Nuevos nombres olvidados (Lunwerg, 2021) es el último libro de un dúo creativo imparable: el de las hermanas Carmen y Laura Pacheco. Con la primera dando vida al texto; la segunda al mando de las ilustraciones, este álbum ilustrado para adultos se propone diseccionar los arquetipos femeninos mediante un pretexto: el conocimiento es libertad
VALÈNCIA. «Un álbum ilustrado para adultos». Como concepto, llama la atención. Algo parecido debieron pensar las hermanas Pacheco, Carmen y Laura –escritora e ilustradora respectivamente–. Ambas, además de ADN, comparten gustos y proyectos. Prueba de ello son sus tres obras en común Let’s Pacheco! Una semana en familia, Troll Corporation y Divas de diván. Pero crear una historia enmarcada en un formato tradicionalmente ligado al mundo infantil, como el álbum ilustrado –la propuesta de partida que les planteaba la editorial Lunwerg– las cautivó. Y, por supuesto, aceptaron el reto.
Así nace Nuestros nombres olvidados, un cuento –o fábula, según se mire– publicado en marzo de 2021. Este nos presenta a siete misteriosas criadas que trabajan una mansión. Todas las noches, cuando la casa duerme, comparten confidencias y leyendas en el desván. Hasta que, un día, se ven obligadas a contar sus propias historias. Su verdad.
En Nuestros nombres olvidados, el equilibrio de palabras y dibujos marcan el ritmo de la obra. Carmen Pacheco firma el texto; Laura Pacheco se encarga de las ilustraciones. La primera trabaja como redactora y consultora creativa para marcas, es autora de cómic y novela, y colaboradora habitual de Vogue o Vanity Fair. Laura, por otro lado, se define como historietista y autora de cómic. De su puño, han surgido historias como Señor Pacheco: Agente Secreto o Problemas del primer mundo. Cuando crean juntas, el humor y la ironía suelen vertebrar sus historias.
Nuestros nombres olvidados, sin embargo, se aleja completamente de su zona de confort y se adentra en un terreno mucho más espiritual. No por ello se desdibuja –y nunca mejor dicho– el formato. Preservar la magia de los álbumes ilustrados era uno de los objetivos de las hermanas Pacheco. Y, para buscar esa magia, bucearon en el pasado.
Hipnótico y envolvente, el relato de las Carmen y Laura Pacheco bebe fundamentalmente de la mitología y los símbolos. Cuando se pusieron manos a la obra con el libro, fueron estos temas –y no otros–los que encaminaron el proyecto. Analizándolos, ambas se percataron de algo: «Los arquetipos femeninos eran lo que más nos atraían», cuenta Carmen. «Nos fascinan, pero, al mismo tiempo, somos prisioneras de ellos», añade la escritora, reflexiva.
Un arquetipo, un «modelo original y primario en un arte u otra cosa» –según la primera acepción de la RAE–, no deja de ser un patrón común: una serie de atributos recurrentes que aparecen en todas las culturas bajo, eso sí, diferentes formas. Como el intrépido «héroe» de las leyendas o el benévolo «sabio» que ejerce de guía. Pero, ¿qué hay de los arquetipos femeninos?
Las hermanas Pacheco, tablero de Pinterest en mano e Internet a su entera disposición, fueron esbozando los modelos femeninos más habituales de las tradiciones universales. Y, tras un exhaustivo trabajo de síntesis, dieron con siete roles: la amante, la guerrera, la madre, la hechicera y la tríada –tres en una–. Las siete criadas.
La amante personifica la belleza y el amor, también la fascinación y objetificación con la que históricamente se ha tratado la sexualidad femenina; la guerrera, al contrario, encarna la mujer combativa, muchas veces ejerciendo un feminismo mal entendido por imitar roles masculinos. La madre, por otro lado, es el arquetipo femenino por excelencia y está relacionado con la fertilidad. La hechicera recoge la sabiduría e independencia de las diosas paganas e incluso de las villanas de las ficciones modernas; y la tríada, por último, se emplea para categorizar a los personajes femeninos en función de su edad y «utilidad»: «hija, madre, abuela», «niña, doncella, esposa».
Siete arquetipos femeninos transmitidos y reinterpretados en un sinfín de culturas y religiones a lo largo del tiempo, pero iguales en su esencia. Con, eso sí, unos símbolos e imágenes cambiantes en su representación gráfica; tanto, que Carmen optó por recoger todos esos elementos en una tabla para que Laura, posteriormente, pudiera encargarse de plasmarlos. El resultado: una «fusión» de símbolos que puebla las páginas del libro –jugando, incluso, con el color de las páginas– y complementa las palabras de Carmen.
«Queríamos que las ilustraciones no expresaran de forma literal el texto», corrobora Laura Pacheco, «sino que aportaran más capas de lectura». Curioso fue, en concreto, el caso de Atenea. «Atenea, la diosa de la guerra, surge de la cabeza de Zeus. Kali, de la mitología hindú, diosa de la destrucción, también nace de la cabeza de un Dios», recuerda Laura. Los arquetipos han mutado tanto que incluso la Virgen del catolicismo los ha acogido en su seno. «Las historias se han ido reciclando», explica la ilustradora –y quien se zambulla entre las páginas de Nuestros nombres olvidados sabrá de qué habla específicamente–.
Pese a la exhaustiva disección de los arquetipos –incluso, de la moraleja final del libro–, las hermanas Pacheco dudan en encajar su libro bajo un mensaje feminista. «Es, más bien, una reflexión», precisa Carmen, que tampoco descarta que exista un propósito detrás del proyecto: «Cuando eres consciente de estos arquetipos, tienes poder sobre ellos. Ya no tienes por qué ser presa de ellos. No tienes por qué forzarte en encajar en ellos». Porque el conocimiento, al final, es sinónimo de libertad.
Podría parecer sencillo a ojos ajenos, pero escribir e ilustrar a cuatro manos requiere de dominio, técnica y habilidad. Carmen y Laura Pacheco llevan haciéndolo ya algunos años. Quizá por eso, saben que un punto de partida común debe ser el precursor del proyecto. «Primero hablamos y decidimos qué queremos hacer juntas», cuenta Laura.
De las primeras conversaciones surge un imaginario: un tipo de obra. Carmen es la que arranca el proyecto con las ideas y el texto, un proceso en el cual Laura participa activamente. A partir de aquí, la escritura y el dibujo fluyen en universos paralelos que se retroalimentan. Tiene más mérito todavía pensar que ambas hermanas viven en ciudades diferentes y que, por tanto, la comunicación resulta esencial para tejer historias que se asienten sobre las mismas bases narrativas.
Incluso, aunque cada una se reconoce en un terreno creativo diferente, no pueden evitar aludir al trabajo de la otra. «Siempre nos metemos», dice Laura, que opina abiertamente sobre las palabras de Carmen de la misma forma que su hermana lo hace sobre sus dibujos. Las críticas, en este sentido, también se suavizan. «No sé cómo nos las tomaríamos si no fuéramos hermanas», medita Carmen.
La simbiosis es tal que, incluso cuando no comparten proyecto, acuden la una a la otra. «Siempre que escribo algo, se lo mando a ella», confiesa Carmen. Laura lo confirma, pero también advierte: «Cuando tengo muy claro lo que quiero hacer, no se lo consulto; que, si no, me puede marear», sonríe, «pero, si no, siempre recurro a ella».
Partir de referentes comunes construye pilares sólidos. Tan consistentes que a veces cuesta dirimir dónde comienzan unos dónde y terminan otros. Carmen hace una observación: sabe que en su hermana puede encontrar un fiel reflejo de sí misma. «Si no le gusta algo de lo que he escrito: fatal», se ríe la escritora. «Porque, al fin y al cabo, tenemos el mismo gusto».