Dos Norteaméricas. El único resultado seguro de las elecciones presidenciales es que han agravado la fractura de la sociedad estadounidense y dejan una sociedad con posturas irreconciliables.
Esta convocatoria electoral más que una competición de propuestas era un plebiscito sobre Donald Trump. Estados Unidos, cuna del marketing político, esta vez no ha ofrecido grandes campañas electorales. Más bien al contrario, ha destacado por el uso de las fake news o por un debate televisivo tosco, plagado de descalificaciones entre ambos candidatos, reflejo de una sociedad crispada y enfrentada.
Una profunda polarización que ha ido forjándose a lo largo de estos cuatro años. Con un presidente dirigiendo la Casa Blanca como si de un reality show se tratase. Pero la situación se ha avivado durante esta campaña electoral con los dos partidos fomentando la división para sacar rédito político.
Joe Biden empezó planteando esta campaña como un referéndum sobre la gestión de la pandemia y explotó el negacionismo de Trump sobre la gravedad de la Covid. De repente, el virus irrumpió en la propia vida del presidente y su familia. La imagen de un presidente hospitalizado hizo caer en picado su popularidad. Intentó remontar utilizando toda la majestuosidad de la presidencia, con imágenes épicas en la Casa Blanca o aterrizando con el mismo Air Force One en los mítines.
Trump contaba con la televisión con uno de sus principales aliados para entrar con sus chistes y bailes al ritmo de los Village People en miles de casas. Pero, la pandemia también ha monopolizado la información en las televisiones, quitándole protagonismo a sus provocaciones y salidas de tono.
Pero a pesar de la pandemia, la principal estrategia electoral de los demócratas ha sido capitalizar el odio contra Trump. Han aprovechado el sentimiento de las protestas tras el asesinato de George Floyd para acoger a la comunidad afroamericana. Biden ha hecho del racismo su principal arma electoral llevándose a Obama de señuelo y sumando a su candidatura a Kamala Harris, primera mujer negra y de origen asiático en aspirar a la vicepresidencia.
Poco ha pesado que Biden tenga poco carisma, que sea la tercera vez que se presenta a la Presidencia con 77 años, o su buen prestigio como vicepresidente de Obama. Lo importante era avivar el miedo a un enemigo común: Trump, y así ha conseguido el apoyo de la mayoría de la comunidad negra, la científica, y hasta la unidad de los demócratas.
Pero a pesar de toda esta unidad contra Trump, de su mala imagen en los medios y en la opinión pública internacional y la gran movilización para votar con una participación inédita, por qué no ha arrasado Biden?
Básicamente porque la polarización de la sociedad hace que se generen tantos odios viscerales como apoyos inquebrantables, y cada una de estas posturas moviliza, más si cabe, a la contraria.
En medio de una pandemia y a la cabeza de una nación profundamente dividida, Trump empezaba la campaña con grandes posibilidades de reelección. Su sello distintivo durante su gestión en el despacho oval ha sido gobernar para los suyos y enfrentarse a sus “oponentes” (sean políticos, periodistas o incluso cargos de su equipo). Fiel a sus votantes, éstos creen firmemente que antepone los intereses de EEUU a los suyos propios (Make America great again). Y creen que en época de crisis económica, social y sanitaria, es más necesario que nunca un liderazgo férreo que instaure la ley y el orden.
Pero fundamentalmente, it’s the economy, stupid. La célebre frase de la campaña de Bill Clinton se la han aplicado ahora los republicanos. Porque una de las principales preocupaciones de los norteamericanos es la economía. La gestión económica es una de sus fortalezas y Trump la ha explotado, alentando el miedo a su enemigo: el socialismo, y ha basado su campaña en enfrentar los dos modelos económicos. En este contexto, muchos han visto en el magnate la mejor garantía de recuperación económica postpandemia. Y sobre todo, con este argumento anticomunista se ha ganado la mayoría del voto latino en un estado clave como Florida.
Pero, además de proyectar a un enemigo económico, también cuenta con la propaganda. Trump es el rey de las redes sociales, ha ejercido de comandante en jefe a través de twitter y el número de seguidores que tiene en sus redes sociales está a años luz de sus adversarios políticos.
El impacto cuando habla es incalculable, más en una sociedad polarizada donde los ciudadanos no buscan la verdad, sino encontrar argumentos cercanos a sus pensamientos para afianzar sus posturas.
Y en la era de la postverdad esta búsqueda de razones sirve para justificar cualquier actitud, hasta el punto de cuestionar el sistema y las reglas del juego. Como ha hecho Trump al impugnar las elecciones antes del recuento, generando una crisis institucional sin precedentes en la mayor potencia y una de las democracias más consolidadas del mundo.
Un episodio más para sumar a este fatídico 2020. Porque como dice la famosa canción de REM es el final del mundo tal como lo conocemos.