VALÈNCIA. Es maravilloso. Pones "Charlie Hebdo" en Google Noticias y te encuentras con que Instagram le ha cerrado la cuenta a dos de sus humoristas por publicar su última portada, en la que vuelve a salir Mahoma en la semana en la que se ha iniciado el juicio a los que estuvieron involucrados en el atentado contra el staff de la revista. Según la empresa, controlada por Facebook, las cuentas fueron suspendidas "por error". Pero no lo es. En la actualidad, solo un 50% de franceses están de acuerdo con que se pueda criticar a una religión. Los más jóvenes son los más críticos con las blasfemias. Y desde nuestra querida supuesta izquierda estadounidense ha ido llegando el eco de que esas blasfemias lo que eran en realidad es racismo.
Al final, se va abriendo paso la idea de que algo hicieron mal las víctimas. Ese es el gran éxito del terrorismo. Esos son los argumentos de sus balas sobre piel humana y, a la vista está, que funcionan. A medio o largo plazo, el rebaño se conduce siempre por los terrenos más firmes y seguros. No ser acreedor de una bala es un terreno muy firme y seguro, al menos de forma provisional. Si hay que pagar por algo con lo único indispensable que se tiene, la vida, que no sea por una vicisitud teológica. De hecho, las balas son más convincentes que la teología, que si piensas sobre ella fríamente te puede parecer la mejor y más hilarante de las comedias, por eso ha habido y hay tanto religioso que recurre a las balas para explicarla, para que entre bien.
En una columna de cómics el mejor homenaje que se puede hacer a los humoristas de Charlie Hebdo es que se les lean sus viñetas. Relativas a esta matanza, destaca la que Catherine Meurisse publicó un año después del suceso, La levedad. En España la tradujo Impedimenta en 2017 y un año después apareció en inglés en Europe Comics para todo el mundo.
La levedad es una historia autobiográfica en la que la autora trata de compartir el trauma que le supuso haber perdido a sus compañeros de trabajo asesinados. Ella tenía que haber estado allí también, pero aquella mañana se levantó tarde, deprimida y perdió el autobús, no llegó a tiempo a la reunión editorial. Cuando estaba en las inmediaciones de su trabajo, no la dejaron entrar, ya se había producido el secuestro. Se escondió en una oficina cercana y desde allí pudo escuchar los disparos.
La experiencia, como a cualquier persona, no solo la hundió, le llegó a crear graves problemas psicológicos. Así lo expresó en M'Sur: "Sentí miedo, mucho miedo. Perdí mis facultades intelectuales, me costaba leer, reflexionar, ni siquiera sabía si volvería a dibujar. Cuando volví a intentarlo lo hice con pánico, ignoraba el resultado". Lo que resultó, precisamente, fue la digestión de su sentimiento de culpa por haber sobrevivido, algo bastante habitual en estos casos, y sus intensos por volver a aterrizar en el mundo entendiendo lo que había pasado.
Según cuenta, ya venía tocada por estar liada con un hombre casado. Un amante que no estaba dispuesto a dejar a su pareja y a su familia por ella. Una situación lacerante de sobras conocida porque es todo un cliché masculino. Con ese bajón perdió a sus amigos. Llega a expresar en un momento "estoy más muerta que mis amigos y ellos están tan vivos como yo".
Hay viñetas que sirven de homenaje a los asesinados. Les recuerda uno por uno, sus consejos, sus frases. Habla con ellos como hablamos todos con nuestros muertos. Al fin y al cabo, lo que había aprendido junto a ellos merecía la pena. Su filosofía se reducía a "reírse del absurdo de la vida, divertirse en compañía para no tener miedo". Sin embargo, meter miedo es algo inherente al autoritarismo. Ahí los puntos de fricción que se resolvieron de forma sangrienta el 7 de enero. "Si en vez de matar a Elsa, psicóloga colaboradora de Charlie, hubieran ido a su consulta", se pregunta.
La parte más corrosiva es en la que observa la campaña Je suis Charlie. Meurisse dibuja una factoría en Bangladesh cosiendo a todo correr toneladas de camisetas con el lema, hasta que su dibujo, viñeta a viñeta, lo convierte en hojas que se lleva el viento. "Nos aplauden aunque no hemos pedido nada", se queja con amargura. Además, la vida con vigilancia policial le parece una cárcel. Siente envidia de la gente normal que vive normal, algo que, por cierto, en 2020 también nos hemos quedado sin.
Al final del mismo año del atentado, se produjo el de Bataclan. Todavía más bestia y todavía más minutos de silencio. La autora quería gritar en ese momento, no callarse, y lo que sigue es un viaje en busca del síndrome de Stendhal para sacarse la negrura de encima. Una amena odisea que termina en la Capilla Sixtina, donde Miguel Angel retrató a Dios con el culo al aire y nadie parece haberle dado mucha importancia a ese detalle. Un diálogo destacado en la contraportada, era realmente bonito: "A mí, después del 7 de enero, de repente lo que me parece más valioso es la amistad y la cultura". Y le contestan: "A mí la belleza". A lo que responde: "Es lo mismo".