VALÈNCIA. El Boletín Oficial del Estado lo dice: “El deporte de la colombicultura consiste tanto en la cría, adiestramiento, suelta, entrenamiento y competición de palomos deportivos o de pica, como también en la exposición de palomos de raza buchona, consistente en la perfección genética-morfológica de los ejemplares, mediante el desarrollo adquirido con el entrenamiento. En este deporte se valora el instinto del macho para atraer a la paloma o suelta, que se distingue mediante una pluma blanca colocada en su cola, puntuando conforme regulan los reglamentos de competición, por el celo, constancia y habilidad en los métodos de seducción del palomo”. En la colombicultura, el juego consiste en que el macho persigue a la hembra. Podría ser una analogía de ciertos aspectos de la vida humana, pero como explican desde la Federación De Colombicultura De La Comunidad Valenciana, “los palomos son respetuosos”. Respeto es también lo que acompaña al verbo de los de la federación. Y sufrimiento.
Sigue el BOE: “El palomo con el que se practica el deporte de la colombicultura desciende de la paloma buchona traída a España por los árabes en el siglo VIII y ha sido utilizada como medio de recreo y distracción a través de los años, pero mejorada mediante cruces realizados por los grandes aficionados valencianos hasta conseguir el palomo deportivo valenciano, tal y como se denomina actualmente, que aparece ya sólidamente afincado en nuestra tierra a mediados del pasado siglo”. Lo dice el documento: en València, la afición es cosa seria. La primera Sociedad de Colombicultura de València data de 1914. “Esta federación es la cuarta con más socios después de la de fútbol, básquet y caza”, cuenta Ricardo L. García, presidente de la Federación de Colombicultura de la Comunidad Valenciana. “El deporte está tan arraigado porque viene de muy antiguo. En València está la élite, es una tradición muy bonita que ha pasado de padres a hijos”.
En la Comunidad Valenciana hay más de 10.300 personas federadas, una cifra que casi dobla a la de Andalucía, la segunda comunidad autónoma con mayor número de federados. “Algo muy positivo y necesario es que cada vez hay más colombaires mujeres. De la gente joven que se interesa por el deporte la mayor parte son chicas. La última campeona autonómica es mujer. La colombicultura no distingue entre sexos. Hace 25 años era impensable una chica colombaire. Hacía falta, hay que huir de los estereotipos”.
Quienes practican esta actividad —colombaires en valenciano— son material del Bestiari valencià de Vicent Marco. Ellos son los propietarios de los palomos deportivos y en los animales posan sus anhelos y desesperanzas. “Ser colombaire es vivir por y para ellos, todos los días te desvives por ellos. Para el colombaire tiene muchos beneficios mentales, te comprometes. Desde que nos levantamos hasta que nos acostamos pensamos en el colom. Hay que entenderlos, llegar a una simbiosis y ayudaros en todo”.
La colombicultura levanta suspicacias entre los colectivos animalistas. “Hay mucho desconocimiento sobre la afición, pero los cuidamos a ellos mejor que a nosotros”. García subraya el compromiso con los animales. “Aunque se puede vivir de esto, como entrenador, no es la finalidad. No tenemos coloms para ganar. No es vivir de ellos, es vivir con ellos”. En las competiciones autonómicas el premio puede alcanzar los 20.000 euros. “Yo he sido campeón, pero no es el dinero, es la realización personal”. Hay que insistir para que Ricardo pose con los trofeos que ha ganado. “Yo los disfruto, pero los ganadores son ellos, les pertenecen”.
¿Qué distingue a un buen colom? “Buen físico, inteligencia para seguir a la paloma y adelantarla. El colom deportivo tiene unas neuronas y unas capacidad auditivas y sensoriales increíbles, que les hacen volver a casa, son muy inteligentes”. Aún así, llevan un chip con GPS para localizarlos si se pierden. También una chapa identificativa, además de una anilla con el teléfono del propietario. “Con las anillas de difícil reanillado evitamos robos. Son objetos de gran valor. Un colom puede valer 15.000, 20.000 o 30.000 euros. Cuando los roban acaban en el mercado negro”.
Los animales viven entre 14 o 15 años, y compiten durante seis o siete temporadas. “A partir de ahí los dedicamos a la cría. Cuando hemos acabado los jubilamos, hasta que por ellos mismos… y ya está, al final les tienes tan aprecio. Te pones triste cuando enferman. Hasta que no los curas, no descansas”.
“La pintura protege la pluma. Cada propietario tiene unos colores para identificarlos. También hay unas marcas dentro de la peña. Los colores que van por arriba se escogen según manías personales, son de fantasía. Por abajo están las marcas obligatorias”. Los nombres se escogen por apetencia personal. “Les pones algo que te ha marcado, el nombre de un familiar, algo que te inspire. Hay uno que se llama Emilio Tucci porque es elegante. Hay muchos de actualidad, como coronavirus o Iglesias, también los nombres de las vacunas. El que más me gusta a mí es “Awita nano”, porque fue con el que gané el campeonato de la comunitat”.
“Por encima de premios , lo más importante que me ha facilitado la colombicultura son las personas que se han cruzado en mi vida”. Ricardo lleva 31 años siendo colombaire. “Empecé yendo de pequeño con la gente al campo a verlos. Lo que llevo y lo que me queda. He sido campeón, que es a lo que aspira cualquier colombaire, pero por encima de eso, son las personas que he conocido”.
El fotógrafo Ricardo Cases es el autor del fotolibro Paloma al aire, un proyecto gráfico que abordó la práctica deportiva, que también es identitaria. “Soy de Orihuela, que está en el centro del asunto. Hay mucha afición en la Vega Baja del Segura, es fácil dar un paseo por la huerta y encontrar una nube de colores. Mi cometido con mis fotografías es acercarme a la representación del territorio levantino, y la colombicultura es parte del paisaje”.
“El proyecto empezó porque vivía en Madrid y como mal hijo, nunca iba a ver a mi madre. Se me ocurrió esta temática para acercarme a mi tierra. Fue la locura máxima, fue muy estimulante. Un trabajo que se adecua a mi manera de pensar en fotografía por el color y la dinámica espontánea. Depende del azar, del capricho, de miedo o lo que sea de una paloma que evita a los machos”. Quienes no tuvieron miedo a salir en las fotos de Cases fueron los colombaires. “Es un colectivo abierto y cerrado. No tiene cabida en los medios de comunicación de masas . La València contemporánea no los recoge, pero ellos mantienen una actividad frenética. A mí me dejaron trabajar con total libertad. Estaban muy agradecidos por que me interesaba, pero después pasaban de mí. No dejaban de ofrecer verdad todo el rato”. Para un fotógrafo —y para cualquier persona cuyo oficio sea robar trozos de realidad y plasmarlos en cualquier tipo de soporte—, esa autenticidad es oro.
Luis Lopez Navarro firma el texto de Paloma al aire. En uno de los párrafos escribe “Hay algo de infantil en la fascinación por las aves; el hombre que sostiene un pájaro tembloroso en la mano tiene la misma mirada que tenía a sus diez años”. Al preguntar a Ricardo García por el futuro del deporte, cuenta que desde la federación organizan actividades extraescolares para que los estudiantes descubran esta actividad. “Fomenta el crecimiento personal y las relaciones sociales, el apoyo contínuo entre compañeros. Se aprende a saber cuidar de los animales, autonomía y respeto. Solo hay que valores buenos”. Al colombaire le brillan los ojos cuando pronuncia las cifras del relevo generacional de la colombicultura. “Hay futuro”, dice.
Los palomos, ajenos a la entrevista, arrullan en sus jaulas. Ricardo revisa las anillas. En dos días hay competición.