Nada que ver con Dickens. Riad Sattouf antepuso el humor cuando narró los recuerdos de su infancia en Oriente Medio. Fueron los de un niño de madre francesa y padre sirio entusiasta del nuevo nacionalismo árabe de los años 70. Vivieron durante años en lugares rurales y en los amagos de utopía socialista, como en Libia. Allí, el pequeño Riad, era testigo de crímenes de honor, ejecuciones de mujeres por haberse acostado con alguien, o un maltrato animal escalofriante. Pero también recordó grandes amistades con gente muy humilde.
VALÈNCIA. Es muy pronto para decir nada de lo ocurrido la semana pasada en Ceuta sin pringarse con propaganda. Desde el gobierno marroquí al español, de la extrema derecha a la izquierda, todos los actores han intentado retorcer las interpretaciones de la situación para arrimar el ascua a su sardina. Lo único que es evidente es que Marruecos disparó proyectiles de carne humana y que esa carne, en buena parte, era de menores de edad. Una figura en la que se han concentrado los ultraderechistas hasta niveles neuróticos para hacer sentirse a la población amenazada. Un peligro que estará sufriendo nuestra Gran Patria Imperio Eterno a manos de niños desamparados. Nuestra política nacional sería muy chistosa si no fuese trágica.
Riad Sattouf, ex dibujante de Charlie Hebdo, cuando se puso con El árabe del futuro no quería transmitir ningún mensaje político ni humano, solo pretendía contar su vida. Su infancia. Sin embargo, indirectamente, ofrecía un fresco sobre la Siria rural de los años 80 realmente interesante. Muchos años han pasado desde aquello, pero el sustrato de lo que retrató sigue siendo el mismo y de uno similar provienen muchos de los críos que se devolvieron en caliente el otro día.
Esta novela gráfica fue una de las más exitosas de su tiempo, se llevó varios premios del Salón del Cómic de Angulema y ha sido traducida a varias lenguas. Posiblemente, el secreto de su éxito resida en lo naif que era. No podría tener otro enfoque, se trataba de las memorias de un niño contadas en primera persona. Su inocencia se filtraba en cada viñeta, pero lógicamente la realidad que le rodeaba no era tan amable como su visión.
Su padre era un entusiasta de los socialismos y nacionalismos árabes de los 70. No era particularmente creyente, pero en los diferentes tomos de la historia atraviesa estados de ánimo distintos con esa cuestión. Va por fases. Como todo lo que motiva el relato proviene de que ese hombre quería estar junto a su madre, la abuela, en un pueblo sirio, su situación de árabe moderno que había recibido una educación superior en Francia y estaba viviendo en el mundo rural le ocasionaba altibajos e incluso neurosis. Para afirmarse a sí mismo, sobre todo frente a su mujer francesa y sus deseos de vivir en un lugar con más servicios, sí que era creyente. Cuando se peleaba con su familia, podía acabar gritando que estaban llenos de supersticiones.
Quizá el momento más tétrico de toda la obra es cuando se enteran de que una miembro de la familia se ha quedado embarazada siendo viuda. Algunos de sus familiares toman la decisión de matarla y la ejecutan. El padre no tiene muy claro qué debe hacer, si dejarlo correr o tomar medidas. Al final, por mediación de la madre europea se denuncia a la policía, pero eso les genera el desprecio de los vecinos. Por la presión deben retirar la denuncia y los asesinos salen de la cárcel. Encima, en el pueblo, cuando regresan de prisión, se vuelven hombres muy respetados por lo que han hecho. La gente piensa que se ha cometido una injusticia con ellos por hacer lo que hay que hacer en nombre del honor.
Otros aspectos más banales, si se tiene en cuenta la situación general, pero que impactan, son los del maltrato infantil. No hay prácticamente animales queridos en el pueblo. Para el padre, porque de crío si quería comer no tenía más remedio que cazar, todo lo que tenga alas o cuatro patas en su cabeza lo ve sobre un plato. Luego los niños del pueblo no tienen miramientos. Si encuentran un cachorro de perro callejero, juegan al fútbol con él, lo desmiembran vivo. Todo para divertirse. Pero estos etalles del paisaje y la vida cotidiana, en estas viñetas, se relatan sin aspavientos ni grandes dramas, lo que los hace todavía más impactantes.
Inicialmente, la familia vive en la Libia de Gadafi. Se ha declarado que las casas pertenecen al pueblo y lo que ocurre es que, lo mismo que han ocupado ellos una que estaba vacía, en cuanto salen todos a dar una vuelta se les mete otra familia en la suya. Luego, cuando están en Siria, son los años de Háfez al-Ásad y sus referéndums ganados con el 100% de los votos. Como el protagonista va al colegio, sus recuerdos lo que nos muestran es un adoctrinamiento ultranacionalista y una obsesión con Israel. Judío es el insulto más frecuente y, de hecho, es el que más recibía Riad por tener el pelo rubio y venir de Francia.
En clase no se aprende más que nacionalismo, Islam y árabe. Todo a base de golpes, como en la España de la posguerra. La costumbre era golpear con una vara en las palmas de las manos. Hay escenas surrealistas. En una, se obliga a los niños a lavarse todos para el día siguiente, porque muchos huelen mal, en una época en la que no tenían agua y hacían sus necesidades en mitad del campo. A los que no llegan limpios al día siguiente, les toca paliza. Uno de ellos explica que no ha podido hacerlo porque se ha muerto su madre. A la maestra le da igual, le pega con toda su alma.
Aunque resulte un lugar lejano, cuando el protagonista luego vuela a Francia y alucina con los supermercados, no está tan lejos. Nosotros mismos, por las mismas fechas, no teníamos a la vista normalmente la oferta de productos que había en las tiendas francesas. Sin embargo, también estábamos muy lejos de los ricos que había en los países árabes. Las relaciones del padre de Riad, que era profesor de universidad, con gerifaltes del régimen, generales y demás, muestran a sus hijos, verdaderos psicópatas infantiles emperifollados con ropas carísimas.
El chico sufrió malos tratos por parte de críos como estos, incluso de sus propios primos, pero también la amistad de otros chavales que, muy al contrario, no tenían nada. Chicos que de repente dejaban de ir a clase y desaparecían y lo último que se sabía de ellos es que llevaban tiempo tosiendo. No obstante, no hay un enfoque dickensiano. Es al revés. Sattouf lo cuenta todo con humor. De hecho, dijo recientemente en La Vanguardia que el drama con humor es dos veces más dramático. Esta singularidad y lo desconocida que sigue siéndonos la realidad del lugar del mundo que retrata hacen que la saga de El árabe del futuro no solo sea una de las mejores novelas gráficas de todos los tiempos, sino un clásico de la literatura universal.