Hay imágenes que son como una radiografía de su tiempo, pues transmiten las angustias, tragedias y anhelos del momento, como el cuadro de Francisco de Goya Saturno devorando a su hijo en pleno ocaso del Antiguo Régimen o como los vídeos y fotos del ataque terrorista yihadista del 11S que ponía fin a la ensoñación de la paz que se inició con el fin de la Guerra Fría.
Estos días pasados hemos podido contemplar como otra imagen ponía en evidencia la fragilidad de un sistema en crisis, un simple barco el Ever
Given paralizaba parte de esta aldea global (como así la denominó Marshall
McLuhan) y aparecía la emergencia a resolver, porque como diría Bertolt
Brecht, y perdónenme que me repita, “cuando lo viejo no acaba de morir y cuando lo nuevo no acaba de nacer", todos son prisas, incertidumbres y sorpresas negativas.
Y eso que los defensores de este orden mundial globalista, surgido de las cenizas de la guerra fría, aunque con raíces en aquel tratado de las potencias vencedoras que fue la Conferencia de San Francisco de 1945 (ergo Naciones Unidas), lo presentan como invencible o peor aún como inevitable, casi en línea con el pensamiento de Francis
Fukuyama y su obra “El fin de la historia y el último hombre”, donde aquellos que gustan de zonas de confort, típico del pensamiento único, suelen instalarse para trepar más y mejor en el ascensor social de la meritocracia dedocrática, transformándose en tontos útiles del sistema. Después, ya saben, se lamentan como niños por los platos rotos (sociedades que sufren, personas que mueren) y que tienen que acudir después a los uniformados, ya sean con batas blancas, verdes, uniformes mimetizados, azules, negros o verdes para que les saquen las castañas del fuego, para inmediatamente olvidarse de su sacrificio y volver a tropezar en los mismos errores; pues como dice el dicho, tiempos difíciles hacen personas fuertes, las personas fuertes hacen tiempos fáciles y estos hacen personas débiles que nos llevan a tiempos difíciles, aparente filosofía oriental que se puede ver traducida al pensamiento occidental, con Arnold Toynbee y su Challenge & Response (desafió y respuesta) o ver en las propias líneas de la “Decadencia de Occidente” de Oswald Spengler, escrita hace ya un siglo pero más vigente que nunca.
Esto nos lleva también el viejo debate entre Parmenides, y su todo permanece y Heráclito, todo cambia, en donde hay que buscar una aproximación holística, combinar los dos, pues hay valores que deben estar y permanecer siempre como guía de las sociedades que quieran ver progresar al ser humano, como el respeto a la vida, aunque hoy este valor esté puesto en el centro del debate y en duda por el aborto y la eutanasia, cuando justo la defendemos luchando contra el coronavirus; y por otro lado hay infinidad de cosas que continuamente cambian como la relaciones sociales y el comportamiento humano, su adaptabilidad al entorno, pero debe ser siempre con respeto y dignidad, evitando esa deriva inevitable a la que nos lleva un globalismo materialista como es la cosificación de la persona o incluso al transhumanismo.
Pero al final, y como dice el refrán no hay mal que cien años dure, y tras una semana encallado el barco Ever Given volvió a moverse este lunes pasado, por lo que la circulación del comercio marítimo, que representa el 80% del total mundial, comenzó a volver a la normalidad, después de bloquear durante esta semana pasada unos 400 buques en el Canal de Suez. Esta via de comunicación acuática es vital, es uno de los Choke
point, estrangulamientos o cuellos de botella más estratégicos del planeta, pues un 12% del tráfico mundial de cargueros y petroleros circulan por esa obra faraónica, reteniendo unos 9.000 millones de dólares diarios.
Este incidente ha tenido diferentes efectos, de carácter inmediato, como la subida inicial de precios de los hidrocarburos, los retrasos en las cadenas de montaje por las lógicas demoras en la entrega de productos, en fin otra crisis en la economía global (o pequeño cisne negro o black
swan) cosa que en un entorno de pandemia sanitaria y económica, no es nada bueno. Por otra parte hay una consecuencia mediata, se pone en evidencia la fragilidad de la economía mundial, por eso esto servirá para alimentar el debate, o mejor dicho el auténtico pulso, entre globalistas y soberanistas, pues como ha ocurrido con la pandemia, se ha comprobado como han funcionado mejor ante la crisis, siendo más resolutivos y ejecutivos los Estados, véase Israel, Reino Unido o los USA, que organizaciones internacionales como la Unión Europea o la Organización Mundial de la Salud.
La UE que por cierto sigue haciendo aguas en esta pandemia, y no solo por el fiasco de las vacunas por diversas cuestiones, tanto de forma como lo inaudito de establecer cláusulas de confidencialidad en el precio, cuando las Directivas del Parlamento Europeo y del Consejo 2014/23/UE y 2014/24/UE, de 26 de febrero de 2014 sobre contratación pública (transpuesta a nuestro ordenamiento en la Ley 9/2017, de 8 de noviembre) establecen una gran limitación para cláusulas de ese tipo, dejándolas exclusivamente para secretos técnicos o protección de la propiedad intelectual por ejemplo; así como de fondo, como el hecho de permitir que se investigue, se fabrique y se reciban subvenciones de la propia UE a empresas instaladas en su territorio, y después exporten vacunas anti COVID fuera de la UE (mucho antes y en más cantidad que a la propia Unión), y que se anteponga la economía a la vida de los europeos, incumpliendo el principal compromiso de las autoridades publicas con sus ciudadanos, proteger sus vidas dándoles seguridad.
El otro punto donde la UE está haciendo aguas es por el retraso en la aprobación de los Fondos Europeos Next
Generation, donde no llega a la mitad de los países miembros que los han aprobado, a lo que se le añade el bloqueo del Tribunal Constitucional Alemán que puede tardar varias semanas (algunos hablan incluso hasta tres meses) en pronunciarse, retrasando todo el proceso que debía comenzar en julio, cuando España debía recibir un anticipo de un 13 % aproximadamente, unos 10.000 millones de euros. Y si esto no generaba dudas suficientes para nuestra economía, la más perjudicada por la pandemia de toda la UE y hasta de la OCDE, hace escasos días el vicepresidente económico europeo Valdis
Dombrovskis nos reclamaba una reforma laboral integral y ambiciosa pues, según expuso, “La economía española sufre debilidades estructurales antiguas, que la pandemia ha hecho aún más visibles”, malos tiempos para la lírica política y los populismos.
No hace falta que insista mucho de cómo todos esos eventos inciden en nuestra economía particular, pues un 25 % del tráfico que atraviesa el Canal de Suez pasa por el puerto de Valencia, al que han dejado de llegar más de 4000 contenedores diarios, que ahora vendrán de golpe con el consiguiente atasco, paralizando o cuanto menos ralentizando multitud de empresas, cuyas cadenas de valor y suministro se encuentran ubicadas en lugares quizás demasiados lejanos (otro aspecto que da que repensar en la globalización), y por supuesto necesitamos la llegada de los Fondos Europeos, pues somos una de las autonomías más duramente afectadas por la crisis económica, a consecuencia de las medidas restrictivas (las mayores de España) tomadas por el Consell, dado que nuestros sectores del Turismo y de la Hostelería son fundamentales para nuestra estructura socioeconómica.
Y si no fuera todo lo anterior suficiente, como remate acabamos de conocer el último informe del Banco de España, en el que se eleva la deuda de la Generalitat Valenciana a un 48% del PIB de nuestra comunitat (casi la mitad de lo que producimos en un año es lo que debemos unos 50.807 millones de euros al cierre del 2020), por lo que a este paso, si no se reactiva la economía, si el virus no acaba con nosotros, lo hará la pobreza.