MUJERES ILUSTRES DE LA COMUNITAT

Elena Ortúzar, el gran amor de Blasco Ibáñez

27/02/2019 - 

VALÈNCIA. Elena Ortúzar, la segunda esposa de Vicente Blasco Ibáñez y aquella que, según todos sus escritos, fue el gran amor de su vida, se convirtió casi en una caricatura de ella misma: una mujer caprichosa y derrochadora a la que solo le gustaba el dinero del afamado escritor. Pero, ¿fue realmente así?

Chita era el nombre familiar con el que se conocía a Elena. Ella había nacido en 1872  en Chile. Pertenecía a una familia que ascendencia vasca y con varios presidentes de la República entre sus miembros más ilustres. Llegó a España gracias a su marido, Salustio Barros Ortúzar, un banquero y abogado chileno, miembro de la Sociedad Agrícola Ruble y Rupanco. Así la define Mercedes de la Fuente en su libro Valencianas célebres y no tanto (S.XIII-XXI):

Rubia y alta, ojos azules y una exuberancia que hoy resultaría excesiva pero que entonces arrebataba, respondía al prototipo de mujer mundana que brillaba en embajadas, teatros, casinos o estudios de artistas como Sorolla, al que pagó una fortuna por retratarla vestida de noche, enjoyada y tocada por una estola de armiño. 

En Madrid conoció a Blasco gracias a la pintura de un gran amigo suyo, Joaquín Sorolla. Ella pagó 10.000 pesetas de la época para ser retratada con sus joyas de Cartier y con el lujo que incorporaba en cada gesto. Blasco la descubrió en el estudio de su amigo. En un momento inesperado de esa relación nacería el amor. En otro de sus encuentros, las crónicas cuentan que ella llevaba un vestido blanco de noche y una capa roja y que Blasco cayó rendido. La relación con su primera esposa ya no iba bien tras tanto viaje y estancia en la cárcel que el escritor revolucionario había experimentado. 

Pero, ¿cómo fue posible esta historia de amor entre una mujer ferviente católica, adinerada y adicta a los lujos con un hombre ateo y anticlerical, republicano y sencillo?  Así define Ana L. Baquero Escudero de la Universidad de Murcia la llegada de Elena:

Una mujer que marcará de forma decisiva su vida y a quien visitaría constantemente en París, adonde ésta se desplazará con su esposo. Precisamente en la mencionada carta a Cejador y pese a la discreción con que se refiere a ello, Blasco establece una línea de separación entre esas novelas sociales y las tres que escribiría a continuación, que suponen, sin duda, una nueva inflexión en su evolución literaria. Escribe a Cejador: «Por aventuras particulares de mi vida viví entonces temporadas cortas y numerosas en París. Me iba de Madrid a París como el que toma el tranvía. Y a este continuo cambio de ambiente mental atribuyo estas tres novelas, que empezaron a marcar en su factura la novela tal como la hago actualmente».

Ambos vivieron esta relación mientras estaban casados y Blasco publicó un libro titulado La voluntad de vivir, que narra el amor pasional de una bella sudamericana adúltera y caprichosa con un sabio español que había sido diputado. La mujer aflige tanto al hombre que lo conduce hasta el suicidio. Cuando Chita leyó el borrador de la novela suplicó al escritor que parara la edición un día antes de su publicación. Se produjo entonces el famoso incidente de la playa que cuenta así Mercedes de la Fuente:

Las coincidencias autobiográficas le parecieron a Chita tan alarmantes como para suplicar a Blasco que parara la edición, y él lo hizo al mejor estilo blasquista: quemó la edición entera ante su casa familiar de la Malvarrosa. Aunque se salvaron algunos ejemplares, el gesto le valió la reconciliación y dejar atrás los romances sucesivos al margen del matrimonio por una relación exclusiva y estable en tierras francesas a partir de enviudar Chita en 1917, que acabó de facto con el matrimonio de Blasco. 

En aquellos años Blasco también había tenido ciertos problemas con otra esposa ilustre, la de Joaquín Sorolla. La maja desnuda, escrita en la primavera de 1906 y publicada ese mismo año, puede leerse como una confesión íntima de Blasco. El libro relata la vida de un humilde hijo de herrero que se convierte en pintor de talento y recaba el interés de muchas mujeres. La novela tuvo tanto éxito porque en ella se reconocían muchos de los hombres y mujeres de aquella época. Entre ellos, por supuesto, el propio Sorolla, que se vería reflejado en Mariano Romerales, el pintor de éxito y su mujer Clotilde sería Josefina, la mujer sencilla y algo celosa a la que ama. Todo se complicó cuando aparece en la novela la condesa de Alberca, un personaje basado en la propia Ortúzar que Clotilde, en verdad, creyó que se trataba más bien de un amorío de su marido. 

Con Elena Ortúzar, Blasco daría la vuelta al mundo y residiría hasta el final de sus días en una impresionante mansión en Menton, Francia. Gracias a la llegada de Chita, Blasco dejaría de vivir affaires con algunas cantantes de ópera que tanto le atraían. El escritor moriría el 28 de agosto de 1928 en la villa de la Costa Azul y a su lado, por supuesto, estaba Elena que murió en 1963 (o 1965 según otras publicaciones), ya nonagenaria, con una vida tan lujosa como la que aspiraba a tener. 

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