Muchos de ustedes tal vez se acuerden de Johann Mühlegg, el esquiador de fondo alemán que se nacionalizó español a toda prisa para participar en los Juegos Olímpicos de Invierno de 2002, en Salt Lake City. Pero entonces se le conocía por un apodo mucho más cálido y cercano: "Juanito". La prensa española adoraba a Juanito. Su campechanía, el horrible acento con el que hablaba español (no en vano llevaba apenas un par de meses imbuyéndose de la naturaleza del ser hispánico), su perenne sonrisa... Y, sobre todo, las tres medallas de oro, tres, que ganó en los Juegos Olímpicos.
Juanito salió radiante en las portadas de la prensa española, abrió informativos de televisión, y si no concedió muchas entrevistas en la radio es porque no se entendía demasiado bien lo que decía, al igual que él tampoco entendía las preguntas de los entrevistadores, salvo que le preguntasen en alemán. El idilio del esquiador con su patria de adopción parecía no tener límites. Pero los tuvo. Concretamente, cuando se descubrió, poco después del éxito, que "Juanito" se había dopado, y sus medallas de oro (nuestras medallas de oro) le fueron arrebatadas. En ese momento, "Juanito" se convirtió súbitamente en "el esquiador alemán Johann Mühlegg", a ojos de la prensa. Y, poco después, desapareció para siempre. Como un mal sueño. Mühlegg intentó volver en 2006, una vez cumplida su sanción, pero la federación española no lo vio claro. Mühlegg dejó el esquí y se fue a vivir a Brasil, donde montó una inmobiliaria (de algo le tenía que servir su experiencia española, a fin de cuentas).
También Pedro Sánchez tuvo un ascenso y una caída similares a las de Mühlegg, aunque en condiciones diferentes: tras doparse con los apoyos que le confirió Susana Díaz en las primarias de 2014, Sánchez, un desconocido, logró auparse a la secretaría general del PSOE. Parecía que lo tenía todo para triunfar, una renovación cosmética de antología: guapo, joven, y desconocido. El nuevo líder socialista celebró su éxito posando con su mujer delante de una gigantesca bandera de España, promisoria de un sinfín de patrióticas medallas de oro para el país.
Sin embargo, la cosa no funcionó demasiado bien, y apenas dos años después de su ascenso, en octubre de 2016, Sánchez fue ignominiosamente expulsado de la secretaría general por los mismos que le habían aupado, decepcionados al constatar que Sánchez pretendía volar solo. Pasó de ser Pedro, nuestro entrañable "Juanito" que no pactaba con los bolivarianos podemitas, al siniestro señor Sánchez, ese exsecretario general del que usted me habla, que iba por ahí despotricando del Ibex y de qué sé yo que oscuras razones para explicar por qué no había podido pactar con Podemos un Gobierno de coalición en 2016.
Lo interesante del asunto es que Sánchez ha terminado por volver al principio. Tras recuperar la secretaría general en 2017, aupado en los votos de las bases, Sánchez consiguió acceder a La Moncloa por sorpresa, con una moción de censura que le organizaron entre Podemos y los partidos independentistas; se mantuvo allí un año, haciendo profesión de fe en el izquierdismo militante que le animaba en todo momento, pactando con Unidas Podemos todas y cada una de las medidas socialdemócratas que desarrolló a lo largo de sus diez meses de mandato. ¡Si hasta parecía que en cualquier momento iba a sacar a Franco de su tumba, el muy rojazo de Sánchez!
La consecuencia lógica de todo esto fueron las elecciones de abril de este año, en las que Pedro Sánchez, como un valladar, se erigió frente al trío de las derechas que pretendían atentar con nuestra convivencia. La cosa le salió bien, y todo indicaba que nos encaminábamos hacia una investidura relativamente fácil, con los mismos socios que le habían hecho ganar la moción de censura.
Pero algo se torció en la mente del señor Sánchez, añorante de ese Pedro de 2016 que le hacía ojitos a Albert Rivera y soñaba con un pacto por España, un pacto sensato, sin aventuras, de centro reformista, y en lugar de una negociación con Unidas Podemos nos ofreció... un relato. No de la negociación, sino del fracaso anunciado de la negociación. De cómo Pedro Sánchez nunca podría vender España a la inestabilidad populista de los podemitas, socio preferente que le había apoyado hasta el último momento durante su breve andadura en La Moncloa.
Así que aquí estamos, con el nuevo viraje sorprendente de Pedro Sánchez, más español que nunca. Su ministro Ábalos bate el récord mundial de menciones a España en un tuit, mientras Sánchez rivaliza con el trío de las derechas, sus archienemigos de abril, en declaraciones de amor a España, exhibiciones de firmeza frente a los independentistas, y de repudio frente a cualquier tipo de medida de Gobierno que huela demasiado a socialdemocracia... salvo exhumar a Franco, que ese espantajo siempre está ahí para demostrar a las bases, las de "¡con Rivera no!" que el Dr. Pedro tiene dentro aún el alma inquieta del señor Sánchez.
¿Es factible que los mismos votantes que apoyaron a Sánchez en abril para parar a la derecha apoyen a Sánchez en noviembre con un enfoque totalmente opuesto? Pues puede ser; cosas más raras se han visto. Pero hay que decir que, más allá de la cara de seguridad con la que Sánchez y los suyos afrontan la repetición electoral, los indicios que van acumulándose, con anterioridad a esta decisión, pero sobre todo después de adoptarla, son cada vez peores.
Resumiendo mucho la cuestión: Sánchez logró que su partido volviese a ser el más votado en abril, después de once años; mejoró sus resultados en 38 escaños; podía sumar una mayoría potencial tanto con Ciudadanos como con Podemos y potenciales socios nacionalistas. Y todo ello ha quedado malbaratado ahora con la decisión de repetir las elecciones. Eso, en cuanto al relato. Por otra parte, Sánchez tiene ahora un tercer competidor en su espacio electoral, Más País (el partido de Íñigo Errejón). Finalmente, la situación en Cataluña y el deterioro de la economía son dos vectores, ninguno de ellos beneficioso para Sánchez, que pueden determinar el voto de más ciudadanos ahora que en el mes de abril.
Si, a pesar de todo ello, Sánchez logra mejores resultados que en abril, las sonrisas y parabienes en su partido proliferarán incluso más que ahora; si mantiene el poder, aunque con dificultades, también (el poder es el poder), pero dejando inevitablemente en la cuneta el aura de infalibilidad que se ha creado el propio Sánchez. Si pierde el poder... ya saben. De "Juanito" a Johann Mühlegg a velocidad de vértigo.