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El lenguaje en la era del coronavirus: origen y perversión

Foto: MONCLOA / POOL
2/05/2020 - 

Desde primeros del mes del fuego, cuando tímidamente las calles y plazas de València amanecían con el clásico olor y sabor a chocolate o buñuelos, las primeras  embalsamadas piezas de los monumentos falleros reposaban a la intemperie y miles de valencianos se agolpaban a la hora del vermut en los alrededores de la antigua Plaza de San Francisco, hoy del Ayuntamiento, las portadas e instantáneas de los telediarios ilustraban con el slogan de “Lo paramos unidos”. Todos veíamos de refilón lo que se veía venir. Nadie escuchaba al de al lado. Ni al de enfrente. Simón fallaba en el pronóstico. El virus estaba en el medio Oriente. Lejano e inaccesible. Pensábamos que la travesía del crucero vírico sería más duradera. No fue así. Ya estaba entre nosotros. Circulaba a la velocidad de un rat penat cuando planea las alturas de los cielos del Mediterráneo. Nadie o casi nadie pensaba en el doloroso desenlace de lo que nos iba a suceder días después. En las barras de bar, las quijotadas, el humor de orca, y las risotadas dejaban paso a la expectante información provinente de las cuatro paredes del plasma. Se empezaba a escuchar del invisible virus a los más parlanchines con cerveza en mano, o apurando el carajillo: ¿Sé van a celebrar Las Fallas?, era la pregunta más cotidiana que se hacían los fijos de una barra de bar ensimismada en sus quehaceres diarios. 

Mi sorpresa ante tanta incertidumbre generada fue la de la observar y atender, con curiosidad y minuciosidad, la proyección de la imagen institucional planificada por la caja gris del Gobierno para contener la pandemia, con el siguiente rezo: “Lo paramos unidos”. Se habían olvidado de ellas. Nadie rectificó el gazapo, quizás intencionadamente, acabando minimizado el asunto. El lenguaje inclusivo no aparecía como cabecera en la casa del Gran Hermano. Me preguntaba si cierta ministra progresista, que anteriormente había cuestionado a la RAE por no aceptar los cambios reglados  y sugeridos por su grupo parlamentario en la Constitución, vería con buenos ojos o se sentía representada con el logo “Lo paramos unidos”, excluyendo a ellas del formato publicitario. Creo que no. Tenía un sentido. Una finalidad. No podíamos apropiarnos ni exponer la marca “Unidas podemos”. Hasta ahí todo correcto. Cuando saltaron todas las alarmas, bajándose las persianas, clausurando negocios y mandándonos a todos a casa, la esencia del lenguaje pícaro y a veces hasta surrealista de la barra de bar se desvanecía. La espuma del tirador no tiraba del carro. 

Cartel institucional del Gobierno. Foto: Ministerio de Sanidad.

Me vienen a la mente ciertas declaraciones leídas al director de cine José Luis Cuerda en un diario de información generalista a cuenta de que los guiones, lenguaje popular de construcción de los argumentos en largometrajes y series, habían perdido mucha calidad y contenido porque estos arquitectos del diálogo habían dejado de viajar en los asientos del transporte público. Yendo más allá, le faltó apostillar al cineasta español sobre la inclusión del batiburrillo satírico chapurreado en las barras de bar. Muestra de ello, tiempo atrás, en una mañana soleada me encontraba en una pionera cafetería-panadería ubicada en la salida norte, cercana a unos cines de culto, y tras una conversación mantenida con un pastelero trotskista, ante la atónita mirada de un sin techo que acabó uniéndose a la misma, expresaba cierto desazón por el malestar originado por una supuesta alucinación causada por haberle enchufado una emisora en la cabeza. 

En el lenguaje en la era del coranavirus podríamos confeccionar hasta un completo diccionario encuadernado por facsímiles

La tertulia motivó una bizantina discusión tras la afirmación del pastelero respecto al fácil recurso de los servicios de pago sexuales contratados por un hombre a una mujer era frío y aséptico. Aséptico y frío es el leguaje servido en bandeja a una sociedad infectada de Coronavirus por la máquina publicitaria diseñada por la empresa de marketing del Estado, porque todo lo visto en el Congreso es artificial Sigo sorprendido ante el uso de un vocabulario militarizado. Propenso a la hipertensión. Holgado de tics absurdos. Bautismo de una nueva era que finalizará, Dios mediante, tras un diluvio universal recibiendo el maná de la industria farmacéutica, la necesaria e imperiosa vacuna para poner fin a esta pandemia. El desfile de las fuerzas armadas, necesario por cierto, por las calles de nuestros municipios en apoyo a la población española, no es cuestionable. Estos militares profesionalizados, agazapados en cuarteles y solo vistos en misiones humanitarias o en emergencias, han sido apartados de la vida pública española debido en buena parte a los casi 40 años de férrea dictadura militar. Hoy otra vez  están con nosotros, a nuestro lado, motivando que renazca desde las cenizas un lenguaje bélico, como si te tratara de un parte de guerra diario con enemigos y aliados, muertos y recuperados, parece que mantiene una cierta lógica en la campaña publicitaria y planificada por el bravo apoyo de los uniformes militares naturalizando su presencia física.

En el lenguaje en la era del coranavirus podríamos confeccionar hasta un completo diccionario encuadernado por facsímiles. Como volvería a disfrutar otra vez más con las reflexiones del Sabio de Hortaleza, el ya fallecido Luis Aragonés, ante tanto improperio o maquillaje de la lengua en este tiempo. El fue quién  tuvo que corregir públicamente en una rueda de prensa a un comentarista aquel matiz o desliz sobre la posición en el campo del carrilero, reivindicando la semántica y figura del lateral. Ahora, en este confuso tiempo, ocurre ídem de lo mismo. “Desescalada” no es un término aconsejado de utilización por la RAE. “Distanciamiento social”, prefiero recurrir a la pronunciación del distanciamiento entre personas físicas. “Esenciales”, me quedo con los productos básicos. “Teletrabajo”, parece que se acaba de inventar, cuando abuelas y madres trabajaban desde casa para una comunidad más reducida, la familiar, con mucho tesón y esfuerzo sin la única remuneración que esperar nada a cambio.  En los tiempos de estiu que se avecinan volvamos a incidir en un vocabulario propio y adecuado recuperando la lógica de la palabra, la lengua de Miguel de Cervantes que es muy rica y variada. Si hemos atendido las recomendaciones sanitarias hagamos lo mismo con los eruditos de la RAE. No adulteremos la lengua. No  pervirtamos el origen de lenguaje por el bien de todos y todas. 

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