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Desbarajuste en la derecha

20/02/2021 - 

Vistos en perspectiva, no puede decirse que los resultados de las elecciones catalanas del pasado domingo constituyan una enorme sorpresa. Se esperaba un buen resultado del PSC, que no sería suficiente para gobernar; se esperaba una lucha encarnizada entre ERC y JuntsxCat para dirimir cuál de los dos partidos quedaba por delante, y han quedado diferenciados por un único escaño; se esperaba el hundimiento de Ciudadanos y el ascenso de Vox, y así ha sucedido. Y nadie esperaba apenas nada del PP y eso hemos tenido: apenas nada.

Más o menos ha pasado lo previsible, pero también hay una gradación dentro de lo previsible. No es lo mismo que Vox ascienda que casi multiplicar por cuatro los escaños del PP, y casi por dos los de Ciudadanos. Ahora mismo, Vox es el claro referente de la derecha españolista en Cataluña. Vox cuenta con más escaños que las otras dos formaciones juntas (11 a 9), y casi los mismos votos (217.883 frente a los 266.970 de la suma de Ciudadanos y PP). Así, en esta franja del electorado es donde, sin lugar a dudas, se ha producido el cambio de mayor profundidad. Un cambio que va a tener repercusiones a escala nacional.

Como ya hemos comentado muchas veces, la derecha lo tiene muy difícil para recuperar el poder en el conjunto de España si sigue dividida en tres partidos políticos distintos. La división del voto minimiza el reparto de escaños, invirtiendo lo que tradicionalmente sucedía en las elecciones generales, que tendían a beneficiar a la candidatura conservadora por su mayor implantación en provincias de población rural y envejecida, donde los escaños cuestan proporcionalmente menos votos.

Así, en las elecciones de abril de 2019 PSOE y Unidas Podemos prácticamente empataron en votos con PP, Ciudadanos y Vox (11.264.287 frente a 11.217.410 votos), pero obtuvieron una diferencia significativa en escaños (165 frente a 147). en noviembre de 2019, en la repetición electoral, PSOE y Unidas Podemos obtuvieron más escaños que las tres derechas (155 frente a 151), a pesar de cosechar menos votos (9.911.563 frente a 10.354.337 votos).

Puede parecer poco, pero ese plus de escaños pone muy cuesta arriba para la derecha sumar alguna vez lo suficiente para gobernar. Porque a ese hándicap se suma que, dada su composición actual, que incluye un partido ultraderechista, Vox, y otro que hace del rechazo de los nacionalismos periféricos su principal seña de identidad (Ciudadanos), resulte imposible, en la práctica, sumar algún socio adicional a ese trío de las derechas.

Por ese motivo, el PP, como siempre ha hecho, busca en todo momento recuperar la hegemonía en la derecha como paso previo a absorber a sus dos incómodos compañeros de viaje. Pero eso no significa que el PP sea indemne a ser, a su vez, absorbido. No en vano, Vox es una escisión del PP, y Ciudadanos, salvo en Cataluña, ha crecido fundamentalmente a costa del PP. En abril, de hecho, Ciudadanos estuvo a punto de lograr el sorpasso. En noviembre de 2019, el PP salió fortalecido de la cita electoral y Ciudadanos quedó reducido casi a la nada. Pero Vox obtuvo un excelente resultado y se convirtió en la principal alternativa al PP.

Desde entonces, el PP hace un doble juego en el que intenta absorber (a Ciudadanos) y no ser absorbido (por Vox). Un doble juego que explica tanto los vaivenes estratégicos de Pablo Casado, que primero apostó por emular a Vox y luego por romper con este partido, como las diferentes apuestas de los barones del PP, desde Núñez Feijóo, que ha conseguido que Vox sea inexistente en Galicia, a Díaz Ayuso, que gobierna merced al apoyo de Vox y despliega un inefable trumpismo cañí indistinguible a menudo de lo que cabría esperar de Vox.

El resultado de las elecciones catalanas es un importante traspiés para el PP, tanto para absorber a Ciudadanos (por muy mal que esté Ciudadanos, el PP tampoco goza de muy buena salud) como para alejarse de Vox, pues a día de hoy es evidente que no puede aspirar a absorber a este último partido, y que el panorama va a ser, más bien, de competencia entre ambos por obtener la supremacía en su espacio político.

No hay solución buena para la derecha aquí. Si gana Vox esta disputa interna de la derecha, salvo hecatombe nunca gobernará en España, porque la situación se asemejará a la de Francia, donde el Frente Nacional se enfrenta a los demás partidos. Además, la derecha profundizará en el que es hoy su mayor problema estructural, más allá de la división: su incapacidad para tener una implantación más o menos homogénea en toda España, a diferencia del PSOE. Si gana el PP, será previsiblemente tras pasar varias legislaturas en una travesía del desierto para asimilar a los otros dos partidos. Mientras tanto, aunque el PP logre coaligarse con Ciudadanos, estará abocado a pactar con Vox en todas partes si aspira a gobernar en algún sitio (salvo, tal vez, en Galicia), y eso impedirá que pueda pactar con ningún partido más y, en consecuencia, convertirá la llegada a La Moncloa en un imposible.

Todo esto, naturalmente, lo saben muy bien en La Moncloa, y por eso les encanta sacar a la palestra a Vox siempre que hay ocasión. Juegan a aprendices de brujo con la ultraderecha desde el mismo instante de su nacimiento, porque ven en Vox el espantajo perfecto para perpetuarse en el poder.

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