VALÈNCIA. Antaño, las discusiones de bata blanca se daban en la cantina. Tanto es así que todavía recuerdo, cuando aún no conocíamos la covid-19, un cartel en la cafetería de una facultad valenciana que invitaba a profesores y estudiantes “al bocata, sense bata”, sin ánimo de ofender a nadie, para evitar la propagación de bichitos de los laboratorios. Hoy esas discusiones se dan en ResearchGate, la red social de gentes que hacen ciencia, además de motor de búsqueda para rastrear resultados de investigación. En esa red, en 2019, un grupo de investigadores (todos hombres) se pusieron a postear si era razonable incluir los estudios de género entre las ciencias. La discusión se justificaba por las críticas de un grupo de biólogos alemanes que se negaban a llamar ciencia a tales estudios, a los que recriminan el mayor peso de la ideología sobre las ideas objetivas, propias del método científico, con alusiones a la biología feminista.
“El género no es (solo) una construcción social” es la hipótesis que realmente arma un buen lío en la ciencia, y no tanto si el género debe o no considerarse ciencia o el debate, tan en boga, sobre la existencia del no binarismo --tan desafiante es lo queer en antropología como el Bosón de Higgs en física de partículas. Uno de los estudios que han intentado abordarlo, desde la psicología, se publicó a finales de 2017 en la revista Infant and Child Development sobre las preferencias de niñas y niños a la hora de elegir con qué juguetes pasar un buen rato, y dar tregua a padres y abuelos. Las diferencias sexuales en las preferencias por los juguetes de tipo masculino y femenino no son menores en estudios realizados en países más igualitarios: en Suecia hay diferencias similares a los países con una mayor desigualdad de género, como Hungría y Estados Unidos, según este metaanálisis sobre 16 estudios, con una muestra total de 1.600 chavales. Tal conclusión contradice que las expectativas sociales determinen por completo las diferencias de género expresadas en el juego infantil, lo que lleva a afirmar que ‘naturaleza versus crianza' es una falsa dicotomía.
El metaanálisis representa un buen ejemplo de cómo los estudios académicos, en especial los de habla inglesa, contribuyen a confundir sexo con género. En todo caso, la cuestión de fondo es si la biología influye en el comportamiento humano y si difiere entre hombres y mujeres. Todavía hay pocas pruebas (evidencia) sobre qué diferencias de género están influenciadas por la biología, pero la probable base biológica del género no justifica de ningún modo los estereotipos sexistas.
Un error histórico es mirar a la naturaleza para hallar justificaciones morales o éticas para los comportamientos humanos. Derivado de esa mala interpretación de lo natural, la biología acaba pagando el pato, al pretender hacer de los biólogos expertos en políticas sociales. Y no es un chascarrillo, sino que cuenta con una larga tradición, al menos, desde el decimonónico “Darwin no tenía razón”.
Hace poco, a cuenta de la futura Ley Trans y los razonamientos basados en la biología, me exponía un catedrático de Etología --la ciencia que estudia el comportamiento animal, y que la pandemia ha puesto de moda para adiestrar a los canes--, un ejemplo como problemática de la docencia actual. En la práctica de clase sobre dimorfismo sexual, debe llamar a la precaución a los estudiantes en sus planteamientos, “para evitar que los suban a la picota”, justificaba el catedrático. Las diferencias de comportamiento en humanos ligadas al sexo, “aunque sean fácilmente observables, muchos lo consideran incorrecto. Desde muchos sitios se nos bombardea con la idea de que no hay diferencias, pero que eso nos los tengan que decir a los biólogos… Pero tampoco queremos ser políticamente incorrectos”, añadía el etólogo.
“La ciencia se esfuerza por obtener hallazgos válidos, veraces, sin importar si gustan o no. ¿Por qué los investigadores necesitan, entonces, pensar en lo políticamente correcto?”
La ciencia se esfuerza por obtener hallazgos válidos, veraces, sin importar si gustan o no. Investigadoras e investigadores se esfuerzan por descubrir cómo funciona la biología de los humanos, y de todas las especies. ¿Por qué necesitan, entonces, pensar en lo políticamente correcto?, me sugirió la conversación con este etólogo.
La problemática frontera entre lo académico y lo científico
Las cuestiones relativas a los conceptos, aunque sean un incuestionable objeto de estudio, no implican que el género constituya una ciencia en sí misma. No hay que confundir “perspectiva de género” con el género como disciplina científica, aunque sea una rama académica transversal y necesaria, que en España comenzó a implantarse en los años 70.
Tampoco hay que distorsionar el debate de si llamar o no llamar ciencia a los estudios interdisciplinares de género para cuestionar o minar la urgencia de los enfoques que llaman la atención sobre los sesgos de género en desarrollar la carrera científica (y que está complicando aún más la pandemia), construir falsas diferencias --no se pierdan a Carla Sanchis Segura, profesora del Departamento de Psicología Básica, Clínica y Psicobiología de la Universidad Jaume I de Castelló, sobre el mito del cerebro masculino y femenino-- vedar el acceso a las disciplinas técnicas y científicas (STEM) o investigar con esquemas que eluden a las mujeres. Un ejemplo sangrante corresponde a los estudios de las enfermedades que excluyen a la mujer, con el menoscabo en la atención sanitaria de la población femenina.
La frontera entre lo académico y lo científico constituye todavía un problema. Hace unas semanas me explicaba el filósofo del derecho Javier de Lucas, en una entrevista sobre una de sus magníficas apuestas divulgativas, que era partidario de que el derecho no es una materia susceptible de un enfoque científico al modo de las ciencias exactas o puras. “La noción de propiedad, hipoteca o pena son atribuciones de sentido que dependen de una voluntad social o de poder que puede definir y limitar estos conceptos. El criterio de la verdad en derecho se reduce a lo que resulta más útil para regular las relaciones sociales, un criterio que no emana de la naturaleza. No hay ciencia ahí”. Lo más importante, como bien dice Lucas, es que todos los instrumentos jurídicos deben ser asequibles a la ciudadanía, y de ella depende su aplicación. Semejante lectura viene bien para considerar la mirada de género en toda disciplina, académica o científica.
Una balanza, no siempre acertada, con la que se pesa la ciencia --no es el índice H de peloteo entre autores-- es su alcance para llegar a soluciones (avances) que mejoren la sociedad. Con la que cae, usted piensa en la vacuna, o en cualquier tratamiento médico preventivo o curativo. Esa perspectiva utilitarista alimenta las críticas contra los estudios de género, en especial contra quienes analizan la violencia machista, categoría todavía discutida en el ámbito académico.
“¿Qué aportaciones tienen los estudios para prevenir o erradicar el problema?”, suele preguntarse a juristas, psicólogas, pedagogas, filósofas y el etcétera que permite la academia. La transferencia de estos estudios es tan difícil de evaluar como discutible, tanto por un error de percepción paternalista --que vela por la protección de la mujer en lugar de enfatizar sobre el hombre que provoca el riesgo y tiene el problema-- como por la falta de profesionales de la psicología y demás disciplinas implicadas en la primera línea para proponer y desarrollar medidas sociales, entre otros gajes de la sufrida implementación.
Abordar la desigualdad de género no se asemeja a distinguir una hepatitis tóxica de una metabólica o de una infecciosa, acertada comparativa de Miguel Lorente, profesor de Medicina Legal de la Universidad de Granada. La respuesta de la medicina considera la hepatitis como problema, proceda de un virus o de una bacteria, pero la respuesta académica para la violencia contra las mujeres, amparándose en la percepción social de que todas las violencias son graves y todas importan, no se asimila con igual contundencia. Este es solo un ejemplo de por qué la academia necesita incorporar la perspectiva de género en todos los ámbitos. Sin ello, resulta imposible detectar (poner nombre) a los problemas de la desigualdad que afectan a hombres y mujeres, y contribuir a que la sociedad lo haga suyo para construir soluciones.
“La perspectiva utilitarista alimenta las críticas contra los estudios de género, en especial contra quienes analizan la violencia machista, categoría todavía discutida en la academia”
Muchas mujeres, dentro y fuera de la ciencia, albergamos una gran esperanza para que las líneas que incorporan la perspectiva de género den sus frutos en un futuro próximo. Volviendo al estudio del principio, sobre las preferencias de niñas y niños, comprender mejor la biología impacta en el cerebro en desarrollo, por lo que podemos estar en mejores condiciones para adaptar las prácticas educativas tanto en la familia como en la escuela. Al contrario, ignorar la biología es no reconocer que otros factores tienen impacto en nuestros problemas, cuestionando por qué las medidas no son efectivas. Los juguetes, la ropa, los colores son asuntos individuales. Lo que debemos insistirles a niñas y niños es que las responsabilidades han de llevarse por igual, para ser futuros adultos autosuficientes. La biología no confina a las normas tradicionales del género, como tampoco la ciencia anula el valor de la igualdad.