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Gabi Martínez: “Escribir sobre naturaleza no es algo bucólico o triste”

13/08/2020 - 

VALÈNCIA. A veces, las experiencias más radicales consisten en un simple retorno al origen. Eso pensó el escritor Gabi Martínez hace un tiempo cuando decidió, en pleno invierno, instalarse en la Siberia extremeña, un paisaje de un frío feroz con la intención de recrear y experimentar la forma de vida en la que creció su madre, uno de los pocos referentes morales que Gabi encontraba en un sistema, cada vez, más emponzoñado. En aquel lugar vivirá sin agua corriente, internet o calefacción, cuidando a centenares de ovejas y poniendo de relieve la importancia de los hombres y mujeres del campo -agricultores, veterinarios, pastores, ecologistas- cuyo trabajo diario inspira al autor para esta escribir esta crónica naturalista que acaba de publicar Seix Barral: Un cambio de verdad. Una vuelta al origen en tierra de pastores.

- Creo que el origen de este libro tiene que ver con tu intención de vivir durante una temporada como lo hizo tu madre de niña, ¿no?
- Bueno, hay dos motores fundamentalmente en el libro. Todo empieza con una inquietud medioambiental que yo tenía importante que arranca poco después de que naciera mi hijo. Ahí supongo que te empiezas a plantear muchas cosas. Y yendo al acuario de Barcelona, vimos una vitrina donde había un coral donde ponía que era de la gran barrera de coral australiana y que si la temperatura del planeta aumentaba en dos grados, gran parte de esa barrera desaparecería. Pensé que si el pequeño que tenía al lado llegaría a ver esa maravilla natural. Me obsesioné de tal forma que con unos ahorros que tenía, me organicé para viajar a Australia y escribir un libro sobre esta gran barrera de coral. A partir de ahí mis inquietudes apuntan a cuestiones medioambientales que introduzco en mis libros. Llevé adelante también un proyecto que se llama Animales Invisibles -con el arqueólogo Jordi Serrallonga- y todo eso me llevó a acercarme más a mi territorio, mi entorno, mi familia. Todo eso confluyó con el deterioro de una situación sociopolítica y una gran decadencia moral. Me encontré con muchas más decepciones de las que me había encontrado ya en el periodismo: el periodismo es una gran escuela de decepción. Y a partir de ahí, intentando encontrar apoyos de personas respetables y morales, encontré que mis padres eran unos de ellos. Me pregunté cómo mi madre había mantenido esa moral durante tantos años, vi cómo ella continuaba hablando de la vida en el campo, los lobos y el frío. Así que creí que ella había forjado su carácter -ese sentido de la dignidad y responsabilidad- en la época en la que estuvo haciendo de pastora con su padre.

- Especificas de dos años como grandes puntos de inflexión: 2008 y la crisis económica y, por otro lado, 2015, cuando se aprueba el impuesto del sol que hay un resorte que se despierta en ti. ¿Esas dos fechas son cruciales para el contexto del libro?
- Sí y ahora con la pandemia, las suscribo todavía más. 2008 es un momento en el que llega el primer cataclismo económico de los últimos tiempos y llega en un momento en el que comienza a abrirse un discurso ecologista cuyo principal hito es el documental que lanzó Al Gore. Es un momento en el que todos los poderes, incluidos los fácticos, están mirando a un cambio de modelo ecosistémico. Pero entonces llega la crisis y toda esa voluntad se detiene. En España, en concreto, lo que hace el gobierno es acabar con la ley de las energía renovables. Curiosamente ahora que estamos en un momento parecido de atención a lo ecológico, llega la pandemia y pasa lo mismo. Una de las preguntas ahora es si vamos a actuar como en 2008 o vamos a sostener un poco los cambios que se están sugiriendo hacer en lo que tiene que ver con lo ambiental. Y 2015 es el momento que sublima esa separación que hay en 2008 hacia el dinero. Ahí se ve que las buenas palabras de algunos era pura fachada y lo que importa es el dinero. La apuesta de fondo es intentar eliminar cualquier iniciativa por parte de individuos u organizaciones que vayan por un lugar diferente, hasta el punto de poner un impuesto al sol para neutralizar a la gente que quiere buscarse la vida por su cuenta.

- En el libro hablas mucho de la importancia del relato. Dices que cuando cuentas algo lo estás creando. Hablas de una especie de burbuja narrativa y no sé si crees que hay también una burbuja literaria en torno a esta etiqueta en la que incluyen muchas veces: 'nature writing'. No sé si este género que ya empieza, por ejemplo, con Thoreau, responde a una preocupación real por la naturaleza en la actualidad.
- Yo creo que sí. Lo que pasa que en España vamos por detrás de otros países. Aquí nos están llegando títulos que en otros países fueron publicados hace 40 años. Que exista este boom de los libros sobre la naturaleza quiere decir que existe ese interés. Lo que es curioso es que tengamos que ir al extranjero para encontrar a personas que nos argumenten con un poco de solidez lo que es la relación con el ser humano y al naturaleza. La contradicción es que hace un siglo, ya tuvimos aquí a una generación del 27 estupenda que miró hacia la naturaleza para que, más allá de las banderas, amar la tierra por lo que es, por el hecho de caminarla y trabajarla. Lo que ocurrió es que tras la guerra, todo se vino abajo, nuevamente por la cuestión económica. España todavía sufre las consecuencias de haber atendido exclusivamente al dinero durante demasiado tiempo. Ahora hay un grupo de personas que se han dado cuenta de cómo el descuido de lo natural afecta a nuestra vida de forma directa, pero todavía hay muchísimo trabajo que hacer. No tenemos un caudal de autores locales que puedan explicarnos, por ejemplo, la dehesa u otro de nuestros paisajes. Me ha sorprendido que mi libro se haya traducido al francés pero, claro, allí hay dos partidos ecologistas muy potentes y entienden que escribir sobre naturaleza no es algo bucólico o triste, como podrían asociar muchos después de La lluvia amarilla de Julio Llamazares, sino que la naturaleza va mucho más allá. Aquí estamos todavía en el momento de que más gente se interese por un género vastísimo. Esto viene de un trazado que viene de la Transición y de cuando la gente empieza a emigrar a las ciudades y ve la ciudad como el lugar donde está la libertad y el dinero, mientras que el campo queda atrás como un lugar de tristeza de abandono. Y este es el relato que compra el campo y le está lastrando. Ahora, en un momento límite, se está empezando a repensar todo esto.

- Háblanos de la Siberia extremeña donde está ambientada el libro porque creo que es una zona bastante desconocida, ¿no? Los paisajes de este lugar son los grandes protagonistas del libro.
- Sí, es muy curioso porque mi madre no sabía que se llamaba así, la Siberia. Ella había vivido al lado durante años y no sabía que se denominaba así. Es un lugar remoto hasta ese punto de vista. Es un lugar donde confluyen cinco ecosistemas. Sería casi una reducción -como diría Ferrán Adrià- de España. Tiene un poco de todo: alta montaña, marismas, playas, dehesa, regadío. Es un lugar en el que durante el Franquismo se pusieron cinco embalses, además. Es la zona con más costa interior de España. Es una zona de paso de especies que se no ven mucho como la cigüeña negra o el buitre negro y con una densidad poblacional muy baja. Y, por supuesto, con unas infraestructuras muy precarias. Tiene una naturaleza impresionante a partir de la relación que decidamos establecer los esa naturaleza. La dehesa, por ejemplo, es el espacio más biodiverso del mundo. Una de las cosas que estoy percibiendo es que ese territorio no lo conocían. Le hemos cantado al desierto, al océano, a la alta montaña y tenemos aquí un lugar que está expresando hacia donde se puede dirigir el futuro de la humanidad y no lo estamos reivindicando.

- Cuando llegas a esa inmersión para convertirte en pastor y descubres cosas como cuando cuentas que España es uno de los primeros consumidores de antibióticos para animales.
- Esto me lo contaban algunos veterinarios. Estas cosas tienen una relación matemática con las personas: según cómo nos relacionamos y respetamos a los animales y árboles, respetamos a las personas. Este dato se corresponde con otro que tiene que ver con el consumo de antidepresivos que hay en España, uno de los más altos del mundo, un asunto que ya abordé en mi anterior libro, Las defensas. Siempre me preocupa cómo un ser humano se relacionado con su entorno. No es sorprendente que a los animales los tratemos tan mal si nosotros mismos nos estamos destrozando a base de vivir mal con fármacos.

- Quería hablar también de Miguel, un personaje maravilloso, que tiene esa forma de hablar tan sencilla que, a veces es poética. Cuando dice, por ejemplo, “se ha roto el tiempo”, como metáfora perfecta del cambio climático.
- Miguel es una persona que todo esto que estamos hablando, lo ha pensado antes que nosotros porque él vive allí. Al intentar buscarse la vida en un territorio complicado, él tiene una idea e intenta jugar con las leyes de la naturaleza. Lo que hace es desarrollar una idea de vanguardia: hacer una apuesta por las razas autóctonas y una de las más espectaculares y en peligro de extinción: la de la oveja merina negra. Y su objetivo es cuidarla, además en ecológico. Para mí, Miguel es un vanguardista auténtico. Lo mejor que tiene su forma de hablar es que está tan apegado a la esencia de las cosas, que cuando habla lo revela todo y no le cuesta. Es simple y es su forma de expresión. Se apoya mucho en refranes pero bien encajados. Es muy curioso que los refranes se han desencajado porque como la climatología es diferente, un refrán que servía para mayo, ahora ya no sirve. Nuestro propio vocabulario se modifica con el cambio climático. Lo que encuentro con Miguel es un paralelismo con mi forma de entender el mundo. Y nos hemos hechos muy amigos, claro.

- Por último, ¿crees que esta pandemia puede ser un buen momento para “empoderar al campo”? ¿En qué debería consistir ese empoderamiento y será finalmente posible?
- Bueno, el empoderamiento viene por el cambio del relato. Hasta ahora nos hemos contado una historia en la que la ciencia y la tecnología y la ciudad eran el único camino a seguir y eso descartaba hundirte a fondo en otro tipo de vida. Creo que pasa porque la gente del campo y la ciudad crea, de verdad, que el campo es una posibilidad real. Que ahí se puede vivir y construir un nuevo orden, literalmente, en el cual la tecnología también tiene un lugar pero quien lleva las riendas es un ser humano que utiliza su físico y que no es dependiente tanto tiempo de pantallas o cualquier otro tipo de tecnología. Debe convencerse, para empezar, la gente del campo. Que perdieran el miedo. Pero es muy difícil. Tal y como se está conformando todo, no hay demasiada esperanza. Se está diciendo vamos a cambiar mientras que la realidad te dice que el dinero está yendo no solo no cambie, sino para perpetuar las fórmulas que hasta ahora estaban funcionando. Yo soy escéptico.

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