Por una moratoria a la construcción de cualquier infraestructura que no pueda demostrar su estricta sostenibilidad
Quitémonos la venda. No. No se puede construir a gran escala de manera sostenible. Es, todavía, tecnológicamente imposible poner ladrillos libres de emisiones.
Hemos escuchado historias preciosas sobre edificios que no emiten gases de efecto invernadero. Y de muelles y carreteras respetuosas con el planeta. En el mejor de los casos, son medias verdades bienintencionadas. En el peor, es humo emitido por el greenwashing.
El mayor desafío en la carrera para reducir emisiones es la energía consumida en la construcción. Una vez medimos y contabilizamos las emisiones totales de un edificio, que deben incluir el carbono incorporado, no podemos negar la falacia de la construcción sostenible.
El carbono incorporado supone unas tres cuartas partes de las emisiones de un edificio durante el total de su vida útil. Medir el carbono incorporado significa cuantificar toda la huella ecológica causada al producir los materiales: la extracción primaria, la producción de elaborados, el transporte y, eventualmente, el reciclaje.
A pesar de su importancia, el carbono incorporado no está contemplado aún en los código de la construcción ni en la mayoría de certificados privados de sostenibilidad. Aún así, por razones evidentes, valorar su medición en los objetivos públicos va ganando importancia y ya hay ciudades como Amsterdam que, a través de su modelo de la economía del donut, ha incluido su reducción en su estrategia de sostenibilidad.
Entender la complejidad y la completitud de la huella ecológica de la construcción nos debe llevar a reconocer el argumento con el que iniciaba el artículo. No sabemos aún construir a gran escala sin perjudicar al planeta. Y eso debería tener repercusiones políticas.
¿Significa esto que deberíamos parar para siempre la construcción de absolutamente todos los edificios e infraestructuras? Eso es debatible. Al menos tendríamos que contemplar que la creación de infraestructuras verdes, desde paneles solares a líneas de tranvía, es el resultado de un proceso que no tiene nada de sostenible en sí mismo. Deberíamos exigir unos análisis más detallados para asegurar que los beneficios medioambientales (reducción de emisiones a largo plazo) excedieran los costes medioambientales de la propia construcción. Como por ejemplo, pasa en la mejora de la eficiencia energética de los edificios ya existentes.
Es por eso, ahora que debatimos cuestiones cruciales como la expansión del puerto de València, el acceso norte, el túnel pasante, o el diseño de numerosos proyectos a la espera del maná de los fondos de recuperación, que propongo una moratoria a la construcción de nuevas infraestructuras de dudosa sostenibilidad durante, por ejemplo, 10 años.
Solo se debería construir aquello que cumplan el requisito explicado anteriormente. Si va acompañado de unos beneficios medioambientales que excedan a sus costes, midiendo en estos últimos el carbono incorporado. Las inversiones descartadas se deberían redirigir a otros objetivos indiscutiblemente sostenibles, enfocados hacia las personas, y, potencialmente, impulsando el trabajo que definía en un artículo anterior, como el de las 3C: cultura, creatividad y cuidados.
Como no podemos construir de manera sostenible, hasta que la tecnología nos lo permita, debemos ser muchísimo más prudentes cuando lo hacemos.