VALÈNCIA. Dicen personas expertas en ello que, tras la pandemia, se avecinan unos nuevos felices veinte. Que tras el encierro, se impondrá en la sociedad una sed de evasión y hedonismo que nos empujará a las pistas de baile y al amor libre. En la Comunitat estamos preparados para ello. El territorio valenciano ya ha vivido a más de 140 bpm. Se hizo durante más de una década, en una red de macrodiscotecas de la que poco se puede contar nuevo pero nunca sobra nombrar y poner en cierto valor. Empezó siendo post-punk, rock y música de vanguardia, y acabó con todas las vertientes de la música electrónica, imponiéndose finalmente el trance y el hardcore. Con la llegada del siglo XXI, las macrodiscotecas fueron cerrando y esa escena pareció esfumarse.
La realidad es que no, que las estructuras y la afición a algo o a alguien no se olvidan de un día para otro. La música de la ruta se empezó a conocer bajo la etiqueta de remember, y pasó de los grandes recintos a pubs y lugares de la ciudad, además de la cuota verbenera de cada fiesta patronal de pueblo. El hardcore sigue vivo, aunque se ha asociado a una generación que mantiene su memoria desde un carácter más experiencial que melómano.
En todo caso, todo este discurso tiene un pero. Nunca nada se deja a una única generación. Y la llegada de internet ha constatado que las nuevas generaciones son capaces de recuperar y transformar absolutamente cualquier género musical. El hardcore no va a ser menos. El pasado mes de febrero se publicó Harlecore, el primer álbum largo del productor británico Danny L Harle, uno de los gurús de la música electrónica que formó parte de la primera escena de PC Music. Harlecore es pura música mákina. Es sucio y rápido y dan ganas de bailar. Un álbum puramente happy hardcore que ha agitado la escena y que abre una pregunta (planteada por The Guardian):¿Puede Danny L Harle reinventar el hard dance para una nueva generación?
En València, las nuevas generaciones ya tomaron el relevo de renovar la escena hardcore y trance antes de Harlecore, y hay un puñado de propuestas de creadores y creadoras jóvenes que investigan sobre ello. Un movimiento que implica un doble reto: hacer avanzar uno (o varios) géneros musicales, y retar a toda una sociología del hardcore arraigada en el territorio.
Vicente Alfonso es responsable de Valencia Radio Remember, una emisora online que programa sesiones de DJ y temas de la Ruta Destroy. Advierte que la propia etiqueta de remember puede llegar a ser despectivo: “las personas que vivimos la primera ruta preferimos hablar de música nostalgia o música destroy”, explica. Su proyecto, como otros muchos, es la prueba del público que sigue teniendo la música que sonaba en los garitos en los 80 y los 90: “la ruta sigue teniendo muchísimo público, de hecho, más de la mitad de las radios que ponen música en València ponen este tipo música. Lo que no hay son las maxidiscotecas de entonces para disfrutar de ella”.
Alfonso señala que “la música de la Ruta nunca se fue. Hubo parones, gente que se fue y gente que ha vuelto”. Y aunque esa tarea de recuperación se centra en la nostalgia de escuchar los grandes temas de aquella época, también hay una puerta abierta a la arqueología prescriptora y a remezclar ahora temas de antes para generar un contenido nuevo. En este sentido, Alfonso, cree que “la gente no ha acabado de entender que hay muchos estilos musciales y que ninguno lleva mal camino. Nadie se debe cerrar a ningún género y ninguna música es mejor. No hay que olvidar lo de antes, pero tampoco podemos no avanzar”. Avancemos entonces.
Dani Soto estaba pinchando techno en una fiesta de València cuando, al final de su sesión, decidió poner un tema eurobeat. A la gente le pareció extraño pero no lo acogieron mal. En verano, en una fiesta larguísima de reencuentro, pinchó durante horas y se volvió a atrever a quitarle el polvo a su carpeta de música eurobeat. Y sus amigos, que apenas pasan de los 20 años, volvieron a reaccionar bien. En esa fiesta, en la que también estaba Fes Bondat, los dos decidieron empezar un proyecto en solitario para empezar a investigar y producir juntos bajo el nombre de Mecánica Celeste.
El proyecto arrancó entonces y a lo largo de 2021 sacarán sus primeros temas. Su apuesta es la de renovar un estilo de canciones que “están guapos, pero no acaban de conectar con el público de ahora”, unos temas de entonces que se hace difícil pinchar “porque tienen breaks de cinco minutos, y duran en total 12, y si pones eso la gente se sale a fumar”. A su vez, también está la idea de luchar contra cierto puritanismo de la escena techno y abrir el abanico de la música que suena en los clubs valencianos.
El acercamiento de Krystales viene desde un punto similar al de Danny L Harle, el hyperpop, happyhardcore y otros géneros que han crecido en internet. En su opinión, decir que el hardcore es algo del pasado o etiquetarlo de remember es de “pureta” porque “ha ido transformándose en otras muchas cosas como el industrial y el frenchcore”. “El hardcore siempre ha estado presente y ahora estamos creando un nuevo género”, sentencia. Este nuevo sonido no le debe más a esos temas de los 90 como a Rebecca Black y la escena hyperpop: “YouTube hace que dos escenas exploten y creen lo que hay ahora. Rebecca Black es hardcore esperando a ser hardcore, y en esas estamos”.
Krystales entiende su labor como un ritual: “pincho hardcore porque quiero llegar a crear una sensación de euforia colectiva, y entiendo así mis sesiones, como una experiencia compartida. El nuevo tipo de hardcore es -más que un género- un tipo de energía en la que confluyen muchísimos otros géneros musicales. Una parte le pertenece a ese remember y a esa ruta, pero otras muchas no”.
Además, señala que su renovación tiene también una motivación militante: “como persona queer, yo no he concebido nunca los espacios en los que se desarrolló la ruta como espacios seguros. El PC Music y el pop crean ese tipo de espacios y ahora el trabajo es el de recuperar esa euforia y lo que se llegó a vivir entonces, pero en espacios queer”.
Para él Harlecore es un disco que resume “todo lo sucio y lo novato que se está haciendo en internet”, una muestra de un movimiento que es global y que transforma absolutamente todo lo que toca. El hardcore es una pequeña parte de un movimiento que resulta más complicado de entender desde las etiquetas musicales que desde fenómenos virales y movimientos creativos que envuelven muchas más disciplinas.
Algo parecido opina Turian Boy, productor y parte del sello colectivo Vlex. Para él, Harlecore aporta esa visión de “sacar de baúl ese imaginario hardcore pero darle un aporte referenciando a otras muchas músicas más y quitándole esa etiqueta de ser algo hortera y banal, llevándolo a un terreno underground que lo contraponga a la pureza”. “Además, es un disco muy interesante por el propio momento que estamos viviendo: es la música que necesitábamos para (al menos) poder pegarnos la fiesta bailando en nuestras habitaciones”, añade.
El acercamiento de las personas que forman Vlex también viene de lugares bien diferentes al del hardcore más puro, esencialmente desde el hyperpop. Rave, EDM y muchas otras referencias individuales que se suman a un género que quieren lo más abierto posible: “Somos una generaciones que consumimos todo tipo de música. Nos gusta fusionar y referenciar cosas extrañas: a mí me gusta Rocío Jurado, mi pasión son los Beatles, y Charli XCX me cambió la vida. Toda esta mezcla va más allá de lo que se conoce como música remember, y tenemos derecho a hacerla nuestra y quitarle la etiqueta”.
Pregunta lanzada, solo hay una idea que atraviesa las tres respuesta: el oído valenciano sí está hecho a esta música. “Yo soy de Santander y llevo viviendo solo unos cuatro años en València. Estos sonidos están muchísimos más arraigados aquí que allí. Cuando yo he empezado a pinchar eurobeat, pensaba que me tacharían de loco, pero por ahora siempre que lo he puesto, aunque ha sonado extraño, ha sentado bien”, explica Dani Soto, que opina que este género puede ser un hilo del que tirar para crear un “sonido València” o un “sonido España”: “el techno se está desenfadando un poco y lo necesitaba”.
“Tengo el recuerdo de una ruta que no he vivido, pero que me contaban y estaba en mi imaginario desde adolescente. Nuestra educación musical nos ha preparado para ello”, cree Turian Boy. Por su parte, Krystales opina que “hay espacio creado para esta música, pero no físico. El público lo recibe bien, pero si ya había pocos locales antes de la pandemia, ahora será aún más difícil todo”. A falta de espacio físico, ya sea por falta de oferta cultural o por restricciones, el movimiento no ha parado y se han estado organizando sesiones y festivales online que han puesto el acento en otra pata imprescindible de esta renovación: su confluencia en igualdad de condiciones con el audiovisual y con el espacio virtual. Si València no tiene clubs para volver a ser un punto neurálgico, podrá serlo como origen de un buen puñado de artistas.