VALÈNCIA. El silencio y el escaso “ruido visual” ha focalizado mi mirada hacia la ciudad. De repente surgen volúmenes y detalles que siempre han estado ahí pero que nos han pasado inadvertidos. También surgen horrores arquitectónicos en los que uno no había del todo reparado y que son imposibles de aislar. Es curioso como la ausencia de ciertos sonidos que ocupan nuestras vidas de urbanitas y la invitación a adoptar una nueva perspectiva visual en nuestros paseos al poder ocupar la calzada nos revelan hallazgos que nuestra adormecida mirada no había conseguido aislar.
Esta semana, tras el coitus interruptus de la precedente, algunos hemos empezado a subir las persianas, aunque para otros sea una posibilidad todavía demasiado temprana. Desconozco en cual de de estos miméticos días de confinamiento alguien decidió saltárselo, posiblemente afectado por un irrefrenable síndrome de abstinencia, con la finalidad de vandalizadar con aerorosol la puerta de mi galería. El caso es que la habíamos pintado homenajeando a Anzo precisamente para que la respetaran y la idea sirvió mientras sirvió. En fin, he conocido pocos centros históricos más vandalizados que el nuestro y, lo peor es que ya damos por hecho que es un “sino” con el que tenemos que convivir. Como decía, hemos empezado a ingresar en la llamada “nueva normalidad”, aunque todavía se respira quietud en una ciudad de triste belleza cuyo silencio, estos días, se ha visto interrumpido súbitamente por la alegría que transmiten las voces de los niños que rebotan en callejuelas y plazas.
En uno de los paseos multitudinarios que inician miles de vecinos al caer la tarde me encontré con Rafal. Rafal Jezierski, de origen polaco pero ya un valenciano más, es violonchelo solista de la Orquesta de la Comunitat Valenciana y me dio la primicia de una fantástica idea que llevaba pergeñando desde días atrás: la grabación de las Suites para violonchelo solo de Bach en el entorno de las salas del Museo de Bellas Artes. Comenzaría con la primera de las seis este pasado lunes para celebrar, por un lado, el Día Internacional de los Museos y por otro la reapertura de nuestro centro museístico que ha permanecido entre tinieblas demasiados días. Así lo hizo con una excelente grabación en video a cargo de la fotógrafa norteamericana, residente en València, Alex Baker en la que se alterna la música con imágenes de las obras expuestas. Dicho sea de paso, la interpretación de Rafal es fantástica.
Cuánto tiempo para la reflexión nos han regalado estos días. Tengo ganas de hablar con artistas para conocer de primera mano qué ha supuesto este encierro involuntario para ellos, y sobretodo para su arte. Me interesa saber hasta que punto sucesos como estos les condiciona su mirada creativa. A buen seguro que habrá quienes estos días no hayan sido más que una continuación de su enclaustramiento habitual, y en otros casos, sin embargo, todo lo que está sucediendo estará condicionando fuertemente su trabajo actual y futuro, tanto conceptualmente como incluso en la técnica o soporte a emplear. La llamada “etapa post pandemia”. Toshi es uno de los acuarelistas más interesantes que trabaja en nuestra ciudad, en la que vive desde hace ya bastantes años. Lo hace en la Xerea y en los primeros días, al subir a su terrado como mucha gente hizo para respirar mentalmente, pudo descubrir un mundo en el que no había deparado: el mar de tejados superpuestos de su ciudad, así como las cúpulas y cimborrios que emergen a duras penas junto a las esbeltas torres. Ello le ha motivado a iniciar una serie de pequeños y deliciosos paisajes urbanos desde las alturas. Ya nos sorprendió y sedujo hace años con unos delicados bodegones de frutas pintados al natural (siempre lo hace del natural) llenos de misticismo, y con paisajes marinos del sur de la península y de las costas de Japón. Ahora lo hace con esta mirada sosegada de la parte antigua de una ciudad en silencio y de un cielo limpio y protector.
Como una cosa lleva a otra, esto me hace recordar a artistas cuyo arte ha estado condicionado por el aislamiento interior. Así, Aislamientos, titula una larga y célebre serie (quizás la más importante de su carrera) Anzo en la que pone sobre la mesa los problemas del hombre en soledad en un entorno tecnificado. Por el contrario Genovés, artista incansable y fundamental de la España de los últimos sesenta años, nos habla de las muchedumbres en lucha, como un solo hombre. Muchedumbres también que huyen del poder represor pero también que se rebelan contra éste. Su periodo más interesante hay que buscarlo antes y durante la Transición. Un arte marcado claramente por su posicionamiento político frente a la represión del Régimen, poseedor de una fuerza un reflejo en el cromatismo reducido a grises que contrasta con última etapa del pintor, mucho más colorista y podemos decir que guiada por cierto decorativismo de corte optimista. El destino es así de caprichoso, y no hace falta explicar el nuevo simbolismo que ha cobrado, precisamente estos días en que nos ha dejado, su obra “El abrazo”. Unos artistas nos llevan a otros aunque nada tengan que ver entre sí. Es una de las cosas fascinantes del arte. Alejado de estos dos artistas capitales, Juan de Ribera Berenguer fue un excelente pintor, posiblemente no suficientemente ponderado por la crítica aunque tuvo un enorme éxito comercial. Un pintor cuya extensa obra se debatió entre el paisaje urbano de la ciudad y, lo que aquí nos importa, las sombras y los rincones más lúgubres de su aislamiento buscado en su estudio. Pocos artistas han tenido esa fijación por el lado más “cochambroso” de su espacio vital: escobas, cacharros viejos, trastos y animales en descomposición.