Dos atentados yihadistas en el corazón de Europa nos han despertado de una falsa realidad de seguridad tras unos meses donde el terror tan solo esperaba el momento oportuno para evidenciar que seguimos siendo vulnerables. Dos atentados ejecutados de forma diferente. Dos atentados con objetivos distintos. Dos atentados cuyo espíritu es el exterminio de nuestra forma de vida occidental.
El 29 de octubre, en la iglesia de Notre-Dame de Niza, tres católicos asesinados. El atentar contra la vida de fieles de la única Fe que ha instaurado y fortalecido los pilares fundamentales de occidente y un sistema de organización social y de valores expresado en estados soberanos con ordenamientos jurídicos donde la libertad y la igualdad son sus principios esenciales, basados en la cultura humanista judeocristiana, evidencia cuales son los fines últimos del yihadismo: acabar con aquello que, durante siglos, nos ha servido para repeler las imposiciones totalitarias de otras formas de organización política y social. No es baladí que los máximos enemigos de las sociedades cristianas hayan sido y sigan siendo el fundamentalismo islámico -que define como infieles, castigando como tales, a aquellos que no sigan única y exclusivamente la palabra de su Profeta- y el comunismo -que define como disidentes, castigando como tales, a aquellos que no sigan única y exclusivamente la palabra del líder totalitario de turno-.
El 2 de noviembre, en pleno corazón de Viena, cuatro personas asesinadas. Si la semana anterior los católicos fueron masacrados por profesar libremente su Fe, éstos han pagado el odio del yihadismo contra la libertad individual de la que gozamos en Europa. Los terroristas no toleran el disfrute del catálogo de derechos y libertades que nos hemos dado de forma libre y soberana en nuestras constituciones nacionales. Su visión de la sociedad no ampara que una persona viva como le dé la gana. Si compras en establecimientos “infieles”, debes pagar. Si bebes una cerveza en un bar, debes pagar. Si eres mujer y no estás sometida a la Ley islámica, debes pagar. Y eso ocurrió. Les hicieron pagar por ser libres. Intentarán hacernos pagar a todos por lo mismo. No podemos convencerlos de lo contrario. Es imposible. Y debemos asumirlo.
Algo debe cambiar en Europa. Los ciudadanos europeos, no solo los dirigentes políticos, debemos asumir que, mientras nos limitemos únicamente a condenar públicamente los ataques terroristas, estaremos eternamente condenados a seguir pagando un precio innecesario e inasumible por nuestra libertad. No podemos seguir incardinados en ese buenismo progre que mantiene las fronteras abiertas sin control alguno. No podemos seguir incardinados en ese buenismo progre que intenta justificar, por episodios oscuros de nuestra Historia, los ataques que sufrimos hoy. No podemos seguir incardinados en ese buenismo progre del que hizo gala el Alcalde de Niza cuando ordenó cerrar las iglesias de la ciudad tras el atentado pero no las mezquitas radicales, perfectamente identificadas por los servicios de inteligencia franceses, donde se cocina a fuego lento el envenenamiento de algunos musulmanes en el odio supino hacia nuestra cultura. No podemos seguir incardinados en ese buenismo progre que alimentó la decisión del Magistrado austríaco que dejó en libertad al terrorista de Viena hace menos de un año por intentar viajar a Siria para unirse al Estado Islámico. El buenismo progre, indirectamente, mata. Y esto, tanto los gobiernos socialistas, socialdemócratas y centristas -cegados por el miedo a la opinión pública de sus votantes, amordazados por un falso victimismo occidental estúpido y autoimpuesto- como los propios terroristas, lo saben.
Es hora de arrancarnos esa mordaza moral inútil, de hablar de fronteras seguras, de impulsar legislaciones contundentes contra cualquier delito que tenga que ver con el terrorismo y, sobre todo, de abordar sin tapujos el problema ante el que nos encontramos: un abismo de odio que ya sufren los países africanos y de oriente medio y que, en lugar de ayudarlos a acabar con él, estamos dejando que se expanda en nuestras naciones.
En España hemos sufrido durante décadas el terrorismo de ETA, al igual que sufrimos el peor atentado yihadista en suelo europeo. Y parece que no hemos aprendido nada. ETA tiene su brazo político sentado en nuestras instituciones y con el poder suficiente para poner y quitar presidentes, y nuestras fronteras permanecen abiertas con llegadas masivas de cientos de inmigrantes ilegales provenientes de Marruecos y Argelia a los cuales no conocemos, no sabemos qué intenciones tienen y, por supuesto, dejamos en libertad. Sí. Los lectores de este artículo de una humilde servidora deben saber que todas y cada una de las personas que entran ilegalmente en España son puestos en libertad y que, en ese momento, escapan a cualquier control policial. No sabemos cuándo seremos golpeados por el odio de un terrorista que entre camuflado en una de esas pateras, pero si seguimos incardinados en el buenismo progre, así será. Afortunadamente, estamos en posición de evitarlo. Esa responsabilidad la tienen en última instancia los españoles que depositan su voto en las elecciones. Y, de momento, nos dejan votar.
Esta es una verdad incómoda, pero alguien tenía que decirlo.