Presentación del libro el 8 de junio, a las 19:00 horas, en la Llibreria Babel de Castelló
VALÈNCIA. Que el Valencia Club de Fútbol fuera fundado oficialmente un 18 de marzo no puede ser casualidad. Era el ahora desaparecido bar Torino, en el año 1919, el escenario de un momento para la historia, la constitución de un club que acabaría siendo símbolo de la cultura popular valenciana y que muy pronto dio a sus primeros ídolos, Cubells y Montes. El entonces llamado Valencia Foot-ball Club nacía entre el aroma de unas Fallas bien distintas a las que conocemos hoy. Ni unos ni otros podrían imaginar entonces en el gigante que se convertirían un siglo después. Un gigante desde el punto de vista organizativo, frente a unos orígenes en los que su arquitectura interna era mucho más sencilla, y, también, sociocultural, siendo clave para entender -y explicar- la identidad de la ciudad.
Es la vinculación entre fiesta y fútbol el eje de Les falles i el bar Torino (Ediciones Carena), un ensayo firmado por Pedro Nebot Rodrigo, Juanjo Medina Bonilla y Eduard Ramírez Comeig en el que tratan de tejer la relación entre dos de los grandes símbolos de la cultura valenciana, dos relatos clave para hacer una fotografía de la València del último siglo. "València es como una falla monumental repleta de escenas cotidianas. El València C.F. es un brazo extendido de ese sentimiento fallero, no entendido como casal, sino ese espíritu pirotécnico, satírico, caótico de lo que han sido las Fallas”, explica Nebot. Fue hace cinco años cuando, en un encuentro organizado por la revista Cendra, se puso la semilla de este ensayo que ahora ve la luz.
Este relato habla del crecimiento de Fallas y fútbol, cada uno por su parte, aunque también de cómo se han relacionado y de qué manera el arte fallero ha representado a lo largo de los años al (ahora) deporte rey. De hecho, son esos ninots los que hacen una fotografía clave para entender sus orígenes. Fue en 1910 cuando se erige uno de los primeros monumentos que satirizan sobre esa cultura popular importada de Reino Unido, con ‘Le gran prix’, de la comisión Pi i Margall - Ciril Amorós, una de las primeras representaciones de un universo deportivo que poco a poco iría ganando adeptos. O no tan poco a poco, pues 25 años después, la comisión Cadis-Dénia plantaba una falla bajo el lema ‘Ya cansa tanto fútbol’, en la que criticaba su gran protagonismo en la vida social local. "La explosión es en el año 1923, cuando el fútbol ya empieza a compararse con el boxeo o los toros, entonces asentados en la ciudad. En apenas treinta años, y con una guerra civil de por medio, llegó ese 'Ya cansa tanto fútbol'. Hay que tener en cuenta también que era la época de la dictadura, donde era una vía de escape”, relata el autor.
Ambos elementos son clave para hacer una retrato de la sociedad valenciana. De hecho, de las Fallas decía Josep Renau: “Por este sentido dramático que recogen e irradian, juega un papel de capital importancia en la psicología de las masas. Por eso la historia de las fallas es la historia del desarrollo de su propia conciencia crítica, con sus altos y sus bajos, con sus grandes defectos sus frescas virtudes”. Quizá por este poder no han sido pocos los que han querido instrumentalizar las Fallas y, también, al club de fútbol, en distintas épocas.
"Para el franquismo València era una zona complicada, el mundo fallero era algo indómito. Hay que recordar que también son los años en los que se fusila a Carceller [editor de La Traca], que representa ese espíritu satírico y crítico. También la República intentó controlar la fiesta con el Comité Central Fallero, que después fue la Junta Central Fallera [...] No creo que su presidente deba ser un cargo político. Las Fallas llegan a estar politizadas porque pasan por las instituciones”, relata Nebot. Ese “intervencionismo” también pasó después por la Iglesia y, destaca el autor, ese intento frustrado por parte del entonces arzobispo de Valencia, Marcelino Olaechea, de cambiar de fechas la fiesta para que no coincidiera con la solemnidad de la Semana Santa. La respuesta, el ya mítico cántico: "Marcelino, el tombolero, no vol ser fallero”. El intervencionismo sobre el club, sin embargo, fue muy palpable ya en democracia -“en la época de Zaplana, Camps, Barberá… Fue la época más dura”-, años que han llevado a una fotografía presente que, de nuevo, lleva de la mano a fiesta y deporte.
La historia del fútbol y las Fallas está llena de conexiones y coincidencias, entre ellas, una bien reciente, un proceso de "universalización" que se ha dado casi al mismo tiempo. "Es curioso. Cuando a las Fallas son declaradas Patrimonio Inmaterial por la Unesco, es el momento en el que el València pasa de esos pequeños empresarios valencianos a un magnate que viene Asia", explica, una globalización que tiene sus peligros y que dibuja un nuevo mapa por lo que respecta a la identidad, una identidad que ha llevado por bandera. "El Valencia ha intentado ser un eje vertebrador en la Comunitat. Cuando gana un título, desde Vinaròs hasta Guardamar del Segura se celebra. Es el mejor embajador de la ciudad. Y las Fallas también han representado eso". El futuro del fútbol o la fiesta todavía está por dibujar, aunque de retos no van faltos...
-¿Es el Nou Mestalla una falla?
-En primer lugar es un error político de lo que yo denomino generación bogavante. No era necesario... Al final València es una falla monumental, repleta de escenas [ríe].