Parèntesi  / OPINIÓN

Distopía

23/03/2020 - 

Distopía por todos lados. Jamás se había escuchado tanto. Y eso que sólo hace seis años que el término se incluyó en el diccionario de la RAE. 'Representación imaginaria de una sociedad futura con características negativas que son las causantes de alineación moral' propuso como definición su impulsor, José María Merino, y, en esencia, es la que se incorporó. Como la utopía pero indeseable, vaya. Así lo desvela también la etimología: ‘dis’ (mal) y ‘topos’ (lugar). La antípoda de la Ítaca homérica. Un ‘mal lugar’ donde podría acontecer el apocalipsis.

Desde la perspectiva del placer estricto, la literatura, el cine y las series nos han regalado auténticas delicias distópicas. La creatividad humana, sin embargo, casi nunca es inocente. Y más allá del entretenimiento, las distopías eran (y son) una advertencia sobre el destino de la Humanidad. Huxley y su mundo feliz, Orwell, Bradbury y la brigada quemalibros, Fritz Lang y Metrópolis, Matrix, Stephen King, Fringe, Phillip K. Dick, las ovejas eléctricas, Scott y Blade Runner, Houllebecq y un enorme etcétera eran, tal vez, una invitación a corregir el rumbo. Una lástima que nadie se tome demasiado en serio la narrativa ni el cine.

La sensación de irrealidad (de vivir dentro de un libro o de un film distópicos) que provoca en muchos ciudadanos la crisis del coronavirus ya la experimentamos con el 11-S y las torres gemelas. Entonces aquel símbolo del mundo occidental que parecía intocable fue destruido. Y cambió todo. La seguridad que anhelábamos la ofrecieron la tecnología y la globalización. Ahora esos cimientos poderosos sobre los que íbamos a construir el futuro son puestos en entredicho porque en un remoto rincón de China alguien decidió almorzar una sopa de murciélago. ¿Cómo era aquello de que el vuelo de una mariposa en Oriente puede provocar una tormenta en Occidente? Y todo ha vuelto a cambiar.

La sensación hoy, como el 11-S, es de que somos vulnerables. Es un problema de percepción: ¿en qué momento nos convencimos de que no lo éramos? Las expectativas que hemos construido sobre el mundo y lo que de nosotros se espera son una temeridad. Podríamos haber aprendido, humildemente, la lección que subyacía en nuestras distópicas obras de ficción favoritas.

Podría suceder que la realidad superara a la ficción: que el virus que pronto llevaremos todos dentro se active y desactive desde una húmeda y oscura sala de control para alterar nuestra voluntad al antojo de un dictador global; que venga hacia nosotros un meteorito y que el confinamiento sea una instrucción militar para abordar con ciertas garantías sus consecuencias; o que se esté librando en la estratosfera una guerra contra los alienígenas invasores y se nos tenga encerrados hasta que acabe. Nunca hay que descartar nada, pero sospecho que estamos muy lejos de vivir una distopía como ésas con las que tanto hemos disfrutado.

La única distopía que podría estar a la vuelta de la esquina es el fin, si no del capitalismo, al menos del neocapitalismo globalizado y tecnológico que hoy domina el mundo. Lo hace sospechar el hecho de que sus adalides se apresten a negar esta posibilidad. También es cierto que esa sociedad futura sería, para muchos, más utópica que distópica. Aunque en realidad eso dependerá de qué venga a ocupar su lugar.

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