VALÈNCIA. Una vez pase todo esto nos replantearemos muchas cosas, o, en realidad ya estamos en ello. Sobrevolando el mundo a la altura de los satélites orbitales, hoy existe un debate que fundamentalmente contrapone dos tesis. Una defendida, entre otros, por el filósofo coreano Byung Chul Han que nos dice que una vez se supere esta pesadilla, el mundo seguirá siendo igual, es más, se incrementarán problemas que ya se venían arrastrando, e incluso el capitalismo podría recrudecerse en sus aspectos más cuestionables: retomaremos la senda donde la dejamos y el capitalismo seguirá su rumbo (globalización, desigualdad…), con China como gran referente económico del mundo. Hace escasos días el gran escritor francés Michael Houellebecq se manifestaba en un sentido parecido “el mundo tras la pandemia será el mismo, solo que un poco peor”. Otros, con sus múltiples variantes, están comandados por el también filósofo, el influyente pensador esloveno Slavoj Zizek, de ideología socialista, que afirma que “no habrá un regreso a la normalidad”, produciéndose un cambio de paradigma, con una retracción de la globalización, puesto que el modelo de desarrollo actual se hallaba ya, antes de la pandemia, en un callejón sin salida, por lo que es irremediable que nos planteemos valores y estilos de vida más comunitarios. No soy filósofo lo que no quita que uno se plantee estas cuestiones casi a diario, y seguro que compartiré con muchos de ustedes numerosas dudas, y que nos llevan a cambiar nuestra forma de pensar según nos levantemos cada día. Lo que sí es cierto que si queremos hacer de “el día después” un mundo mejor va a ser preciso la toma de millones de decisiones personales y eso me hace albergar ciertas dudas.
Meterse en un túnel del tiempo es complejo y más cuando no sabemos dónde nos lleva. Podemos predecir algunas cosas que dependen de nosotros pero su evolución es más difícil de prever. Por ejemplo los museos reabrirán pronto sus puertas con unas medidas de distanciamiento e higiene nunca conocidas. Las escenas un tanto dantescas y decadentes de la multitud ante la Gioconda del Louvre, móviles en mano, serán historia. Para muchos la contemplación será más sosegada y placentera por lo que, en lo que respecta al disfrute del arte, saldremos ganando. Los museos menos mediáticos, poco visitados quizás salgan ganando. Sin embargo, los grandes centros de arte tendrán que reajustar sus importantes presupuestos debido a que los ingresos por entradas caerán de forma drástica, no sabemos hasta cuándo. Estos grandes espacios, fundamentales para la vida cultural de las ciudades, deberán buscar, más si cabe que antes, fuentes de financiación en la filantropía y el mecenazgo puesto que me temo que los gobiernos van a tener que atender otra clase de necesidades. Sería una postura miope por parte de la administración no facilitar que la sociedad civil acuda al sostenimiento de la cultura. No va a quedar otra.
Tendremos que empezar a tomarnos en serio todo aquello que contiene una publicación que me ha llegado recientemente y que ha elaborado el Grupo de Investigación sobre Cultura y Desarrollo Sostenible de la Red Española para el Desarrollo Sostenible del que forman parte las investigadoras valencianas Cristina González y Marta García Haro. Se trata de la primera publicación en lengua española que trata este tema de la cultura y la sostenibilidad. El texto es ambicioso y trata de muchas cuestiones, entre otras las relativas a la aportación de la cultura a los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la agenda 2030 de la ONU, especialmente necesaria en estos momentos; de cómo la cultura contribuye a la reducción de la pobreza la exclusión social siendo, por tanto, un instrumento de cohesión y ciudadanía. En definitiva, para alcanzar los 17 ODS (objetivos de desarrollo sostenible) que incluye la Agenda 2030, son imprescindibles incorporar la cultura y las humanidades y su capacidad transformadora del mundo. La inversión cultural no puede entenderse alejada de la idea de sostenibilidad siendo ambos conceptos las dos caras de una misma moneda, y por su capacidad de humanizar es el intrumento más potente para difundir la sostenibilidad. Los objetivos de desarrollo sostenible deben emplear a la cultura como transmisora de esos valores por lo que juntos son un binomio de transformación social. Hay que plantearse, de nuevo, cómo vivimos en este mundo.
Aquellos que nos gobiernan, y lo seguirán haciendo cuando todo esto pase, deberán ser conscientes de que los presupuestos del estado no podrá llegar a todo. El patrimonio español es enorme, inabarcable, y ni siquiera grandes entidades como la iglesia católica, propietaria y responsable de buena parte de éste, podrá hacer frente a todas las necesidades de mera conservación. Los gobiernos deberán asentar, de una vez por todas, unas bases jurídicas y fiscales con una ley de mecenazgo equiparable a las del entorno europeo, para que la sociedad civil se involucre en la conservación y difusión del patrimonio cultural. Hasta ahora su participación ha sido, no testimonial, ciertamente, pero todavía alejada de la situación ideal.
La cultura es irrenunciable para los estados pero ha de ser sostenible financieramente, y las políticas públicas deben favorecer que la sociedad civil a través de empresas y particulares se impliquen en proyectos de toda índole.
Hay gente inteligente pero también valiente y que cree firmemente en ello. El Secreto de la Filantropía es el nombre, inspirado en un verso de Retrato, el poema de Antonio Machado, que un abogado afincado en Valéncia, que ha dejado los hábitos a un lado, Luís Trigo, le ha dado a su proyecto personal: una fundación con el objetivo de dinamizar la participación de las empresas en iniciativas sociales y culturales facilitando la búsqueda y gestión de proyectos de toda clase. Las exigencias presupuestarias y el carácter perentorio del gasto en necesidades sociales podrían relegar a la cultura a la irrelevancia en las políticas públicas con las evidentes restricciones y limitaciones en la atención que demanda. Ante este riesgo evidente, dice Trigo: “Las empresas tienen en este ámbito un campo abonado para asumir protagonismo y llegar a fórmulas de colaboración provechosas para todos a través de la colaboración de estas con grandes instituciones culturales”
Su todavía joven fundación, por tanto, dedica sus esfuerzos a la búsqueda de proyectos que reúnan estas cualidades además de que se ciñan a unos parámetros y ofreciéndoselos a las empresas y particulares. No es utópico pensar en estos momentos de cambio de paradigma sea la cultura una nueva prioridad de inversión de los excedentes de las empresas. Ójala la empresa privada en una economía de suma cero cambie su punto de mira: menos en el fútbol profesional (¡1,40% del PIB!), y más cultura. España un país en el que hay todavía mucho por hacer, constituye por sí misma un enorme nicho, no para enterrar sino justamente para hacer aflorar propuestas de esta clase.
Convendría, por tanto, ir planteándose un futuro en que, a través de fundaciones, como El Secreto de la Filantropía, y otros instrumentos jurídicos, las empresas y todos aquellos capaces de ahorrar devuelvan, a través de la cultura, parte de los excedentes lo que la sociedad les ha dado con la puesta en marcha de un proyecto económico de éxito. Creo que hay pocas formas mejores de retornar al flujo económico parte de la riqueza acumulada como a través de la filantropía cultural y social. Pensemos: ¿de qué sirve la acumulación sin más de riqueza si parte de esta no la devolvemos para crear otras formas de riqueza sostenibles y que nos hagan una sociedad, un país mejor?. Por si fuera poco, de ello se obtiene una satisfacción personal, no lo duden porque somos conscientes de nuestra contribución para mejorar la sociedad.