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NOSTÀLGIA DE FUTUR / OPINIÓN

El mundo rural tiene futuro

16/07/2020 - 

Llevo años definiéndome como economista urbano o economista urbanista. La razón de especializarme en economía urbana fue la influencia de un puñado de profesores-maestros, encabezados por Josep Sorribes, además de la voluntad de juntarme, aprender de y discutir con profesionales que venían transitando otros caminos. 

Supongo que fue también causa de ciertos prejuicios e intuiciones equivocadas el hecho de optar por esa ‘etiqueta’ de especialización. Eso, entre otras razones, me ha hecho pecar de cierto ciudad-centrismo y pasar por alto la comprensión de algunas necesidades territoriales o de los efectos, más allá de las áreas urbanizadas, de las cosas que defendía. 

Buenas amigas y amigos, a las se lo agradezco con sinceridad, me han hecho elevar la mirada e ir interesándome cada vez más por las relaciones cruzadas ciudad-mundo rural y tratar las dinámicas de la geografía con una perspectiva más amplia e integrada. 

Digo esto con ánimo de ser transparente ya que no soy especialista en desarrollo rural. Aun así, pienso que desde la óptica del urbanismo y/o de la economía urbana, se puede añadir valor al necesario debate sobre el futuro del mundo rural en nuestro país, especialmente ante los horizontes y desafíos a los que nos estamos enfrentando al intentar superar esta pandemia. 

Este lunes tuve el privilegio de intervenir en Les Corts Valencianes, en la Comissión de Obras Públicas, Infraestructuras y Transporte, en el marco del trabajo de recuperación post-covid que se está realizando (en este enlace podéis consultar la intervención). Las afiladas preguntas de las diputadas y diputados me hicieron pensar y, a la postre, esbozar este artículo. 

Me gustaría plantear algunas premisas para el futuro del mundo rural en la Comunidad Valenciana. Parto de la convicción que nuestra estructura territorial es un activo fundamental que hace que estemos bien preparados para la recuperación: con pueblos y ciudades relativamente bien conectados, abastecidos de servicios e infraestructura pública, con una densidad amable y una distribución de zonas con alto valor agrícola y medioambiental que salpican continuos urbanos. 

La huerta de València es un espacio de agricultura urbana, las grandes ciudades tienen dentro de sus términos municipales espacios naturales protegidos, municipios de interior tienen plena conciencia de ciudad aun no sobrepasar los 50.000 habitantes y ejercen su centralidad comarcal. Ante esa realidad es importante entender que partimos de un territorio afortunadamente más complejo que el imaginario de la separación radical campo-zonas urbanas. 

Es por eso que en primer lugar debemos definir las taxonomías del territorio habitado entre (1) las zonas estrictamente rurales que necesitan políticas muy específicas y concentran un porcentaje muy reducido de la población; (2) las zonas urbano-rurales bien conectadas y donde la mayoría de las personas habitan en densidad y pueden tener acceso a la mayoría de servicios necesarios en proximidad razonable; y (3) las ciudades. 

En segundo lugar, sería conveniente hacer un ejercicio de balance y autocrítica para reconocer que las zonas rurales y urbano-rurales han reproducido en demasiadas ocasiones los peores hábitos urbanos en cuanto a la depredación del territorio, el abuso del coche privado o la inversión desmesurada en infraestructura pública sin anticipar el uso de la misma. 

En tercer lugar, tenemos que reconocer las relaciones de interdependencia entre los tres tipos de territorio y sobretodo valorar, que las dos primeras categorías ofrecen servicios agrícolas y medioambientales a las dos segundas y podrían ser compensadas por ello a nivel redistributivo. 

En cuarto lugar, no nos podemos permitir no ser lo más radicales en garantizar la sostenibilidad medioambiental de las áreas rurales y urbano-rurales, al ser éstas las primeras que se beneficiarán de manera tangible, a nivel social y económico, de una reversión de las dinámicas de depredación tel territorio. Se hace necesario, por eso, planificar a medio y largo plazo.

En cuarto lugar podríamos complementar las economías rurales y urbano-rurales, que en muchos lugares —cerámica, mueble, calzado…— son altamente sofisticadas, con las de las nuevas economías, de la creatividad al diseño o las empresas tecnológicas.

En quinto lugar, es necesario cartografiar las necesidades de infraestructuras y priorizar aquellas de bajo coste con un potencial alto impacto en cuanto a la vertebración territorial: autobuses intercomarcales, coordinación tarifaria, transporte a demanda, ferrocarril de cercanías, inversión en fibra, etc. 

Y, en sexto lugar, es imprescindible que seamos respetuosos con la cultura y el patrimonio existentes, para construir el futuro de nuestro territorio empezando por resolver las necesidades de aquellos que ya habitan y trabajan su tierra, en el sentido directo y figurado.

El mundo rural tiene mucho futuro, pero será un futuro interdependiente y aliado con lo urbano. 

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