VALÈNCIA. Noventa y un millones, ese ha sido el precio que ha pagado un coleccionista inglés (o eso dicen), hasta hoy innominado, por uno de los escasísimos Botticelli que quedan en manos privadas. Un fantástico e inconfundible retrato de un joven desconocido, posiblemente miembro de la familia Medici que porta un medallón en su mano que tiene interés de que veamos. Nunca se había pagado tanto por una obra de arte antiguo en la sede neoyorquina de la vetusta casa de subastas de origen inglés. No fueron demasiadas pujas, pero es que imponía la cifra de la que se partía, y que fue desvelada, como un secreto, en el mismo acto de la subasta: setenta millones de dólares, un Himalaya para el que no había más allá de tres o cuatro postores en todo el mundo. El catálogo de Botticelli es bastante exiguo (menos de un centenar), por lo que no es baladí mencionar que otro de los Botticelli que permanece en una colección privada fuera de Italia estuvo colgado en el museo del Prado y pertenece a una colección de nuestro país, más concretamente en la colección Cambó. Vista la regulación actual, el cuadro no saldrá de España por mucho tiempo, pues se trata de una obra declarada inexportable por el Ministerio de Cultura, es más, está declarado Bien de Interés Cultural, por lo que difícilmente acabará en una colección extranjera. Lo curioso del caso es que hoy se encuentra en una caja de seguridad de Londres a la búsqueda de comprador, para lo que se ha tenido que pedir un permiso de cinco años durante los cuales puede permanecer en las islas británicas. Lo que es ciertamente complicado es que alguien esté dispuesto a gastarse una cifra de ocho dígitos para luego no podérselo lleva a su país, y no creo que hay alguien tan excéntrico como para trasladar su residencia a España, por muy bien que se viva aquí, únicamente para poder disfrutar de su Botticelli. En cuanto a su venta en España su precio está muy condicionado, a la baja, por el hecho de que no hay nadie que aquí esté dispuesto a pagar estas cifras y más si el cuadro lleva aparejadas estas restricciones.
Fue la del jueves una subasta que había concitado una gran expectación internacional, y para la cual Sothebys había puesto toda la carne mediática en el asador, obligada por las circunstancias de celebrarla sin público, lo que resta mucho encanto a estos eventos. Para suplir este inconveniente sobrevenido, la empresa fundada en el año 1744 ha puesto al servicio del espectáculo más medios que nunca. Hay que decir que la tendencia de los últimos años que las casas de subastas con más medios es hacer de las subastas de arte un espectáculo también para quienes estamos al otro lado de la pantalla, a través de la red, aunque sea como un meros espectadores, seducidos en parte por el morbo y el glamour. Una puesta en escena, digna de los mejores escenógrafos, que se se cuece a fuego lento ya desde días antes, a través de micro documentales en los que intervienen los expertos de cada uno de los departamentos, dedicados a explicarnos y a “vendernos” el carácter excepcional de cada pieza. Las recreaciones, infografías y los videos son cada vez más imaginativos y técnicamente más elaborados convirtiéndose las subastas también en centros de divulgación de arte. Las subastas han dejado de ser esos espacios elitistas dirigidos únicamente a compradores. Ahora el elitismo se circunscribe a quienes económicamente pueden hacerse con esos tesoros: pero el resto también estamos invitados. De hecho nunca se sabe dónde puede surgir un nuevo amante del arte, un potencial coleccionista y para ello cualquier medio es poco.
Me gusta el arte contemporáneo, o una parte del mismo para ser más claro, pero las subastas de arte antiguo son las que de verdad me seducen. Trabajo también con el arte que se hace en nuestros días, y hay pocas cosas que me interesen más que descubrir nuevos artistas entre este enorme magma de cosas extrañas. Hay algunas cosas que no comprendo, o bien las comprendo perfectamente, lo cual es mucho peor. Con el arte antiguo todo es más claro y transparente: un mal cuadro nunca puede valer mucho dinero, salvo una decisión de un comprador escasamente razonada. Sin embargo la belleza, el estado de conservación, la época, la escasez etc se premian en la mayoría de los casos, por lo que, dentro de unos límites, las cosas con el arte antiguo suelen estar dentro de una lógica. Quizás 92 millones sea una cifra indecente pero si hay un cuadro que tiene que tener ese precio es un Botticelli, antes que un Damien Hirst. Es simplemente sentido común. No se comprende, por tanto, que una rareza extraordinaria de uno de los artistas más extraordinarios y mediáticos de todas las épocas, por el que viajan miles personas todos los años desde el otro lado del mundo para contemplar sus obras, todavía se haya vendido por un precio menor que algunas obras de arte contemporáneo que, a día de hoy, todavía no sabemos qué será de ellas dentro de unas décadas.
La forma tan “moderna”, sexy dicen los norteamericanos, que estas casas de subastas utilizan para llevarnos el espectáculo del arte a nuestras casas, me lleva a concluir sobre la necesidad que tiene el mundo y el mercado del arte, y más concretamente el arte antiguo, de servirse de lo que hoy se conoce como influencers. Si hay quienes prescriben una forma de vida, de vestir o de comer ¿porqué no prescribir arte?. En definitiva, personas que de una forma atractiva y sugerente transmitan la fascinación del arte, más allá del rigor académico de un buen documental. Sobre ello no tengo la menor duda. El arte como espectáculo es parte de ello ¿Qué qué tiene de interés una subasta de arte en directo como las celebradas esta semana? Pues exactamente lo mismo que puede tener un partido de fútbol que no jugamos.
Contemplar por primera vez un Bernini, hasta hoy solamente conocido por especialistas me parece en sí mismo espectáculo que ante nuestros ojos se ponga a la venta y varias personas en el mundo se lo disputen es un espectáculo sobre el espectáculo. Sí Bernini, ese escultor que admiramos cuando vamos a Roma y que hemos estudiado en la carrera. Hay razones más particulares que me invitan a disfrutar de lo lindo de estas subastas: aprendo un poco más en ese pozo sin fondo que es el mundo del arte. Soy consciente que cada vez se menos precisamente porque cada vez sé un poco más. Por otro lado, al igual que siento lo mismo cuando escucho una obra musical del pasado, me parece un logro de la civilización difícil de explicar en términos prácticos nuestro empeño en mantener vivo el legado del pasado. Es una de las cosas por las que se interesaría un extraterrestre que nos visitara. Por los teléfonos móviles desde luego no.