VALÈNCIA. Es extraña la relación entre el marco y la pintura pues en muchos casos constituye la historia de una separación hasta el punto de que muchos de los marcos antiguos que nos encontramos hoy en día no sabemos realmente para qué obra fueron fabricados. En no pocas ocasiones cada miembro de la relación-obra de arte y marco- se va, forzosamente, por su lado sin que sepamos la razón puesto que quizás sucedió hace mucho. De hecho, son bastante menos de lo que se piensa, los casos de una pintura antigua que llegue a nuestros días con su marco original. El pack completo, vamos. Por las más diversas razones las obras de arte en un momento dado son despojadas del marco que las protegía, ennoblecía y éste se destina a otros menesteres quizás, como diremos, a enmarcar una pieza producida un par o tres de siglos después. Incluso en algunos otros casos ese marco sufre una triste mutilación al ser reducido en algunos de sus listones para adaptarlo a una nueva pintura de menor tamaño que la original.
Les explicaré el porqué de este fin de una vida en común. En primer lugar, debemos tener en cuenta que la pintura es más susceptible de sufrir daños que el marco, que en realidad una de sus funciones es la protección de la primera. Si aquella no tenía una calidad suficiente y encima su estado dejaba mucho que desear solía ser despojada del marco que en ocasiones era una magnífica obra de ebanistería y dorado o policromía. A ello hay que añadir que hoy en día el marco antiguo es un objeto preciado, muy preciado, por determinados coleccionistas. Antiguamente más que un objeto codiciado, que también, lo habitual es que el marco tuviera una relevancia más que significativa en el conjunto del proceso, por lo que se fabricaban miles de estos, empleando para ello ciencia y trabajo como no se hace ya, salvo en escasos talleres de museos o externos dedicados a reproducir fielmente marcos de época. Por contraste, hoy en día es raro que los artistas se preocupen por la enmarcación de sus obras. Hay contadas excepciones y se nota en su resultado.
Quienes bien conocen el pequeño arte del enmarcado saben el innegable efecto que produce un buen marco hacia la obra que contiene. Curiosamente en pocos campos de las antigüedades y el arte se ha producido una simbiosis entre dos piezas de épocas tan distantes en el caso de enmarcación de obras de vanguardia con molduras antiguas. Aquí no hay época que valga: un marco del siglo XVII creado para acoger un Santo o un Ecce Homo puede ser formidable para recibir entre sus muros de madera una obra cubista o directamente abstracta. El buen marco antiguo se cotiza por encima de lo que la pieza nos podría hacer creer. La razón principal es bastante evidente: hay menos marcos antiguos que obras que esperan ser enmarcadas, por lo que un buen marco se convierte en un oscuro objeto de deseo. Piensen también lo siguiente: si un coleccionista con posibilidades acaba de adquirir un buen dibujo de Picasso o de Francis Bacon, por hablar de dos artistas que parten de una cantidad accesible para pocos, es decir, cientos de miles de euros, no se pensará mucho invertir algún que otro millar en un bonito marco antiguo donde acoger su tesoro. Y el caso es que hace medio siglo un buen marco español del siglo XVII no era algo a lo que se le hiciera mucho caso. De hecho, se ha venido practicando sobre estos, toda clase de tropelías como pintarlos y modificarlos al gusto del cliente, lo que nos obliga a agudizar la vista para descubrir una moldura antigua bajo una amalgama de repintes y purpurinas.
Tengo devoción por los marcos incluso como elemento aislado de las pinturas, como pieza en sí mismo, y creo que es el único “arte” que practico con modesto éxito: el de la enmarcación. No doy para más. En realidad, no es siquiera un arte que ejecuto yo, sino que simplemente aporto la parte intelectual: véase “este marco le irá bien a esta obra y con este paspartú”. El taller de enmarcado hace el resto. Mi acercamiento al marco ha sido paulatino y lo considero en muchos casos una obra de arte per se, pero, finalmente, no puedo discernirlo de su relación con aquello que enmarca. En este sentido tengo algunos cuadros en busca de marcos que todavía no han llegado y marcos que esperan apoyados en cualquier lugar viendo pasar los días sin que llegue algo que les permita “completarse”. A quienes nos preocupa cómo enmarcar una obra, esta, a priori, bagatela, que en realidad no lo es, y se convierte en un dolor de cabeza. Hay coleccionistas que pueden tener meses sino años un dibujo o un cuadro esperando ese marco que seguro que anda por ahí pero que hay que coger al vuelo. Cada par de semanas recibo la visita de mi compañero Martín que me aborda con cierta desesperación a la búsqueda de uno o varios marcos para alguno de sus clientes, de una medida y características determinadas. Clientes que a su vez viven con impaciencia embellecer su dibujo, grabado o pintura con una moldura apropiada.
Seré claro: hay quienes tienen un don especial para enmarcar y otros que se empeñan en enfrentar el marco elegido con la obra enmarcada. He conocido galeristas y buenos coleccionistas con un excelente gusto para el arte y dudoso para enmarcar las piezas. De hecho, hay ocasiones en que hay que agudizar la vista para apreciar la estimable obra que hay detrás del espantoso marco lo cual repercute negativamente a la hora de venderlo.
No le den más vueltas al asunto y admítanme este doble consejo: el marco debe permitir que veamos sin dificultad la pintura, el grabado o el dibujo sin que, a su vez percibamos la belleza en su enmarcación. Con una buena enmarcación nuestra mente no debe hacer un esfuerzo para percibir la relación entre formas, composición y colores de la obra. No podemos estar intentando borrar la omnipresente visión de un marco inapropiado cuya poco agradable presencia se impone al conjunto. Un marco nunca puede ser parte de la obra. En segundo lugar, el marco ha de embellecer la obra y sacar a relucir todo lo bueno que esta tenga. Si estas dos premisas no acontecen, algo no funciona y ese marco no es para ahí.
Sin embargo, la historia del marco es un camino hacia el minimalismo y en la actualidad, incluso la eliminación de éste. De las molduras arquitectónicas del siglo XVI, los importantes trabajos en la talla y el dorado de los siglos XVII y XVIII, la finura del XIX, la moldura se va despojando de decoraciones hasta llegar a nuestros días en los que el marco de nuestro tiempo es el simple listón por metro lineal, despojado, desnudo. El signo de los tiempos.