VALÈNCIA. En uno de mis múltiples desplazamientos, en día de asueto, al Mercado de la Pulga, el rastro de València ubicado en la plaza Luis Casanova a espaldas de la xicoteta grada del viejo Mestalla, me zafé con un buen lote de viejos papeles. En aquel desordenado fardo de amarillentos y polvorientos documentos respiraba una resma de artículos de periódicos escritos en los años setenta, entre ellos, uno de gran valor y alto interés por el "asalto perpetrado" por Vicent Andrés Estellés al destierro y morada personal del ilustre valenciano Vicente Blasco Ibáñez. Lugar de destino: Mentón. Parada final: Fontana Rosa. Objetivo: descubrir el paradisíaco jardín de los novelistas.
Me unen dos particulares intereses al poeta de Burjassot, el del sentimiento y devoción por la lectura de filosofía casera y el vicio nicotínico. Si sientes curiosidad por descubrir lugares recónditos, no tienes más que recurrir al abrazo de un estante y hurgar en los estantes de la biblioteca. Blasco escribió que un "hombre amigo de la lectura no necesita moverse para conocer países".
El escrito de Estellés resumía su viaje realizado a tierras francesas un 24 de agosto de 1973. Fecha propicia en el calendario para los grandes traslados. El autor relataba sus deseos, curiosidades e intereses escritos con la punzante pulcritud que le caracterizaba en una emotiva crónica por el camino de la nostalgia. Vinculado emocionalmente al escritor de Arroz y Tartana, sentía admiración por el político republicano. Herencia recibida por el testamento literario de su abuelo, que apenas conoció, tras la donación en su niñez de las obras de Blasco. Había viajado a Francia casi en expreso para dicha empresa. Se sentía emocionado. Describía su relación con el escritor entre un llanto de lágrimas. Al llegar a la Villa, en la metálica puerta de entrada de color verde que daba acceso al recinto, estaban rotuladas las iniciales B e I. En lo alto de otra verja, en el centro, la figura de un busto de Balzac de mayor volumen que las de Cervantes o Dickens, decoradas a base de la clásica policromía azulejera de la localidad de Manises junto al nombre de la villa: Fontana Rosa.
Estellés, en su corta estancia se envolvió en un mar de silencio. La soledad arreciaba a una Villa destartalada y sucia. Encarado a la puerta, sin timbre, golpeó con insistencia sin obtener respuesta. Con la ayuda del servicial taxista que le trasportó al universo Blasco accedió a la residencia. Le abrumaba conectar con el jardín de los novelistas. Un paraíso donde el escritor valenciano pasaba horas y horas. Aburría al tiempo. El jardín le hablaba al político valenciano, como relataba en el capítulo uno de la Vuelta al Mundo de un Novelista. En forma de glorieta, el jardín levantado por un nutrido laberinto de túneles formado por rosales, repleto de cipreses y habitado por pájaros de todas las especies, el oasis natural, lugar preferido por Blasco para meditar. Estellés necesitaba bañarse en el bosque de los novelistas.
En el interior de la residencia de Blasco, el poeta seguía su visita guiada acompañado de su chófer particular. Recorrió el lugar de cabo a rabo, nervioso, respiraba, fumando, deambulaba por el exterior de la Villa pisoteando la hojarasca mixta de maderas y hierros. La residencia estaba totalmente abandonada. No podía entender el triste final de las dos propiedades de un novelista, que duro a duro, había hecho tal fortuna escribiendo novelas de sol a sol. El chalet de la Malvarrosa y Fontana Rosa tuvieron prácticamente el mismo final que el brillante escritor, valenciano universal, enterrado en una modesta lápida del cementerio. A la salida del recinto sintió como si regresara de un angustioso entierro. La visita por la galería del novelista había finalizado. Regresaba a casa de su particular viaje de la memoria. Gracias a Estellés también he cumplido mi austero pero placentero desplazamiento veraniego sin exiliarme de las cuatro paredes de casa, me asaltaba la curiosidad de recorrer el interior de Estellés en Fontana Rosa. Siempre nos quedará París.