 1,5m entre burbujas de convivencia hace que, realmente, los aforos bajen a cerca de un 30% de media”. La rentabilización de los eventos que hacen es su gran reto, algo que ahora mismo no acaban de ver en el horizonte. 

En este sentido, aseguran que los que necesitan es “un protocolo y una legislación duradera en el tiempo y justa que permita programar a más largo plazo”, y si bien acepta con los brazos abiertos las ayudas y las iniciativas hechas hasta ahora, como Oh!La Cultura, recuerdan que eso “tan solo es un parche”. Las salas de conciertos pre-pandemia era uno de los pocos centros culturales que ni tenía ni exigía ayudas directas para funcionar. Eran, por si solas, rentables. Aunque también arrastran reivindicaciones pre-pandémicas: “seguimos necesitando una licencia propia para las salas de conciertos, pedimos que se actualice los aforos a la realidad de los inmuebles y que se flexibilice la obligación de reservar un 5% de las entradas en taquilla”. Todo esto lo matizan: “son cuestiones que no nos ocupan tanto ahora como la urgencia de que, a día de hoy, no salen los número”, concluye Bordonado.

El tema inaplazable de la brecha de género en la música

Que las urgencias pandémicas han tapado otras es una evidencia que duele. Y uno de esos casos era la transformación pendiente del modelo de la industria musical en muchos aspectos. La brecha de género tal vez sea uno de los más significantes. Annabel Nadal, directora y programadora cultural, este mismo año ha abierto La Salà en València, un local de conciertos con una plantilla formada íntegramente por mujeres y con una vocación de programación paritaria y fomenta la diversidad geográfica a través de las músicas del mundo. Ella lo tiene claro: “si se han olvidado de ocuparse de la cultura, ¿cómo se van a ocupar de las olvidadas de la cultura?”. Aún así, ve en este escenario de olor a napalm en el territorio de la música un campo donde volver a cultivar desde cero una industria diferente. “Nosotras no estamos aquí para corregir nada, sino para hacer. La cuestión del género está muy latente, y ahora tenemos que aprovechar este borrón y cuenta nueva”, añade.

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