VALÈNCIA. Diálogos entre un niño y su profesor, imaginarios pero inspirados en noticias y declaraciones públicas:
Profesor: Felipe, te llegarán por correo electrónico los deberes para el lunes.
Felipe: Profe, no tengo correo electrónico.
P: Felipe, conéctate a Internet para seguir la clase de Matemáticas.
F: Profe, no tengo Internet.
P: Felipe, te veo pálido.
F: Es que me duele la barriga y no he comido desde ayer.
P: Felipe, ¿por qué nos has venido estos días a clase?
F: Es que he tenido que acompañar a mi padre para ayudarle.
P: Felipe, tienes hinchada la cara. Deberías ir a un dentista, parece un flemón.
F: ¿Qué es un dentista, profe? ¿Cuesta dinero?
P: Felipe, te lo digo en confianza, ¿no deberías ducharte?
F: Profe, nos han cortado el agua y la que recogemos es para beber.
P: Felipe, mañana iremos de excursión a un museo. Di en casa que volveremos un poco tarde.
F: Profe, no podré ir, tengo que cuidar de mis hermanos. Además, no tengo dinero para el autobús.
P: Felipe, ¿y los deberes de hoy? ¿Por qué no los has hecho?
F: Quería hacerlos, profe, pero ayer cortaron la luz de casa.
P: Felipe, ¿no pasas frío? Estamos en invierno y esa ropa que llevas no parece que abrigue mucho.
F: Profe, es la única que tengo. Pero, como me estoy moviendo siempre, estoy bien, de verdad.
P: Felipe, ¿por qué no vinieron tus padres a la reunión que tenían ayer conmigo?
F: Profe, mi padre no vive en casa ahora y mi madre tiene que cuidar de mis hermanos pequeños.
P: Felipe, ¿qué te ha pasado en los brazos y en la cara? Todo son moratones.
F: Profe, ayer tuve una caída muy chunga…
F: Profe, hoy será el último día que venga al cole…
P: ¿Por qué Felipe? ¿Pasa algo?
F: Mañana nos echan de casa y no sabemos a dónde iremos a vivir…
El anterior es el tipo de diálogo que deberían escuchar en persona quienes reniegan del sector público y de los impuestos. En numerosas ocasiones se escuchan declaraciones de personajes públicos afirmando que la reducción de impuestos forma parte de su ADN político. Ahora, desde el sur de la Comunitat Valenciana hay quien levanta la misma bandera y otros que, de norte a sur, y viceversa, parecen embelesados por la presidenta de la Comunidad de Madrid e interesados en importar su estilo. No debe llamarnos demasiado la atención porque siempre hay un margen para la excitación en quienes admiran a las personas alfa: los que viven pasionalmente la simplificación, el lenguaje duro, la jerga desvergonzada.
Ocurre, sin embargo, que éste es un mal momento para quienes visten ese sayo retórico que, más que liberal a lo José María Lassalle o democristiano a lo José Mª García-Margallo, lleva la seña del capitalismo sin reglas públicas e identificado con presuntas instituciones autoreguladoras. Alguien debería recordarles el soponcio que experimentó Alain Greenspan cuando comprobó que tales tesis no se sostenían y que gran parte del sistema financiero internacional besaba el polvo en 2008. Unas tesis perfumadas por su cercanía al botafumeiro de la filósofa Ayn Rand, pero esa ya es otra historia.
La que no lo es, en 2021, es la tozudez en seguir propagando lo que ha visto machacada su credibilidad por la sucesión de los hechos. Distíngase la economía de mercado de esa filosofía de todo a cien que niega la evidencia, que retuerce la realidad hasta transformarla en un guiñapo solo representativo de las obtusas neuronas de sus creadores. La economía, precisamente porque es de indudable importancia para la vivencia humana, para evitar parte del dolor de nuestra especie y para contribuir al ajuste convivencial entre libertad e igualdad, necesita de un sector público y no de uno cualquiera. Imaginemos qué hubiera sucedido si, con ocasión de la covid, no hubiera existido capacidad de organización y respuesta pública para la atención de los enfermos y la dispensación de vacunas; o bien para la dotación extraordinaria de liquidez a bancos y empresas, la introducción de los ERTE y la creación del Plan Europeo de Recuperación.
Preguntémonos, asimismo, en lo que se refiere a nuestra propia realidad, qué hubiera ocurrido en España sin las Comunidades Autónomas, tanto como actores contra la pandemia, como en su papel de sostenedores del Estado del Bienestar tras la cruel crisis de 2008. Difícilmente los cofrades de la intransigencia anti-Estado podrían salvar con sus jaculatorias las penurias del niño Felipe: un modesto espejo de lo que hemos conocido sobre la carencia material extrema, que en la Comunitat Valenciana alcanzó al 11,5% de la población en 2020. Más de medio millón de personas.
Con todo, a lo que incitan datos como los anteriores no sólo es a la puesta en solfa de algunos marcos del pensamiento económico dominante y a su incapacidad de encajar conceptos y enlaces teóricos que parecían perfectamente asentados, sino también a la introducción de la pre-distribución en los marcos analíticos y políticos. La educación, por sí misma, no resulta suficiente para activar el ascensor social. Al menos no, en los últimos tiempos. Sin duda ocupa un lugar notable en el funcionamiento de aquél, pero su configuración estándar no alcanza a cubrir los baches sociales que afectan al hogar y entorno de los niños y jóvenes menos favorecidos.
Existe una acertada preocupación por la difusión de una educación integral en conocimientos y en edades de los alumnos; pero esa voluntad integradora resbala cuando entran en la ecuación las condiciones de vida de los escolares. La ausencia de servicios y bienes que se desprende de la vida del niño Felipe sólo constituye un ejemplo. La gratuidad de la enseñanza se queda corta, incluso con las becas y otras ayudas activadas por Generalitat y ayuntamientos, si se carece de un seguimiento coordinado de ambas administraciones y del tercer sector que permita actuar tempranamente sobre las privaciones que, desde la niñez, sitúan a parte de los niños en el carril del fracaso y el abandono escolar.
Junto al énfasis en la pre-distribución, un punto final. El sector público resulta necesario para ciertas funciones, pero no para todas. Descartar o poner trabas a la presencia de voluntades ciudadanas, organizadas en asociaciones y ONGs con la finalidad de achicar las fugas de la pre-distribución, debería ser explicado con argumentos muy consistentes. La sociedad civil, organizada con fines solidarios y generosidad intachable, merece respeto, atención y apoyo. Que, además del lugar en el que le ha situado la lotería natural, no se machaque aún más al niño Felipe con ese progresismo que se diluye en el narcisismo de sus dogmas.