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la nave de los locos / OPINIÓN

Excalibur y los 90.000 muertos

Foto: EVA MÁÑEZ

¿A qué sabe el silencio de la izquierda en la pandemia? A cobardía y complicidad con un Gobierno insensible al dolor de la gente. Esa izquierda, tan valiente cuando nada tiene que arriesgar, agacha la cabeza cuando los suyos le ordenan callar. Hay 90.000 muertos y cerca de seis millones de parados reales, pero ellos no ven aún motivo para protestar      

8/02/2021 - 

En octubre de 2014 trabajaba como profesor en el instituto de San Agustín de Guadalix, en la Comunidad de Madrid. Después de mis clases celebraba el descanso del guerrero en el bar Sanabria, en el centro del pueblo, de lunes a jueves. El menú no estaba mal; me salía por diez euros. Pese a ser un cliente fiel nunca me convidaron ni a un café. El dueño era un poco rata. Me preguntó qué habrá sido del bar Sanabria; si, después de todo lo que ha caído, seguirá abierto. Espero que así sea.

 “¿Dónde está la izquierda defensora de los más débiles? ¿Acaso se ha manifestado delante de las residencias de mayores y los tanatorios en contra la gestión de Illa?”

En aquel bar estaban suscritos a la cadena triste. Eran, por lo que se ve, gente de derechas, siempre dentro de un orden. Mientras comía, desviaba la mirada del periódico para asomarme al informativo. Un día de aquel mes de octubre la presentadora dio paso a una reportera desplazada a Alcorcón, donde vivía Teresa Romero, una auxiliar de enfermería que había contraído el virus del ébola. La periodista dio cuenta de una concentración de animalistas que intentaban impedir el sacrificio de Excalibur, el perro de Teresa y Javier, su pareja. La turba gritaba: “¡Excalibur, no estás solo!”, “¡Los animales tienen derechos!“ y “¡Asesinos, asesinos!”, en clara y desagradable referencia a los policías movilizados para evitar que la concentración degenerase en violencia.

Excalibur fue sacrificado para evitar que contagiase el virus. Días después, el Partido Animalista, que no tardará en llegar al Parlamento nacional, convocó manifestaciones en 21 ciudades españolas en protesta por el “asesinato” del perro.

El ébola fue una bicoca

El ébola fue una bicoca en comparación con el coronavirus. Siete años después, España camina hacia los 90.000 muertos y los tres millones de contagiados. La Comunidad Valenciana ha sido la región más golpeada por la peste china en enero, pese al semiconfinamiento ordenado por nuestro triste presidente de Morella.

Manifestación de sanitarios frente al Hospital Isabel Zendal. Foto. RICARDO RUBIO/EP

Los municipios de más de 50.000 habitantes se cierran los fines de semana; la hostelería sigue clausurada; el toque de queda se mantiene a las diez de la noche; los hospitales están colapsados; los cadáveres se amontonan en las funerarias, pero nadie se atreve a levantar la voz por miedo a molestar a la autoridad competente.

Este silencio de los corderos contrasta con aquel griterío de la crisis del ébola, cuando el presidente maniquí, entonces jefe de la oposición, arremetía contra el añorado Rajoy —otros vendrán que bueno te harán— por la “descoordinación” de su Gobierno. Al gallego llegaron a llamarle “asesino” por la muerte de aquel perro. Si a Rajoy le reservaron ese calificativo, ¿qué podríamos decir del maniquí y su Ejecutivo de 23 miembros, empeñado en ocultar la cifra real de muertos?

Las teles del Régimen recuerdan las multas millonarias

En toda dictadura, sea cual sea la variante que adopte, hay miedo a enfrentarse al poder. Se paga caro. Lo entiendo y no lo censuraré. Aquí las televisiones del Régimen nos recuerdan todos los días que las multas por saltarse las restricciones pueden llegar a 600.000 euros. Y luego nos venden la esperanza envuelta en la vacuna de Putin.

Protesta contra el asesinato de George Floyd. Foto: EVA MÁÑEZ

En España rige, como es sabido, un estado de excepción encubierto que ha recortado las libertades y nos ha despojado de nuestra condición de ciudadanos, si es que alguna vez la tuvimos. Sin embargo, nadie, salvo las huestes osadas de Santi el Asirio, señala a los verdaderos responsables de esta catástrofe, que se sientan cada martes en el Consejo de Ministros.

Me entra la risa floja e histérica de Joker cuando comparo la valentía de la izquierda protestona contra el Gobierno de Rajoy con la sumisión que demuestra estos días frente a un Ejecutivo insensible al dolor y la angustia de la gente, que tomó como bandera en las últimas elecciones para engañarla después. ¿Dónde está la izquierda combativa, aguerrida y defensora de la causa de los más débiles, entre ellos los ancianos? ¿Acaso la hemos visto manifestarse delante de las residencias de mayores, los hospitales y los tanatorios en contra la nefasta gestión del filósofo Illa, al que le deseamos la peor de las suertes el Día de los Enamorados?

Las únicas manifestaciones relevantes que recuerdo en este último año fueron las convocadas en protesta por la muerte de un ciudadano negro a manos de la policía en Estados Unidos. La solidaridad bien entendida ha de practicarse a cierta distancia.

Rueda de prensa de Teresa Romero y su pareja, Javier Limón. Foto: MARTA FERNÁNDEZ/EP

Somos un país de filias y fobias

Podríamos llegar al millón de fallecidos y seguirían callados. España es un país de filias y fobias. A los nuestros, ni tocarlos, y esto vale para la izquierda y para la derecha. Pocos se esfuerzan en ver las cosas como son, sin el corsé engañoso de las ideologías. Es la herida del sectarismo por la que se desangra la espaciosa y triste España.

Sindicatos, asociaciones de consumidores y vecinos, gran parte del mundo de la cultura, la prensa subvencionada, todo lo que se considera izquierda calla y otorga ante un Gobierno que miente, empobrece y acorrala a los españoles. Del “No a la guerra” y el “¿Quién ha sido?” ha pasado al silencio cobarde de estos tiempos oscuros.

Menos mal que les queda doña Ayuso para disimular su rebeldía y sentirse jóvenes por unas horas, mientras siguen asaltando las tumbas de hace ochenta años y persisten en ganarle la guerra a Franco. Un poco tarde, ¿no? Salvo algunas excepciones, esta es la estatura moral de la izquierda española, una izquierda indulgente con las trapacerías de los suyos e inflexible con los errores del adversario. Si pudiera volvería a los tiempos del adusto Aznar. Contra Aznar vivían —vivíamos— mejor. Es en lo único que tienen razón.

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