VALÈNCIA. La fantasía de Emilio la hemos tenido unos cuantos: visitar un país remoto, misterioso y con altas dosis de incompresión durante un tiempo determinado -pongamos dos años- para después contarlo a quienes, probablemente, jamás lo visitarán. Hacerlo, además, a través de una crónica personal muy rigurosa pero también gozosa y atractiva, como si en cada página aprendieras algo que no sabías. Escribirlo con cierta calma, presentarlo a un premio y ganarlo. Eso ha sucedido con Una dacha en el Golfo, el flamante ganador del primer Premio Anagrama de Crónica Sergio González Rodríguez.
-¿Cómo entra Barhéin en tu vida porque, en principio, era un lugar del que no tenías ni idea, verdad?
-Pues entra de casualidad en mi vida, a través de una oferta laboral que le hacen a Carla, mi pareja, en 2013 que además estaba en paro. Al principio iban a ser sólo unos meses pero luego le dieron la posibilidad de llevarse a su pareja y ahí entro yo. Desde el principio me entusiasmó la idea de poder vivir en el extranjero y a ese lugar tan desconocido. Cuando fui a vivir yo ya había estado antes de visita y ya me llamaba mucho la atención. Y siendo una experiencia con fecha de caducidad me parecía que era una posibilidad de disfrutar mucho más porque era un paréntesis perfecto. Pero claro, la primera vez que escucho el nombre de Barhéin yo ni siquiera lo situaba en el mapa. Luego me sonó alguna cosa de la Fórmula 1 pero vamos, no tenía ni idea. Cuando ella llegó ya me fui informando pero el primer fogonazo fue de un lugar casi extraterrestre.
-¿Y cuándo empiezas a pensar que tienes que escribir sobre eso, cuando empiezas a imaginar la idea de esta crónica?
-Ya viviendo allí y muy pronto me di cuenta de que eso que estaba conociendo me parecía muy fascinante. No dejo de ser un periodista, un editor que siempre me ha gustado escribir. Esa nueva vida cotidiana me parecía que valía mucho la pena. Además había un factor que me interesaba mucho y era saber que era un sitio desconocido para el público en España. Eso me dio todavía más ganas y, si quieres, cierta vanidad de ser el descubridor de ese país. Eso me hacía tener incluso más ganas de contar el país. Pero conforme pasaba el tiempo también me preguntaba qué interés podía tener para el público español. Era una mezcla de las dos sensaciones. Así que allí iba tomando mis notas y algunas historias que viví allí las escribía en caliente y han aparecido en el libro casi tal cual. Mientras vivía ahí era casi como una especie de sueño. Yo seguía trabajando para la editorial, estaba hasta arriba de obligaciones, de trabajo y convivía con el deseo de escribir sobre el país y una frustración creciente donde me iba dando cuenta de que tampoco sabía muy bien cómo enfocarlo ni qué interés tendría. Pero cuando volví a España y, tal vez guiado por la nostalgia, me decidí a escribirlo. Poco a poco fui encontrando el tono y la estructura para contar Barhéin de una forma entretenida pero también con seriedad la política, la religión, la cultura o el sexo. Me obsesionaba encontrar el tono adecuado porque durante mucho tiempo tenía esa idea de mí mismo de periodista acomplejado.
-No sé si preocupaba al principio que no fuera un texto en el que hubiera prejuicios, en el sentido de que no fuera la mirada de un occidental que llega allí y, de pronto, te explica el país en dos años.
-Totalmente, no quería caer en ese síndrome de corresponsal o viajero que a las dos semanas te crees que ya sabes todo sobre el país. A mí ya me había pasado, por ejemplo, cuando fui a China. No quería caer en esta actitud de soberbia y tampoco quería retratar el país sólo con los prejuicios que se suele tener desde el mundo occidental y que veía de forma muy acusada en expatriados occidentales que vivían en Oriente Medio. Esa me llamaba mucho la atención: gente que trabajaba en Barhéin que hablaba del mundo musulmán exactamente igual que si trabajara en Madrid y nunca hubiera salido de España. Se supone que viajar te quita los prejuicios pero bueno, depende de la actitud que tengas, claro. Puedes viajar mucho y seguir siendo una persona muy cerril. En este sentido, por ejemplo, me influyó mucho Guy Delisle, el dibujante de cómics como Crónicas de Jerusalén o Crónicas Birmanas en el que relata sus experiencias en sendas ciudades asiáticas. Pensé que podía aprender mucho de él en esa forma de contar la historias de forma gradual.
-Aunque, como dices, no querías caer en prejuicios, entiendo que para un periodista que además es editor de libros periodísticos, el hecho de vivir en uno de los países del mundo con menos libertad de prensa no sería fácil.
-Que haya intentado que no sea un libro con una mirada libre de prejuicios no significa que intente edulcorar la situación política que es terrible en muchos aspectos. Y lo más llamativo es, por supuesto, la falta absoluta de libertad de expresión hasta unos niveles muy difíciles de imaginar en un sitio como España. En Barhéin no es que no exista una prensa independiente, es que todo lo que no sea la loa indisimulada al gobierno puede ser interpretado como oposición y puedes acabar en la cárcel, detenido o reprimido de cualquier manera. Cuando estaba allí todavía existía un periódico que era independiente que lo cerraban ocasionalmente y uno de cuyos fundadores fue torturado hasta la muerte tras las revueltas del 2011. El periódico cerró finalmente hace unos años y no existe nada que no pueda ser calificado de prensa libre. Eso configura un clima muy hostil y agobiante y castrante para los propios ciudadanos que deben informarse de lo que ocurre en su país a través de medios libaneses, medios de la oposición en Beirut y crea, al mismo tiempo, un fenómeno curioso de narrativa clandestina a base de rumores y medias verdades para intentar comprender lo que ocurre en el país. Y claro, es un clima apasionante. No es que quiera frivolizar, naturalmente, pero había una serie de testimonios que ofrecían una realidad paralela incomprensible. Todo esto en un país muy pequeño que es una islita.
-Incluso uno de esos temas prohibidos es el de la industria armamentística o también del activista Nabeel Rajab que fue liberado hace muy poco. ¿Quién es Rajab?
-El caso de Rajab es especialmente interesante porque es uno de los dirigentes de la organización de derechos humanos más importantes del país que tiene un par de décadas de historia. Es interesante porque él es de familia chií que es parte de una casta cercana al gobierno y la monarquía suní y, sin embargo, es una oveja negra porque salió en contra del régimen y a favor de los derechos humanos. Él quería luchar contra la tiranía del país pero no desde un punto de vista sectáreo de chiíes contra suníes sino como el poder emancipador de los derechos humanos y, por ejemplo, contra el tipo de vida precaria que tienen los trabajadores asiáticos allí, de la igualdad entre sexos, etc. Y claro, es una figura muy emblemática allí.
-Me interesa mucho eso: cuando hablas en el libro de población india o filipina que vive en situación precaria, casi diríamos que son esclavos.
-Sí porque la mitad de la población de los trabajadores son asiáticos en condiciones miserables que se rigen por un sistema laboral por el cual el trabajador que viene de fuera pasa a depender jurídicamente de su empleador. En la práctica, lo que ocurre es que les quitan el pasaporte a estos trabajadores asiáticos y se les impone las condiciones laborales que quiere el empleador: sin descanso, con sueldos bajos, prohibiciones de viajar a otro país o cambiar de trabajo. Y esto no es algo que diga la oposición o que diga yo, el propio gobierno lo reconoce porque ha intentado en alguna ocasión hacer alguna reforma legislativa con poco éxito. Es una realidad innegable.
-Parece que hablamos de todas las cosas horribles de Barhéin que supongo que son muchas pero hay momentos luminosos en el libro. Te impresiona la belleza del lugar o, por ejemplo, la plaza de la Perla donde han sucedido muchas cosas.
-Claro, lo que yo no quería tampoco era escribir un libro clásico de denuncia política sino que aparecieran hechos de la realidad social de Barhéin pero también cierta emoción y belleza en el relato porque creo que el país también lo tiene. Es un lugar acogedor con gente maravillosa y con historias personales mías que me han cambiado. Y cuando te hablaba antes de la estructura del libro, sí es cierto que yo intenté todo el tiempo equilibrar el relato de tal manera que tuviera una parte política y periodística pero también que otras partes se pudiera leer como fábula, cuento o diario personal.
-Y también sentido del humor.
-Sí, primero porque tiene que ver con mi forma de ser pero también porque son herramientas literarias que ayudan a hacer un relato más llevadero y agradable. Siempre pienso mucho en que al lector le interesara y ser riguroso pero ponérselo fácil y atractiva. Si voy a hablar de la realidad de un país pequeño de Oriente Medio que nadie conoce, pues tengo que utilizar todas las herramientas a mi alcance. Es un humor que siempre que puedo utilizo y en este caso aparece de forma muy natural.
-Finalmente, después de todo esto ganas el primer Premio Anagrama de Crónica Sergio González Rodríguez y Juan Villoro, parte del jurado, dice de tu libro que es como Las mil y una noches pero posmoderno. ¿Cómo te quedas?
-Me emociona y me encanta que diga eso. Al final, cuando hacemos una historia creo que hay que insistir es trascender el formato clásico, conociéndolo y respetándolo, pero mezclar géneros e intentar meter tonos e influencias es siempre importante si queremos hacer de la no ficción y el periodismo un lenguaje que siga siendo interesante. Y esta apreciación de Villoro me hace muy feliz y sí me gustaría pensar que hay alguna parte del libro que pueda tener un toque de fábula, casi de leyenda.